Hablar de “Madre de Dios” nos podría conducir a los problemas teológicos que conlleva esta denominación, por ejemplo, si Dios tuvo una madre, entonces Dios ha sido creado.

Pero ingresar en este tema sería más bien una clase de teología más que una reflexión.
Por eso pensé en dividir este momento en 4 bloques.

2 – María mujer de la Palabra:

¿Es posible que Dios elija a alguien que no tiene fe? Sí, claro que es posible porque Dios elije a todos y cada uno de sus hijos, pero lo que no es posible es que alguien que no tiene fe pueda escuchar la voz de Dios.

Cualquiera de nosotros podemos reconocer la voz e incluso los sonidos que realiza la persona que vive con nosotros. Mi mamá, por ejemplo, podía reconocer por el sonido que hacía la puerta quién de mis hermanos o yo volvía de bailar. Porque cuando uno comparte mucho tiempo con alguien es capaz de reconocerlo, aunque no lo vea.

De María podemos decir que ha pasado realmente mucho tiempo con Dios, simplemente porque fue capaz de reconocerlo, de saber “escuchar su voz” en lo cotidiano.

Ahora bien, ¿cómo es posible que María lo pueda reconocer? Una de las situaciones es su familia. María seguramente habrá escuchado la historia del Pueblo de Dios en Egipto, habrá conocido las leyes del Señor porque sus padres se las enseñaron. También era parte de una Comunidad Creyente. Podemos entender que el Pueblo de Israel, aún en sus infidelidades, buscaba y creía en Dios. Pero, más allá de estas situaciones, en sus palabras y sus actitudes podemos contemplar la profundidad de la Palabra de Dios en su vida. El Magníficat es una síntesis de cómo la Palabra de Dios era parte cotidiana de la vida de ella. María estaba habituada a escuchar a Dios, tenía un corazón en “práctica” para el encuentro.

¿Quién de nosotros puede decir que escuchar la Palabra de Dios y reconocerla como tal es una cuestión simple?

Cualquiera de los que somos parte de la Vida Consagrada entendemos que esto es bastante difícil, sino ¿por qué la gente nos hace tantas preguntas? ¿Por qué cuando nos conoce no entiende nuestro estilo de vida? Simplemente porque no cabe dentro de la “habitual”.

Pero también, ¿cuántas veces nosotros mismos nos hemos preguntado si aquello que sentíamos era verdaderamente Palabra de Dios o palabra nuestra?

Saber discernir esa Palabra nos lleva toda la vida, porque ella es siempre nueva, dinámica, viva.

Sólo quien es capaz de buscar ese encuentro con el Señor, como lo ha hecho María, será capaz de reconocer su Palabra y hacerla vida.

2 – María la mujer del Sí

A María la podemos conocer como la mujer del Sí, quien, al escuchar la propuesta del Señor para ser la Madre de Dios, responde inmediatamente con un Sí.

¿Pero nos hemos puesto a pensar detenidamente sobre este sí?

Si la pregunta es: ¿quieres ser la Madre del Hijo de Dios sin relación con ningún hombre? ¿Pensaríamos que esto es lógico? Yo creo que no. Si viene una joven con un discurso semejante, es muy probable que le aconseje hablar con un psicólogo.

Por lo tanto, esta situación, nos hace descubrir lo difícil que podía ser creer en propuesta semejante. Aún con esto María resuelve responder que Sí, y este Sí conlleva una serie de dificultades.

María debe deshacer su plan de vida para adaptarse al plan de Dios. Ella tuvo que romper una estructura social y familiar. Recordemos que para ellos los hijos eran una bendición de Dios, por lo que aceptar ser madre de uno solo, teniendo la posibilidad de más, era ir en contra de una cultura.

Ha dicho Sí sabiendo que, por ello, la iban a matar. No existía otra alternativa más que la lapidación y aun conociendo eso, decide responder que sí.

Dice Sí a pesar que, llevando al Salvador, debe dar a luz en un establo.

Su Sí la transforma en una migrante. Tuvo que dejar su casa, su familia, su país para poner a salvo a su Hijo.

Este primer Sí no es el único que debe pronunciar María. Ha tenido que aceptar la voluntad del Señor a lo largo de su vida.

Aceptar que un niño de 7 años le diga que él se estaba ocupando de las cosas de su Padre en lugar de jugar con otros niños.

Tuvo que pronunciar un Sí cuando su Hijo, quien estaba en peligro o siendo mal visto por la sociedad, le dice que su madre y hermanos son los que cumplen la voluntad de Dios.

Incluso tuvo que decir Sí al ver a su Hijo siendo torturado y colgado en la cruz y, aún más, tuvo que aceptar su muerte.

Tuvo que decir Sí en la espera de la Resurrección, porque confiaba que ese Dios que puso a su Hijo en sus brazos, no iba a quitárselo ahora.

Dijo Sí en medio de una comunidad con miedo o desilusión, esperando el sostén del Espíritu Santo.

Con todo esto, podemos entender que el Sí de María no fue simplemente uno y ni siquiera fácil.

Este es el modelo de Sí de los cristianos. Un Sí que implica toda nuestra vida, en el miedo, en la incomprensión, en la dificultad, en la muerte…

Podemos pensar, en la Vida Consagrada, que nuestro primer Sí ya es suficiente y que ese Sí nos lleva a la aceptación completa de cualquier nueva propuesta de Dios y la verdad que no. Cada Sí es una prueba, cada momento de nuestra vida es particular y diferente y muchas veces tendremos las ganas de decir “hoy no”.

Hoy no quiero más esta comunidad. Hoy no quiero dejar pasar el amor de una persona. Hoy no quiero seguir esforzándome sin ser reconocido. Hoy no puedo más con mi propia vida.

Y a pesar de que pronunciemos algún No, el Señor seguirá buscándonos y seguirá proponiéndonos algo nuevo para provocar nuevamente el Sí.

En esto, María sigue siendo escuela y ejemplo, en la capacidad de decir Sí a cada una de las propuestas del Señor.

3 – María y la Encarnación

Podemos decir que en toda mujer que llega a la maternidad hay dos momentos claros:

  • La maternidad física
  • La maternidad del corazón

Estas dos no necesariamente van unidas. La mujer que adopta decide ser madre desde el corazón, aun cuando su físico no se lo permite. Como también aquella que aborta, tuvo la posibilidad físicamente de serlo, pero su corazón no se lo permite.

Si tratamos de imaginar qué fue primero en la vida de María, es posible que lleguemos a la conclusión que primero fue madre del corazón.

Ella recibe primeramente una propuesta del ángel, la cual la medita e, incluso, sin entender del todo, acepta. Por lo tanto, recibe primero a Jesús en su corazón y desde esa aceptación, es posible la concepción.

Dios se maneja con nuestra libertad, necesita de ella para actuar, es por eso que la aceptación de María es fundamental.

María entonces es, sobre todas las cosas, madre del corazón.

El mundo nos recrimina, aun cuando hoy en día exista un rechazo a la vida, que la Vida Religiosa no acepta la maternidad o paternidad. En realidad, estamos llamados, como María, a ser “Madre del Señor”, a aceptarlo y llevarlo en nuestro corazón, a cuidar de Él y su mensaje, a hacer que crezca en nosotros. Estamos llamados a “encarnar a Jesús en nuestra vida”.

Solo un corazón libre y vacío de todo será capaz de recibir algo tan grande como lo es el Señor. Por ello, es necesario, no solo una aceptación de palabra sino de vida, de actitudes, de “espacio”. Nos lleva a vaciarnos para poder así llenarnos, lo que implica muchas veces una renuncia a todo aquello que no sea de Dios.

4 – María, madre Dios

Según el Evangelista Juan, “el Verbo se hizo carne”. La Palabra eterna del Padre asumió un cuerpo mortal para ser parte de nuestras vidas, para caminar con nosotros y para darnos la salvación.

María es quien lleva en ella esta Palabra del Padre y la comparte con la humanidad entera. El Hijo de María es entregado a los hombres, ella lo porta en el vientre para llevar alegría a su prima y lo da a luz para que esa luz alcance a todos.

La generosidad de esta mujer ha tenido que ser tan grande para poder darnos lo que más ha amado, su Hijo.

María nos visita con la Alegría del Evangelio, porque esa Alegría no es otra cosa más que el mismo Jesús. Ella no da a luz un hijo para sí, da a luz un Hijo para el mundo.

La Iglesia llama a María, la primera Misionera y es desde esta lógica que podemos decir que es así.

No existe relato bíblico donde María no esté ligada a él y donde de alguna u otra forma no lo comparta.

El Papa Francisco, desde un primer momento nos habló de no ser portadores de “cara de vinagre”, en cierto modo supo recoger el pensar de mucha gente que ve en nosotros una Iglesia sufriente, una Iglesia donde no es posible la sonrisa y la alegría.

Cuando una madre da a luz un hijo, toda la familia se llena de alegría. Tal vez debería preguntarnos si es que nosotros hoy estamos dando a luz o más bien nos estamos cerrando a la vida de Dios.

El mundo está lleno de dolor, desesperanza y vacío, somos nosotros quienes debemos convertirnos en “madres” para aliviar, llenar o simplemente recobrar la alegría.

Si nuestro mensaje, nuestra vida, nuestra comunidad no provocan todo esto, es porque aún no hemos aprendido de María lo que implica ser Madre de Dios.

P. Hugo Vera CM