Queridos cohermanos de la Congregación de la Misión de San Vicente de Paul, Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul, otras Congregaciones que compartimos el carisma y espiritualidad vicentina, Asociaciones laicas, laicos y laicas vicentinas en general, quiere decir, todos que formamos parte del Movimiento de la Familia Vicentina y todos aquellos que se unen con nosotros al gozo de iniciar este tiempo para preparar la celebración del 4º Centenario de fundación de la “Pequeña Compañía”, el 17 de abril del año 2025.
“Preparar”, nos habla de “disponer”, de tener todo listo para que la conmemoración de nuestros orígenes, produzca, con la bendición de Dios, los abundantes frutos que esperamos. Iniciamos este tiempo llenos del Espíritu de Jesús Resucitado, con esta significativa “apertura” de la puerta santa de esta capilla de san Vicente de Paul. Animados por la esperanza cantamos con gozo: “¡Alégrate, Jerusalén, porque el pueblo santo de Dios avanza hacia ti, él entra ahora dentro de tus muros!”.
No hemos entrado aquí para encerrarnos y descansar, sino para avanzar hacia Ti, agradecidos de que hayas inspirado a Vicente de Paúl, la fundación de una Congregación para la evangelización de los pobres, formación del clero y formación de los laicos. Desde ahora te pedimos que nos dejes la puerta siempre abierta para entrar y salir. Que ella sea el símbolo de que no pararemos, de que nos disponemos a vivir continuamente en salida profética, sinodal y misionera, expresiones de nuestra espiritualidad.
Durante este tiempo de preparación, me parece fundamental revitalizar tres dimensiones de nuestra espiritualidad Vicentina:
1ª La dimensión profética. La crisis que vivimos desde hace tiempo, refleja un serio déficit en el espíritu. En muchos casos nuestra vida consagrada parece más conforme con la mentalidad dominante del mundo actual, que con el evangelio. No le damos al Espíritu el espacio suficiente para iluminar nuestros caminos, para robustecer la llama del celo apostólico y el fuego de la caridad. En otras palabras, no estamos permitiendo al Espíritu de Dios que esté “sobre nosotros” como dice el profeta Isaías y reafirma san Lucas al describir la misión de Jesucristo. La presencia del Espíritu sobre Jesucristo es característica de su ser profeta, uno de los rasgos por el cual, san Vicente tomó a Jesús como norma y modelo de vida para la Congregación.
¿Qué rasgos proféticos movieron a Vicente de Paúl? Para recuperar hoy, y poner en acto la fuerza profética que la Congregación de la Misión tuvo desde su fundación, es preciso aprender de san Vicente a leer los signos de Dios en el clamor de los pobres y prestarles directamente la debida atención, al igual que por medio de la formación del clero y de los laicos. Dos lecturas discipulares hicieron a san Vicente: la lectura de la acción del Espíritu en aquel moribundo que después de haberse confesado le convenció del peligro de condenación en que se encontraban los pobres del campo a causa de la ignorancia de su fe, muchas veces causadas por mala preparación del clero, al igual que de su a menudo desinterés por las personas viviendo en pueblos o pequeñas ciudades en las periferias. Experiencia que se repite, bajo otro aspecto, en Chatillón, ante aquella familia abandonada, acusada de tener la peste, tan temida por sus contemporáneos. La segunda lectura: la voz de Dios en los laicos. En su oído quedó grabada la insistente pregunta de Margarita de Silly, la señora de Gondi: “Señor Vicente ¿qué haremos? In quieto, se pone a buscar el modo de responder a ella.
El profeta es un ser en salida. Llamado, elegido y enviado por Dios, en circunstancias variadas pero muy concretas. Y ha de responder: de “ir”, de salir a exponer de palabra y con sus acciones la voluntad del que lo envió. No cabe duda que a Vicente, estos signos de Dios le hicieron salir de sí mismo, dejar sus falsas seguridades y renunciar a sus propios apegos. La penosa realidad de los pobres, leídas desde Dios, abrió los ojos, los oídos y el corazón de Vicente para transformar su vida en un humilde instrumento de Dios para el bien de los pobres. Urge, en estos tiempos, que el Espíritu de Dios “esté sobre nosotros” y despierte nuestra dimensión profética. En tiempos de insensibilidad, de desinterés por el otro, de egocentrismo y autoreferencialidad: en un mundo donde crece el número de pobres, crecen sus dificultades para vivir, y crecen los modos de pobreza, cuán importante es asumir el espíritu profético: denunciar con la propia vida “la patología de vivir autosatisfechos y sin riesgos”, el apego a las compensaciones económicas y las posesividades, a la enfermiza obsesión por los avances tecnológicos, al mundo de lo espectacular. Qué importante es anunciar con la propia vida el celo por la salvación de las personas y hacer las preguntas adecuadas. Las necesidades de los pobres miradas y escuchadas desde el Evangelio son hoy y siempre, una llamarada que enciende el fuego de la caridad y nos urge “a salir”, a “estar cercanos” y “disponibles” a todos aquellos a quien el Padre ama con preferencia y busca su salvación.
2ª La dimensión sinodal: También la dimensión sinodal de nuestra espiritualidad vicentina, presente en la fundación de la CM necesita ser revitalizada hoy. Como Jesús, Vicente de Paúl no tardó en darse cuenta de “la inmensidad de la misión”. Si el Hijo de Dios no quiso llevar solo semejante pero ¿por qué Vicente tendría que asumir aisladamente la tarea? Jesús se rodeó de discípulos “para que convivieran con Él y para enviarlos a predicar” (Mc. 3,13-15) ¿No debía él hacer lo mismo? En seguimiento a Jesús, Vicente involucra a otros sacerdotes en la misión y para empezar asoció a sí, cuatro misioneros: Antonio Portail, M. Belin, Francisco de Coudray y Juan de la Salle. En la Comunidad Vicentina no cabe el aislamiento, la exclusión, el solipsismo, el individualismo, ni el protagonismo porque la nueva comunidad es para la misión.
A Jesús no le bastó involucrar a doce apóstoles. Un signo suyo muy claro es enviar 70 discípulos: ningún discípulo puede asilarse de la Misión, ni realizar la misión a título individual. El Espíritu también sugirió a Vicente que debía involucrar en la Misión a todos: sacerdotes, hermanos, seminaristas, laicos. Y también envía de dos en dos, de tres en tres, siempre en comunidad.
El proyecto de Dios sobre la “Pequeña Compañía” es un proyecto discipular, sinodal, donde los misioneros, como Nuevo Pueblo de Dios, aprenden a “caminar juntos”: inseparables, aprenden a escuchar a Dios, a escucharse entre ellos, a escuchar a los pobres, y a los laicos; contiguos, aprenden a discernir el querer de Dios personal y comunitariamente, con sus comunidades, con su pueblo. Aledaños, buscan involucrar, comprometer y formar a todos, sacerdotes, hermanos, seminaristas y laicos, en la búsqueda de caminos para responder al plan de Dios; unidos y en comunión para trabajar en la construcción del Reino de Dios, sabiendo que ese reino es, sobre todo, para los pobres. De frente al mundo actual, es esta una dimensión también profética y testimonial.
3ª La dimensión en salida misionera es nuestra característica natural, nos da identidad y nos define. Una vida cómoda y del menor esfuerzo, tan propia del ambiente social, nos ha llevado en muchas ocasiones a la pérdida, cada vez más notoria, del celo apostólico, del valor del sacrificio, de las exigencias que representa para los discípulos de Jesús la extensión del campo de la evangelización, todo nos apremia a revitalizar nuestra celo misionera. Es fácil confundir misión con activismo: realizar un sinnúmero de actividades, tener muchos espacios y actividades misioneras, etc., y olvidarse de la espiritualidad que acompaña la misión. ¡La autenticidad de la misión surge de una espiritualidad profunda, de una intensa comunión, cercanía y amistad con Jesús!.
Vicente comenzó por constatar que la Misión es de Dios y no suya. El santo fundador lo repite una y otra vez que nadie, ni siquiera él, la pensó con antelación. Y aprendió a descubrir y a querer solo lo que Jesús quiere. Y es nada menos que Dios Trinidad quien emprendió la salida misionera. Por eso, la Congregación de la Misión nace “en salida”; y los misioneros salen “a la misión”, “a evangelizar a los pobres” lo repite Vicente de Paul hasta el cansancio. Esta mística está al origen, al medio y al destino final de la vida misionera de san Vicente y de los suyos. Esa es la convicción por la cual cambian su estilo de vida: Vicente sale de casa de los Gondi y se encarna entre los pobres. Y los 4 primeros también salen de lo suyo, de lo que hacían, que seguramente era muy importante, pero lo dejan ahí y salen. Su salida misionera tiene la itinerancia de Jesús: para vivir rentan una casa sencilla, popular; y cuando salen a misión, entregan la llave a algún vecino. La misión es la prioridad.
Estas convicciones desembocan en algo más profundo: Vicente de Paúl recibió de Jesús, “Evangelio de Dios” (EN 75), la gracia de sentir la urgencia de Dios por la misión. El celo de Dios nutre el celo, la pasión del misionero por “hacer lo mismo que Jesús vino a hacer en la tierra: evangelizar a los pobres”. Y lo demuestra el contrato de fundación de la Pequeña Compañía, donde negocia “salir” al estilo del evangelio: “se dedicarán por entero y exclusivamente a la salvación del pueblo pobre, yendo de aldea en aldea a sus propias expensas, predicando, instruyendo, exhortando y catequizando a esas pobres gentes y moviéndolas a hacer una buena confesión general de toda su vida pasada, sin recibir ninguna retribución de ninguna clase, sino distribuyendo gratuitamente los dones que han recibido de la mano generosa de Dios”. Lo único que debe mover a los misioneros es la pasión, el celo por la salvación de las almas.
La espiritualidad misionera facilita a los misioneros vivir las exigencias propias de la misión: a salir de sí mismos, a dejarlo todo para pensar, hablar y actuar por el bien de los demás, en especial por el bien de los pobres. Vivir en el espíritu misionero de Jesús ayuda a desplazarse del egoísmo autoreferencial y de las complacencias del acomodamiento. Admira que san Vicente y sus asociados ganan en libertad, dejan todo y salen por propia voluntad, sin que nada ni nadie los presione. Solo el seguimiento a Jesús, cuya vida refleja el amor a Dios por los pobres y su pasión por la evangelización, les mueve a adoptar un nuevo estilo de vida.
Invito a todos los miembros de la Congregación a emprender con ilusión esta nueva etapa de nuestro caminar hacia Jesús. Permitamos al Espíritu “estar sobre nosotros” en este nuevo proceso de escucha y discernimiento para revivir el espíritu de Jesús en la Congregación de la Misión. Nuestro paradigma es volver al evangelio, volver a vivir el espíritu de profecía y sinodalidad para la misión. La cosecha sigue siendo abundante y los obreros muy pocos. Que nuestras oraciones no cesen de pedir al Señor nuevas y santas vocaciones. Pidamos a Jesús, que nuestros pies no se cansen de salir, de caminar, de ser testimonio profético, sinodal y misionero que invite y motive a otros y a otras, a revestirse del espíritu de Jesús. El Espíritu que llenó de Dios a la Virgen Maria, nos haga creativos y fecundos al revitalizar la Congregación que es obra de Dios y no obra humana. Pidamos a Jesús, que nos dé la gracia de que nuestro testimonio de vida, nuestras palabras y acciones, el mundo pero sobre todo los pobres, descubran que ha llegado el reino de Dios.