profecíaSon tantos los desafíos que nos interpelan hoy, como cristianos. Por ejemplo, la gestión individual e inicua de las riquezas, que es causa de injusticia y de muerte de muchos/as; la opción por la guerra en nombre de meros intereses nacionales y locales, que inviabiliza la construcción de la paz; el silencio ante el grito desesperado de los pobres, que revela el proyecto de una sociedad clasificada y dividida en lugar de una fraterna; la cuestión climática, constantemente ignorada, hasta que no nos toca individualmente; la insensibilidad ante la diversidad, que impide el surgimiento de una sociedad diversa, etc.

El Evangelio de este domingo (Mt 10,26-33) presenta el corazón del discurso misionero de Jesús. Una misión que consiste en un anuncio difícil y contracorriente, que causa divisiones y en muchos casos incluso malentendidos e persecuciones. Porque Jesús invita a revelar las tramas ocultas del poder; los diseños conspiradores de quienes no tienen interés en el bien común; o el sutil juegos de alianzas en nombre de una paz que en realidad solo enmascara los intereses de los grupos. Es este el anuncio que Jesús entrega a los misioneros, junto con la responsabilidad social de sanar a los enfermos, resucitar a los muertos, purificar a los leprosos, expulsar a los demonios (Mt 10,8). Si interpretamos estas categorías de personas socialmente y no solo espiritual o moralmente, nos encontramos con los rechazados de la sociedad: los contaminados por el sistema capitalista; los desesperados; lo diversos; los afectados por los muchos trastornos psicológicos que nos afectan, hoy. El evangelio del Reino, por lo tanto, consiste en transformar situaciones humanas, sociales y ecológicas, que son producto de una sociedad enferma, incapaz de garantizar una vida sana y saludable, para todos.

Durante demasiado tiempo, la Iglesia ha anunciado a sí misma, con la intención de llenar sus maravillosos templos que en muy poco tiempo se han vaciado. El proyecto de la Cristiandad ha fracasado, arrastrando con él cierto modelo de Iglesia y de religión. No creo que tengamos que esperar que la crisis nos arrastre al fondo del pozo, para cambiar. El evangelio es extremadamente claro y comprensible, y la figura de Jesús recuerda que el cristiano no puede retroceder ante los grandes desafíos eclesiales y sociales. Por supuesto, no corresponde a todos llenar las plazas para manifestarse en contra de la injusticia o del silencio de un sistema deteriorado. Pero, depende de cada uno/a tomar en serio la propuesta de Jesús, que es religiosa y política al mismo tiempo, de transformar inicialmente su vida, la Iglesia y toda la sociedad.

El silencio, la quietud, la espera pasiva o la actitud de quienes no ve ni escucha, no son virtudes cristianas. Son pecado de omisión. Tampoco debemos confiar demasiado en ciertas prácticas de piedad que son demasiado intimisticas e individualistas, o en una cierta “respetabilidad” interesada en mantener el status quo, y incapaz de involucrarse en la transformación de las relaciones sociales, de la política y de las injusticias. Vivimos el tiempo de la profecía, sentimos la necesidad de que alguien levante su voz y sostenga la bandera del bien común, sin temor a las consecuencias que vendrán. Al igual que Jeremías, el profeta que, a pesar de traer en su piel las consecuencias de su anuncio, no retrocede, sino que endurece su rostro y continúa con coraje su misión.
“No temáis” – dice Jesús – hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados (…), vosotros valéis más que muchos pajarillos.”

Luigi Shiavo, Biblista