A lo largo de la historia muchos, filósofos y teólogos, han reflexionado sobre la virtud de la mansedumbre. El propio Jesús no es una excepción. El evangelista Mateo pone esta frase en boca de Jesús: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt. 11:24). Quizá sea la única vez que Jesús invita a sus discípulos a imitarle porque “es manso y humilde de corazón”. Carlo Mazzantini, filósofo italiano, define la mansedumbre diciendo que “es dejar que el otro sea lo que es”. Si uno es mentiroso, arrogante, violento y prepotente, una persona mansa deja a esta persona tal como es, no porque no quiera que cambie o que le cambien, sino que no quiere utilizar la misma arma que el arrogante, violento, prepotente y mentiroso. Por eso, el ‘manso’ para no usar las mismas armas trata de hacerlo con un estilo respetuoso, amoroso y en pequeños pasos, poco a poco, trata de desarmarlo confrontándolo con lo absurdo de su arrogancia y prepotencia. En el amor respetuoso, decía Blaise Pascal, “un silencio vale más que un discurso”. La persona mansa es aquella a la que no le gusta la competición, los concursos ni las rivalidades. La persona mansa vive una vida en la que no hay vencedores ni vencidos. Por supuesto, la mansedumbre no es sumisión. El sumiso es aquel que renuncia a luchar por miedo o debilidad. El manso, en cambio, rechaza el sentido de la lucha sangrienta, vana y narcisista. El manso no se deja vencer por el deseo de venganza y no perpetúa peleas por principios. Jesús reveló que Él no sólo es el modelo y la fuente de nuestra mansedumbre, sino que es sobre todo “la personificación” de la mansedumbre del Padre. En efecto, en las Bienaventuranzas proclama: “Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra” (Mt 5,4).

¿QUÉ NOS DICEN LAS ESCRITURAS SOBRE LA VIRTUD DE LA MANSEDUMBRE?

EL ANTIGUO TESTAMENTO:

1.1) En general, la Biblia nos presenta algunas figuras que son “modelos de mansedumbre y humildad”, como Moisés. Notemos, pues, de entrada, que la mansedumbre no es signo de debilidad ni de falta de firmeza y constancia. El manso, según la Biblia, es ante todo una persona que se somete a Dios con humildad confiada en sus manos. Esta sumisión servil, como la de María de Nazaret, está fundada y arraigada en el amor gratuito de Dios. Su historia personal, sus obras y sus oraciones están guiadas por este amor. La persona mansa experimenta a Dios con confianza en su vida y está serena. De hecho, el libro de los Salmos recoge muchos ejemplos de este tipo.

1.2) En la Escritura tenemos muchas enseñanzas sobre la “inconmensurable bondad de Dios” en forma de diversas oraciones y exhortaciones. De hecho, el profeta Nahum dice: “Bueno es el Señor, refugio seguro en el día de angustia” (1,7). El Sal 34,15, por su parte, reza: aléjate del mal y haz el bien; busca la paz y persíguela. El Sal 31,20 reza y canta la inmensa bondad de Dios cuando dice: “qué grande es tu bondad Señor. La reservas para los que te temen…”. Dios manifiesta su bondad al crear y gobernar el universo: “gobierna todas las cosas con excelente bondad“. El Señor invita a la humanidad a disfrutar de su bondad (Sal 34,4), todo lo que Dios provee y proporciona al hombre es una muestra de su amor benevolente: “más dulces que la miel son tus palabras, tu ley y tus decretos”. El Padre es quien cuida de todos sus hijos, cuida de cada uno personal e individualmente. Éxodo 3:7-8 expresa de manera excelente la bondad compasiva de Dios.
“El Señor dijo: He observado la miseria de mi pueblo en Egipto y he oído su clamor a causa de sus gobernantes, conozco sus sufrimientos. He bajado para librarlos del poder de Egipto y para levantarlos de esta tierra a una tierra hermosa y espaciosa, a una tierra donde fluye leche y miel…”.
Este Dios es un Dios que se hace peregrino por amor. Es un Dios tan bueno que no sólo baja de su Trono celestial, sino que hace una alianza con su pueblo: “Yo estaré con vosotros” (v. 12); es decir, “Yo seré vuestro Emmanuel, Dios con nosotros”. Esta promesa “Yo estaré contigo” fue dada durante la caminata por el desierto (símbolo de desesperación, decepción, frustración, de un pueblo o individuo sin respuesta a sus muchos “porqués” en la vida).
La bondad de este Señor cambia la suerte del hombre, que hace bien en orar diciendo: confía en el Señor y haz el bien (Sal 37,3); si quieres estar seguro contempla la bondad del Señor en la tierra de los vivos (Sal 27,13). El hombre debe aprender de la bondad del Señor y de su mansedumbre porque “el mérito del hombre es su bondad; más vale pobre que mentiroso” dice el libro de los Proverbios 19,22.

1.3) En el Nuevo Testamento, el propio Jesús se describe a sí mismo como manso (Mt 11:29). De hecho, en su ministerio público se acercó a pecadores, prostitutas, publicanos y todas las categorías que la religión judía consideraba “impuras”, por lo que un hombre de Dios, un profeta como Jesús no podía ni debía acercarse a ellos. Jesús, en cambio, razonaba de otra manera; nunca excluyó a nadie en Su ministerio hasta el punto de considerar que “el sábado es para el hombre y no al revés”. Se granjeó muchos enemigos por esta postura, es decir, por Su inmensa e ilimitada bondad. Como sabemos, pagó un alto precio por ello, derramando Su sangre en el Calvario. San Pablo nos exhorta a seguir la bondad del Maestro (2 Co 10,1) precisamente porque la considera un don del Espíritu del Resucitado: el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, bondad; bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí (Ga 5,22). La mansedumbre es una virtud del hombre de Dios. “Pero tú, hombre de Dios, huye de estas cosas: tiende a la justicia, a la piedad, a la fe, a la caridad, a la paciencia, a la mansedumbre” (1 Tim 6,11). En esencia, la exhortación de Pablo es a ser mansos y dóciles en el arrepentimiento incluso con los que no amáis, con vuestros adversarios y enemigos, con la esperanza de que Dios permita que se conviertan, para que reconozcan la verdad (2 Tm 2,25). Además, la mansedumbre es la disposición para aceptar el Evangelio: “aceptad con mansedumbre la palabra que ha sido sembrada en vosotros y que puede salvar vuestras almas” (St 1,21).

La virtud de la mansedumbre en la enseñanza de San Vicente y para nosotros hoy.

Quienes desean seguir a Cristo y continuar su misión (que es el objetivo de nuestro carisma vicenciano), ven en la mansedumbre el signo de la presencia operante del Espíritu de Dios en nosotros. La mansedumbre de la que Cristo es modelo debe caracterizar nuestra vida de cristianos y de consagrados. “La mansedumbre es el distintivo de los que pertenecen a Jesucristo” (SV). El apóstol Santiago dice: “¿Quién es sabio y sagaz entre vosotros? Mostrad con vuestra buena conducta vuestras obras inspiradas en la sabia mansedumbre […]. La sabiduría que viene de lo alto es ante todo pura; luego pacífica, mansa, complaciente, llena de misericordia y de buenos frutos, sin parcialidad y sin hipocresía”. También nosotros debemos ponernos en su escuela, en la del humilde y manso Maestro, Jesús, regla de la Congregación de la Misión.

2.1) En cuanto a la virtud de la mansedumbre, San Vicente tomó mucho de su maestro espiritual: San Francisco de Sales. En efecto, SV trata de ver los beneficios de esta virtud especialmente en las relaciones humanas en comunidad. Los mitos hacen que la vida comunitaria sea un oasis o un pequeño paraíso: mis queridas hijas, les decía a las FdC, asegúrense de que su hogar sea un paraíso mientras practiquen la moderación y el respeto mutuo, pero dejará de serlo y se convertirá en un infierno en cuanto haya discordia entre ustedes. Según SV, la virtud de la moderación es una virtud que nos mantiene tranquilos en una situación agitada y difícil porque controla nuestra emotividad e ira. La moderación “es una fuerza secreta en el corazón que no solo atenúa el ardor de la ira, sino que también sofoca los más mínimos sentimientos”. Y también es la capacidad de controlar la lengua porque es un órgano capaz de “incendiar toda la existencia” (Gc 3:7). Además, para SV, la moderación es amabilidad, cordialidad, hospitalidad y benevolencia hacia las personas con las que vivimos. SV decía: debemos ser personas amables, cordiales y capaces de recibirlos con los brazos abiertos. Cuando recibimos una decepción, una injusticia, palabras desagradables y ofensivas, la virtud de la moderación nos ayuda a ser más tolerantes, a perdonar y a seguir adelante.

P. Zeracristos Yosief, C.M.

Este artículo forma parte de una reflexión sobre las virtudes vicencianas:
Humildad
La sencillez