«Hacer de nuestras familias y comunidades un anticipo del Cielo»
Queridos miembros del Movimiento de la Familia vicenciana,
¡La gracia y la paz de Jesús estén siempre con nosotros!
Desde la creación del mundo, Dios no quiso que el hombre viviera en un ambiente hermético, donde no tuviera ningún vínculo con otra persona, una isla en un océano donde no hubiera posibilidad de movimiento, donde la única persona que encontrara en todo el mundo fuera él mismo y nadie más. Al contrario, desde la creación del mundo, Dios quiso que los seres humanos tuvieran relaciones y contactos continuos, que se necesitaran los unos a los otros para su crecimiento personal, que tuvieran otras personas como espejos en los que pudieran ver mucho más objetivamente las zonas oscuras y luminosas de su ser. En el principio, Dios creó al hombre y a la mujer a partir de los que se formaron las familias. Este modelo universal «de estar juntos» se ha reproducido en todas las sociedades y a lo largo de la historia humana hasta nuestros días.
Los consagrados utilizan a menudo la palabra «comunidad» para designar a las familias que se reúnen para formar regiones, viceprovincias, provincias y congregaciones. Las congregaciones contemplativas tienen el mismo modo de estar juntos, al igual que los ermitaños que, la mayoría de las veces, viven físicamente solos, pero forman parte de una comunidad, de una familia. Asimismo, las asociaciones de laicos utilizan expresiones diferentes para subrayar el hecho de que los miembros están juntos, expresiones como grupos, equipos, etc., en los que un cierto número de personas se reúnen por razones y objetivos específicos. Dios moldea nuestra vida de este modo con un objetivo muy concreto, la misión.
Detrás de todo esto está el único deseo de Jesús de ver a toda la humanidad en el «Cielo», en un estado de «felicidad eterna», en un estado de «realización sin fin de nuestros sueños y deseos más grandes». Nuestras familias, comunidades, grupos, equipos, etc. son caminos para alcanzar este objetivo. Así, nos sentimos alentados a contribuir en la construcción de excelentes familias, comunidades, grupos y equipos para colaborar en el deseo más profundo de Jesús.
San Vicente de Paúl, místico de la Caridad, hizo del «estar juntos» un elemento importante de su carisma y de su espiritualidad. La vida en comunidad, de hecho, es una de las formas esenciales de vivir la espiritualidad y el carisma vicencianos. Cuanto más pongamos nuestro corazón y nuestra energía en construir familias, comunidades, grupos y equipos sanos, profundamente espirituales y contemplativos, más realizaremos nuestros sueños y nuestros objetivos, más cumpliremos la misión que Jesús nos ha confiado a cada uno de nosotros en la tierra.
Como seres humanos, sabemos bien que no somos perfectos. Somos especialmente conscientes de ello cuando en una relación nuestros diferentes pensamientos, puntos de vista, prioridades y caracteres se encuentran y, en lugar de felicidad, producen tristeza, decepción, dolor, rechazo. Como escribía san Vicente a uno de sus hermanos:
«Si ese conocimiento que usted tiene de sí mismo es verdadero, tiene usted que juzgarse indigno de vivir y extrañarse de que Dios le siga soportando. La humildad que debe nacer de ese conocimiento tiene que inclinarle más bien a ocultarse que a hacerse notar. Las gracias que Dios le ha concedido son solamente para usted mismo y para que se haga mejor en el sitio y en el estado en que le ha puesto».[1]
En mi carta de Cuaresma de 2017, presenté una meditación sobre la Santísima Trinidad como uno de los fundamentos de la espiritualidad vicenciana. Quisiera volver sobre algunos puntos de esta carta que pueden ayudarnos a construir familias, comunidades, grupos y equipos sanos, profundamente espirituales y contemplativos.
¿Cuál es el mensaje de la Santísima Trinidad para mí personalmente, para la familia, la comunidad, el grupo, el equipo al que pertenezco?
Jesús nos ayuda a comprender la Santísima Trinidad: la identidad, la misión y el designio del Padre, del Hijo y del Santo Espíritu. Jesús nos ayuda a comprender la relación que existe entre las tres Personas, el vínculo íntimo que las une y la influencia de la Trinidad sobre cada persona individualmente, así como sobre cada familia, comunidad, grupo, equipo.
A medida que descubrimos y desarrollamos, con la gracia de Dios, un vínculo indisoluble entre la Trinidad y cada persona, entre la Trinidad y la familia, la comunidad, el grupo, el equipo, nos acercamos cada vez más al modelo perfecto de «relaciones» que son los componentes fundamentales de nuestras vidas, de tal forma que, en lo profundo de nuestro ser, somos uno con Dios, es decir con la Trinidad y entre nosotros.
Jesús nos ha transmitido lo que sabemos sobre el Padre, el Hijo y el Espíritu. Jesús nos ha presentado la Trinidad como el modelo perfecto de «relaciones».
Nuestra reflexión sobre la Trinidad debe de estar acompañada por la voluntad y el objetivo de encarnar este modelo perfecto de «relaciones» en la situación de vida concreta en la que vivimos, en la familia, la comunidad, el grupo, el equipo al cual pertenecemos.
¡La Santísima Trinidad es el modelo perfecto de «relaciones»! Jesús nos muestra el ideal.
La relación recíproca entre el Padre y el Hijo.
La relación recíproca entre el Padre y el Espíritu
La relación recíproca entre el Hijo y el Espíritu
La relación Padre, Hijo y Espíritu.
¿Qué podemos ver en esas «relaciones»?
1) Podemos ver que la atención siempre está dirigida hacia la otra persona y no sobre ella misma.
2) Podemos ver que siempre se concede la prioridad a la otra persona y no a una misma.
3) Podemos ver que la alabanza, el agradecimiento, la admiración se ofrecen siempre a la otra persona y no a ella misma.
4) Podemos ver que cada una de las tres Personas de la Trinidad expresa siempre la necesidad de colaboración con las otras para cumplir su misión.
5) Podemos ver que cada una de las tres Personas de la Trinidad expresa siempre claramente que sería insuficiente e ineficaz para cada una de ellas actuar sola.
¿Qué me dice el modelo de las relaciones en el seno de la Trinidad sobre mi propia vida:
- a) mi relación con Dios,
- b) mi relación con la comunidad,
San Vicente nos enseña cómo aplicar el modelo de relaciones de la Trinidad a las nuestras, en nuestra familia, comunidad, grupo, equipo:
«Mantengámonos en este espíritu, si queremos tener en nosotros la imagen de la adorable Trinidad, si queremos tener una santa unión con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo. ¿Qué es lo que forma esa unidad y esa intimidad en Dios sino la igualdad y la distinción de las tres personas? ¿Y qué es lo que constituye su amor, más que esa semejanza? Si el amor no existiese entre ellos, ¿habría en ellos algo amable?, dice el bienaventurado obispo de Ginebra. Por tanto, en la Santísima Trinidad se da la uniformidad; lo que el Padre quiere, lo quiere el Hijo; lo que hace el Espíritu Santo, lo hacen el Padre y el Hijo; todos obran lo mismo; no tienen más que un mismo poder y una misma operación. Allí está el origen de nuestra perfección y el modelo de nuestra vida. Hagámonos uniformes; seamos todos como si no fuéramos más que uno y tengamos la santa unión en medio de la pluralidad. Si ya la tenemos un poco, pero no bastante, pidámosle a Dios lo que nos falta y veamos en qué diferimos unos de otros para procurar parecernos todos y conseguir la igualdad; pues la semejanza y la igualdad engendran el amor, y el amor tiende a la unidad. Por tanto, procuremos tener todos las mismas aficiones y los mismos gustos por las cosas que se hacen o no se hacen entre nosotros»[2].
«Vivan todas unidas, sin tener más que un solo corazón y una sola alma (cf. Hechos de los apóstoles 4,32), a fin de que por esta unión de espíritu sean una verdadera imagen de la unidad de Dios, ya que su número representa a las tres personas de la Santísima Trinidad.
Le pido para ello al Espíritu Santo, que es la unión del Padre y del Hijo, que sea igualmente la de ustedes, que les dé una profunda paz en medio de las contradicciones y de las dificultades, que necesariamente tendrán que existir alrededor de los pobres; pero acuérdense también de que allí es donde está su cruz, con la que Nuestro Señor las llama a él y a su descanso. Todo el mundo aprecia mucho el trabajo que realizan y las personas de bien no ven en la tierra ninguno que sea tan digno de veneración y tan santo, cuando se hace con devoción»[3].
Como complemento de la contemplación de la Trinidad, el fresco realizado por el Hermano Mark Elder, CM, en la entrada de la Curia general de la Congregación de la Misión de san Vicente de Paúl en Roma, puede ayudarnos a reflexionar sobre los medios para fortalecer a nuestras familias, comunidades, grupos y equipos con miras a la misión. Como miembros del Movimiento de la Familia vicenciana, estamos invitados a seguir integrando cada vez más en nuestra vida y en la de nuestras familias, comunidades, grupos y equipos, la espiritualidad y el carisma vicencianos.
Colocado en la entrada de la casa, lo primero que ve cualquier persona que entra desde el exterior, es el fresco que cubre las cuatro paredes de la entrada principal. En la pared frontal vemos la imagen de san Vicente de Paúl compuesta por innumerables rostros de personas diferentes que representan simbólicamente al conjunto del Movimiento de la Familia vicenciana y aquellos a quienes estamos llamados a servir. El Movimiento de la Familia vicenciana, en cualquier momento de la historia, es un retrato continuo de san Vicente.
La pared de la izquierda representa las cinco virtudes que configuran nuestra identidad vicenciana: sencillez, humildad, mansedumbre, mortificación y celo por la salvación de las almas. Aunque cada congregación o asociación laica perteneciente a la Familia vicenciana pueda poner más el acento en algunas de estas virtudes evangélicas u otras, virtudes evangélicas, todas ellas dan forma y enriquecen nuestra identidad vicenciana.
La pared de la derecha representa los consejos evangélicos o, como también se les llama, los votos: castidad, pobreza, obediencia. Cada persona está llamada a vivir los consejos evangélicos según su propia identidad, como laico o como persona consagrada. En las diferentes congregaciones se pueden encontrar uno o varios votos suplementarios, como el voto de estabilidad representado en este fresco.
La cuarta pared es la pared de la entrada principal, o más bien, la pared de la salida de la casa. ¿Qué vemos? En lo alto de la pared, sobre la puerta principal, vemos la imagen del Espíritu Santo y la palabra «evangelizar». A ambos lados de la puerta principal vemos un campo de trigo donde el trigo se mezcla con los mismos rostros humanos que componen el retrato de san Vicente en la primera pared que vemos al entrar en la casa.
Permítanme hacer una comparación. La riqueza de los iconos, de los frescos, de los cantos litúrgicos, de las velas, del olor del incienso y de los rituales en las iglesias bizantinas les da la impresión de estar en el Cielo, de vivir la liturgia celestial cuando están en la iglesia, presente en la Eucaristía. El mundo fuera de la iglesia es radicalmente diferente pero, al entrar en la iglesia y participar en la Eucaristía, entran en el Cielo. Lleno de todas las gracias necesarias, sales de la iglesia y vuelves al mundo.
Lo mismo podría decirse del mural que acabamos de describir. Llenos del Espíritu de Jesús, del Espíritu Santo, de la espiritualidad y del carisma vicenciano, salimos, como nos invita el fresco, a los campos de trigo del mundo para evangelizar.
Antes de ir a los campos de trigo del mundo, nuestras familias, nuestras comunidades, nuestros grupos y nuestros equipos necesitan ser formados según el modelo de la Santísima Trinidad, revestidos de la espiritualidad y del carisma vicencianos para que nosotros, como familias, comunidades, grupos y equipos, estemos llenos del Espíritu, y salgamos al mundo a llevar la Buena Nueva a los pobres.
«¡Que Dios le dé la gracia de perseverar en ella y a todos ustedes la de vivir de tal forma que el buen olor de su vida y de sus trabajos atraiga a otros muchos para el progreso de nuestra santa religión!».[4]
Su hermano en san Vicente,
Tomaž Mavrič, CM
Superior general
[1] Sígueme VI, 140; Carta 2273 a un Hermano coadjutor, 10 de diciembre de 1656.
[2] Conferencia 129 del 23 de mayo de 1659 Sobre la uniformidad, SVP XI/4, 548-549
[3] Carta del 30 de julio de 1651 a Sor Ana Hardemont, en Hennebont, SVP IV, 228-229.
[4] Cf. Sígueme V, 408; Carta 2008 1924 a Carlos Ozenne en Krakow, el 29 de septiembre de 1655.