Por Jean Rolex, CM

Hace varios años, el Papa Francisco inauguró una jornada dedicada exclusivamente a los pobres. Al inaugurar esta jornada, ha querido enfatizar un poco más sobre una de las preocupaciones de la Iglesia desde siempre, el servicio a los pobres, los preferidos de Dios. En su mensaje para la primera jornada mundial de los pobres, explicó claramente su intención: “estimular a los creyentes para que reaccionen ante la cultura del descarte y del derroche, haciendo suya la cultura del encuentro. Al mismo tiempo, invita a todos, independientemente de su confesión religiosa, para que se dispongan a compartir con los pobres a través de cualquier acción de solidaridad, como signo concreto de fraternidad”[1]. Ante tantas historias dolorosas de pobreza y de incertidumbre, el Papa Francisco cree que es hora de escuchar como Iglesia y como hombres y mujeres de buena voluntad la voz de los pobres y de los marginados. Ayudar a los pobres en este sentido es “un imperativo que ningún cristiano puede ignorar.” El servicio a los pobres debe manifestarse en una fraternidad y solidaridad que corresponda a la enseñanza principal del Maestro, que proclamó a los pobres como bienaventurados y herederos del Reino de los cielos (cf. Mt 5,3). Ahora bien, como hijos espirituales de san Vicente ¿a qué nos comprometemos en el día mundial de los pobres que se celebrará el 13 de noviembre? ¿Qué respuestas sencillas, concretas, eficaces y eficientes queremos dar para curar las heridas del alma y del cuerpo, para restituir justicia y para ayudar a reemprender la vida con dignidad?[2]

No podemos negar que en algunas ocasiones lamentablemente, los cristianos no siempre han dado respuestas concretas a la situación inhumana de los pobres dentro de los límites humanos. Pero, sin embargo, ha habido hombres y mujeres inspirados por el Espíritu Santo, que de muchas maneras han dado su vida en el servicio de los pobres. Entre ellos destacamos el ejemplo de san Vicente de Paúl, al que han seguido muchos hombres y mujeres. San Vicente no se conformó en abrazar y dar comida a los pobres, sino decidió entregar su vida al servicio de ellos. Se entregó a su servicio, se situó en medio de ellos. En los pobres, descubrió a Jesucristo pobre y humillado. En esos pobres, despreciables ante los ojos del mundo, contempló a los representantes de Dios (cf. XI, 725). Servir a los pobres para san Vicente de Paúl es servir al mismo Jesucristo. Estar en medio de ellos, es encontrar a Dios (cf. IX, 240). El testimonio de san Vicente confirma el poder transformador de la caridad. San Vicente a lo largo de su vida, asumió perfectamente las palabras del santo Obispo Crisóstomo: “si queréis honrar el cuerpo de Cristo, no lo despreciéis cuando está desnudo; no honréis al Cristo eucarístico con ornamentos de seda, mientras que fuera del templo descuidáis a ese otro Cristo que sufre por frío y desnudez”. Servir a los pobres se convirtió para él en un estilo de vida. Una vida que producía alegría y serenidad espiritual, porque tocaba con sus manos la carne de Cristo.

Al ejemplo de san Vicente que vio la miseria de su tiempo y vio a los pobres en situación (cf. IX, 749) y dio respuestas concretas nacidas de su conversión personal, nosotros como vicentinos, en este día mundial de los pobres estamos llamados a ver a los pobres, a tender nuestras manos a ellos, a encontrarlos, a mirarlos a los ojos, a abrazarlos, para hacerles sentir el calor del amor que rompe el círculo de soledad. Nuestra respuesta vicentina debe ser un “salir de nuestras certezas y comodidades, y  reconocer el valor que tiene la pobreza en sí misma[3].” De hecho, tal respuesta debe implicar: “soltar las cadenas injustas, desatar las correas del yugo, liberar a los oprimidos, quebrar todos los yugos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, cubrir a quien ves desnudo” (Is 58,6-7). En este día de los pobres, vicentinos concretemos las palabras del salmo: “los pobres comerán hasta saciarse” (Sal 22,27). No hay que hacer cosas grandes sino, cosas pequeñas pero de forma grande. Algunos dirán, un pequeño gesto no cambiará la suerte de los pobres. Ciertamente, un pequeño gesto no cambiará ni terminará con los pobres, pero sí cambiará la vida de un pobre.

La respuesta vicentina debe ser una respuesta evangélica que alivie a tantas formas de pobreza que están ante nuestros ojos. Debe ser además, una respuesta que nazca de nuestra relación íntima con Cristo y con el carisma vicentino. En efecto, para este día, nuestras actividades deben estar motivadas por la fe y por la solidaridad humana. Es un día para sentirnos “deudores con los pobres.” Devolver a los pobres “la esperanza perdida a causa de la injusticia, el sufrimiento y la precariedad de la vida.[4]” De esta respuesta dependerá que sea creíble nuestro ser y quehacer vicentinos. En realidad, los pobres “necesitan nuestras manos para reincorporarse, nuestros corazones para sentir de nuevo el calor del afecto, nuestra presencia para superar la soledad. Sencillamente, ellos necesitan amor[5].” Al igual que san Vicente, la pobreza para un vicentino debe ser ante todo vocación para seguir a Jesús pobre. Es un caminar detrás de él y con él, un camino que lleva a la felicidad del reino de los cielos (cf. Mt 5,3; Lc 6,20). Definitivamente, seguimos pues el ejemplo de san Vicente, testigo fiel de la pobreza. Ofreciendo nuestra aportación efectiva al cambio de la historia, generando un desarrollo real, escuchando el grito de los pobres y comprometiéndonos  a sacarlos de su situación de marginación.

¿Cómo identificar a la pobreza? El mismo Papa Francisco nos dice que “la pobreza tiene caras marcadas por el dolor, la marginación, la opresión, la violencia, la tortura y el encarcelamiento, la guerra, la privación de la libertad y de la dignidad, por la ignorancia y el analfabetismo, por la emergencia sanitaria y la falta de trabajo, el tráfico de personas y la esclavitud, el exilio y la miseria, y por la migración forzada. La pobreza tiene el rostro de mujeres, hombres y niños explotados por viles intereses, pisoteados por la lógica perversa del poder y el dinero[6]” Ante este escenario, un vicentino auténtico no  puede permanecer indolente, ni tampoco rendido. El día mundial de los pobres es una nueva ocasión para que los miembros de las ramas vicentinas den respuestas concretas con una nueva visión de la vida y de la sociedad.

Vicentinos, hagamos crecer un poco esta jornada, convirtiéndola en una jornada de oración, de alegría y de compartir con los pobres más cercanos. Que este 13 de noviembre sea un día para “tender tu mano al pobre” (cf. Si 7,32).

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[1] I Jornada Mundial de los Pobres (2017): “No amemos de palabras sino con obras” w2.vatican.va.

[2] II Jornada Mundial de los Pobres (2018): Este pobre gritó y el Señor lo escuchó». w2.vatican.va.

[3] I Jornada Mundial de los Pobres (2017): “No amemos de palabras sino con obras” w2.vatican.va.

[4] II Jornada Mundial de los Pobres (2019): “La esperanza de los pobres nunca se frustrará” w2.vatican.va.

[5] Ibid.,

[6] I Jornada Mundial de los Pobres (2017): “No amemos de palabras sino con obras” w2.vatican.va.