Comentario a las lecturas del II Domingo de Adviento.

El mensaje de Isaías nos llega “como anillo al dedo”: una palabra de esperanza que anuncia la paz, justo en tiempos de conflictos armados y tensiones políticas que han alcanzado niveles preocupantes y que hacen sentir las consecuencias socioeconómicas en todo el mundo. En este contexto, nos llega el mensaje alentador del profeta mesiánico: “Habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos: un muchacho pequeño los pastorea. La vaca pastará con el oso, sus crías se tumbarán juntas; el león comerá paja con el buey. El niño jugará en la hura del áspid, la criatura meterá la mano en el escondrijo de la serpiente. No harán daño ni estrago por todo mi monte santo: porque está lleno el país de ciencia del Señor” …  Sin embargo, en clave cristiana, la visión de Isaías tiene que ser complementada por la invitación a la conversión que nos ofrece el Evangelio de Marcos: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos».

Pensando en eso último, recuerdo una máxima de dominio popular que me parece tan jocosa como desafiante: “si quieres perder el tiempo intenta convencer a un abogado, curar a un médico, enseñar a un maestro o convertir a un cura”. ¿Por qué detenernos a reflexionar en algo que parece inocuo?

Porque justamente hoy, cuando hace unos pocos meses la Asamblea General nos ha invitado a la conversión, el tiempo de adviento viene a llamarnos la atención sobre un asunto que por ser tan elemental resulta muchas veces pasado por alto: la conversión permanente en la vida de nosotros los misioneros.

La provocación que San Juan Bautista realiza en el Evangelio se dirige concretamente a los fariseos: esos hombres rectos y conocedores de ley que adoctrinan al pueblo, pero su vida y su corazón está lejos del Dios vivo y verdadero. Profesionales de la fe que no sufren los dolores del pueblo, porque su posición religiosa y social los resguarda de las desgracias que el pueblo pobre tiene que sufrir como consecuencia de las estructuras generadoras de injusticias.

Allí cobra un valor especial no solo el servicio pastoral que podemos brindar los misioneros, sino también, y, sobre todo, el testimonio de vida que podamos dar a un mundo necesitado de esperanza.

Una “comunidad para la misión” que transpire una vida fraterna alegre, denuncia un sistema social que se inspira en el éxito de la competencia y en el “sobresalir” sin importar los menos favorecidos. El testimonio misionero de una vida sobria y sencilla, donde el consejo Evangélico de la pobreza se muestre con toda claridad, ofrecería la mejor predicación de Jesucristo evangelizador de los pobres a una civilización donde el poder adquisitivo se ha confundido con la felicidad.

En pocas palabras, la conversión misionera es un imperativo para la Congregación de la Misión del siglo XXI, y también, la mayor esperanza que podemos ofrecer en cualquier realidad donde hemos sido llamados a encarnar el Evangelio. ¡No desaprovechemos este tiempo de adviento!

P. Rolando Gutiérrez CM.