Comentario a las lecturas del III Domingo de Adviento.

Los textos bíblicos de este domingo nos quieren contagiar de alegría. Así lo podemos percibir desde la primera lectura, donde el llamado segundo Isaías, nos presenta la peregrinación del pueblo que regresa a su patria después del destierro, y lo hacen entre cánticos y festejos al mejor estilo de las solemnidades judías: “Volverán los rescatados del Señor, vendrán a Sión con cánticos: en cabeza, alegría perpetua; siguiéndolos, gozo y alegría…”

En efecto, en la liturgia cristiana llamamos “Gaudete” a este III domingo de adviento porque anuncia que está muy cerca la llegada de Cristo y por eso clamamos junto al salmista: “El Señor mantiene su fidelidad perpetuamente, hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos.”

Y de forma particular, a los misioneros vicentinos nos debe resultar muy significativo que esta alegría mesiánica está atravesada de principio a fin por una serie de signos proféticos que constituyen la identidad de Jesús al punto que se convierten en la respuesta del Señor a la pregunta de los discípulos de Juan el Bautista: “Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!”.  

Al hacer una lectura espiritual de estos textos bíblicos, es inevitable que nos embriague una sana alegría de tener el privilegio de vivir en una Congregación que día a día “ve” y “oye” los signos más característicos del Mesías: los pobres a los que anunciamos el Evangelio, nuestros “amos y señores”, hoy bajo las vestiduras de distintos escenarios: los migrantes, los sintecho, los enfermos, los indígenas, entre una larga enumeración.

Entonces, es una buena ocasión para recordar las palabras de San Vicente:

“¿Verdad que nos sentimos dichosos, hermanos míos, de expresar al vivo la vocación de Jesucristo? ¿Quién manifiesta mejor la forma de vivir que Jesucristo tuvo en la tierra, sino los misioneros?… ¡Qué felices serán los que puedan decir, en la hora de su muerte, aquellas hermosas palabras de nuestro Señor: Evangelizare pauperibus misit me Dominus! Ved, hermanos míos, cómo lo principal para nuestro Señor era trabajar por los pobres. Cuando se dirigía a los otros, lo hacía como de pasada. ¡Pobres de nosotros si somos remisos en cumplir con la obligación que tenemos de socorrer a las pobres almas! Porque nos hemos entregado a Dios para esto, y Dios descarga en nosotros” (ES. XI, 56-57).

Por eso para un misionero de la Congregación de la Misión, existe una tremenda desgracia cuando nos anestesiamos al grito de los pobres y caemos en la mediocridad y la frustración de una vida infiel a nuestro espíritu vicentino, pero en cambio, vivimos en un permanente “Gaudete” cuando sabemos vivir entre los humildes, la alegría del Evangelio a través de la predicación y de una vida sencilla que, como San Vicente, reza todos los días: “Tú eres la fuente de toda alegría, y fuera de ti no la hay verdadera; por eso te la pedimos a ti” (ES. XI 365).

P. Rolando Gutiérrez CM.