Santa Luisa de Marillac: mujer guiada por el Espíritu Santo. Fundadora[1]
El desafío de los hijos e hijas de San Vicente y Santa Luisa, herederos del carisma que fluye del Espíritu Santo a través de ellos, es volver una y otra vez a aquella fuente para redescubrir en ellos, personas guiadas por el Espíritu Santo, sus cualidades de fundadores.
Fabio Ciardi, en su obra “Fundadores, hombres del espíritu: para una teología del carisma de fundador”, establece cuatro dimensiones en las que se manifiestan el carácter genuino de un carisma: pneumática, cristológica-evangélica, eclesial y de fecundidad. En el presente trabajo queremos presentar cómo se manifiestan estas dimensiones en la vida y obra santa Luisa de Marillac, considerando el contexto que en que estamos los 400 años de la iluminación de Pentecostés.
Dimensión pneumática
Lo primero que destaca Ciardi es que “el fundador es ante todo una persona suscitada y movida por Dios mediante su Espíritu” (Fabio, CIARDI, Fundadores, hombres del espíritu: para una teología del carisma de fundador. Madrid, Paulinas, 1983, 352-357). En esta dimensión pneumática se pueden identificar tres momentos:
a) Experiencias iluminativas: Son situaciones en donde el fundador es formado y conducido por el Espíritu de Dios. En la vida de Luisa podemos ubicar una de estas experiencias el 4 de junio de 1623, día de Pentecostés.
Ella da testimonio en sus escritos que ese día su espíritu quedó iluminado y recibió un gran consuelo y fuerzas para permanecer al lado de su marido; también se abrió a la gracia de esperar con confianza “las promesas de Dios”: poder servir en comunidad al prójimo. (Cf. E 5-7). Este hecho abre en la vida de Luisa un proceso de discernimiento desde la libertad interior que es capaz de experimentar, y, por lo tanto, es un hito importante en su proceso de madurez espiritual.
Otra experiencia iluminativa sería cuando en 1629 es enviada a visitar las Cofradías de la Caridad. En aquella experiencia ella va saliendo de sí misma y en contacto con las realidades de los pobres observa los servicios que se les prestan y sus desafíos. Se va convirtiendo en una organizadora. Observando las dificultades de las Cofradías en las tareas encomendadas, empieza a soñar con optimizar el servicio. Este tiempo de dedicación generosa al servicio de los pobres permite forjar en Luisa lucidez y creatividad en la organización de la caridad.
b) Experiencias propedéuticas: Son situaciones por medio del cual el Espíritu Santo predispone la mente y el corazón del fundador. Ellas les permiten que desde una experiencia de trascendencia pueda leer desde Dios los acontecimientos difíciles que fueron formando su personalidad, descubriendo que así se cumple las palabras de Pablo: “Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman, de aquellos que él llamó según su designio” (Rm 8,28).
En la vida de Luisa las situaciones propedéuticas empiezan desde el momento de su nacimiento: su padre estaba viudo y a su madre no llega a conocerla. Su educación fue confiada a las Dominicas de Poissy, aproximadamente hasta los 13 años permanecería allí. Cuando ella estaba en la difícil etapa de la adolescencia, fallece su padre. Su tío Miguel se convierte en su tutor, éste la lleva a una pensión donde aprenderá lo necesario para la vida doméstica.
A los 15 años surge en ella el deseo de ser religiosa capuchina, pero ante la situación frágil de su salud, el director espiritual del convento rechaza su petición, diciéndole una de las frases que habrá quedado grabada en el corazón de la joven Luisa: “Usted no puede ser religiosa porque no tiene salud y porque Dios reserva otros planes para usted”. ¿Cómo habría recibido tal negativa una adolescente carente del afecto materno y que desde hace dos años estaba huérfana de padre?
Pero la experiencia propedéutica de Luisa aún no termina. El 5 de febrero contrae matrimonio con Antonio Legras, los primeros años del matrimonio fueron felices. En 1617 las cosas cambian desde lo político para los Marillac y en 1622 Antonio cae enfermo. Luisa se culpabiliza, se pregunta si no es un castigo por no haber ingresado en religión. La pasa muy mal en esos años. Está angustiada, le asaltan dudas de fe y probablemente sufre depresión.
Estas experiencias propedéuticas en la vida de Luisa fueron caminos hacia la perfección de la caridad, que la va haciendo dócil a la acción del Espíritu. Las experiencias vividas agudizan la sensibilidad en determinados aspectos humanos y cristianos, las mismas se desarrollarán como elementos esenciales en el nuevo proyecto de su vida.
c) Desarrollo de las inspiraciones fundantes: Empieza a dar forma y vida a un proyecto que no es propiamente de ella, sino el desarrollo de la expresión concreta del amor de Dios. Afirma Ciardi es “un proceso evolutivo de continuidad, guiado siempre por la acción del Espíritu, que también aquí obra de forma directa o indirecta por factores externos, hasta su plena formulación, frecuentemente consignada en la regla”.
En la vida de Luisa esta dimensión se concreta progresivamente. En primer momento, hacia 1630 la Providencia puso en el camino de ella y de Vicente a Margarita Naseau, quien se ofreció para ayudar a las Damas de la Caridad de París. Después de Margarita llegan otras y Luisa empieza a proponer a Vicente una nueva comunidad para servir a los pobres. En un segundo momento se concreta la fundación de la compañía, esto sucede el 29 de noviembre de 1633, vigilia de San Andrés. Luego de un largo proceso de discernimiento, María, Nicolasa, Juana y Micaela se reúnen en la casa de Luisa y nace la Compañía de las Hijas de la Caridad. Margarita Nasseau no pudo ser del grupo, unos meses antes había fallecido, víctima de su caridad heroica, por haber compartido su lecho con una mujer atacada por la peste. Con el nacimiento de la Compañía Luisa se convierte en la madre creativa y audaz. Con la “pedagogía de la ternura” acompañará a sus hijas en el servicio de los pobres. El discernimiento comenzado en la iluminación de Pentecostés exige cada día más hondura, ella avanza por ese camino acompañando y formando a las primeras Hijas de la Caridad.
Dimensión cristológica
La acción pneumática se concreta en la función cristológica y evangélica, porque también como dice el Apóstol: “El mismo Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad porque no sabemos orar como es debido; pero el Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables” (Rm 8,26).
De esta manera, la inspiración que viene del Espíritu Santo, presenta al fundador un misterio de Cristo que encierra en sí un mensaje salvífico. Esta dimensión cristológica y su mensaje es un hecho experimentado por el fundador, de tal manera que no cuenta lo que “otros le han contado” sino comparte una experiencia personal.
Esta experiencia-dimensión de Cristológica no implica una originalidad absoluta en los fundadores. Ya que ellos han bebido de las fuentes de la espiritualidad de su tiempo, y a su vez los contemplativos de su tiempo se han alimentado del rico acervo espiritual cristológico de la Iglesia, presente en la misma desde sus orígenes.
En la experiencia espiritual de Luisa Jesucristo fue ocupando el lugar central de manera procesual. No es que al principio Luisa no fuera “cristiana” sino que estaba muy influido por espiritualidades de la época, especialmente por la Escuela Abstracta. Benito Martínez al estudiar los escritos de Luisa entre los años 1627 y 1639 afirma que en este periodo “solamente nombra dos veces a Jesús y una vez a Nuestro Señor, mientras que la palabra Dios aparece más de veinte veces” (Martínez, B., La Señorita Le Gras y Santa Luisa de Marillac, CEME, Salamanca, 1991, p. 155). En la medida en que va entrando en la espiritualidad de Francisco de Sales y Vicente de Paúl se afianza más en ella una espiritualidad cristocéntrica que parte de la contemplación y valoración del misterio de la Encarnación en todos los momentos de la vida de Jesucristo: “Amor de Dios hacia los hombres, que le ha llevado a querer que su Hijo se hiciera hombre, porque sus delicias es estar con los hijos de los hombres y para que acomodándose al estado de los hombres les diese todos los testimonios que su vida humana contiene de que Dios les ha amado desde toda la eternidad” (C. 105).
Avanza su espiritualidad cristocéntrica en la valoración del misterio Eucarístico. Podemos decir que Luisa de Marillac fue verdaderamente una mujer eucarística. La Eucaristía es para ella comunión y encuentro espiritual con Jesús encarnado: “En la amorosa unión (de la Eucaristía) Dios viéndose en nosotros nos devuelve enteramente de nuevo sus semejanzas por la comunicación, no solamente de su gracia, sino de Él mismo, que nos aplica tan eficazmente el mérito de su vida y de su muerte que nos hace capaces de vivir en Él, teniéndolo vivo en nosotros” (E 97).
El cristocentrismo espiritual de Luisa sostiene su apostolado, primero como visitadora de las cofradías de la caridad y luego como madre-mentora-educadora de la compañía; en ambas etapas fue descubriendo y afianzando su vocación de servidora de los pobres. A medida que crece su amor-vínculo con Cristo se intensifica su vida interior, se dispone siempre al cultivo de la misma y acompaña a las hermanas en ese proceso mistagógico. Expresará este espíritu en una correspondencia a Sor Juana Delacroix: “(Sin una vida interior) las acciones exteriores, aunque sean para el servicio de los pobres, no pueden agradar a Dios ni merecernos recompensa, de no estar unidas a las de nuestro Señor” (C. 722). Todo esto lleva a poner en el centro de la vida de la naciente compañía el modelo de Jesucristo y a instar a las hermanas, junto con Vicente, a amar el espíritu de la compañía. No duda en afirma que “el espíritu de la Compañía es el espíritu de Nuestro Señor” (C 114).
Sabemos que el misterio de Cristo es inagotable, sin embargo, Luisa, como Vicente, presenta a sus discípulas una dimensión de este misterio insondable: Cristo evangelizador.[2] En palabras semejantes a las de Vicente escribe: “Vivimos, pues, como muertas en Jesucristo y, como tales, ninguna resistencia a Jesús, ninguna acción si no es por Jesús, ningún pensamiento más que en Jesús, en fin, no vivir nada más que para Jesús y para el prójimo, a fin de que en este amor que une, yo ame todo lo que ama Jesús” (E 69).
Si bien explícitamente Luisa no cita un texto evangélico del que podamos deducir su cristología, sí podemos ver en sus correspondencias y escritos que a quien sigue e imita a Cristo evangelizador. Y así su vida “se convierte en “exégesis viviente” y “en su realización”, en palabras de Ciardi.
Dimensión eclesial
Afirma Ciardi “la inspiración fundamental, además del aspecto cristológico y evangélico, contiene una percepción particular de la situación social y eclesial. Le otorga al fundador la capacidad de leer Ios signos de los tiempos y de interpretarlos a la luz del plan de Dios”.
Luisa de Marillac se siente hija de la Iglesia y de esa misma experiencia hace parte a sus hijas, fundadas y formadas para atender corporal y espiritualmente a los pobres, “miembros privilegiados y destinatarios de la acción de la Iglesia”. (Delgado, C., Luisa de Marillac y la Iglesia, CEME, Salamanca, 1981, p. 109). En su preocupación, como en la del Vicente, está en dejar en claro que las Hijas de la Caridad no son religiosas. De esa manera propone a sus hijas un nuevo modo de vida consagrada, donde en el centro esté el apostolado del servicio de los pobres. Cuando insiste en que “no serán religiosas” es para evitar la clausura y buscar proponer el servicio caritativo como medio de perfección, ya que les dice: “Las Hijas de la Caridad están obligadas a trabajar por ser más perfectas que las mismas religiosas” (C. 739).
Un hecho en la vida de Luisa tal vez puede dar lugar a cuestionar su obediencia a la Iglesia, sin embargo, nosotros vemos en ese episodio la búsqueda de responder a la voluntad de Dios de acuerdo a la realidad eclesial de aquel tiempo y darle así el amparo eclesial a su fundación. Nos referimos a la dependencia de las Hijas de la Caridad del Superior General de la Congregación de la Misión. Luisa detecta que los intentos de agrupaciones seglares terminaron siendo congregaciones religiosas bajo el amparo de los ordinarios del lugar, por eso busca, en incluso en contra de Vicente, que la naciente compañía esté bajo la dirección el Superior General. En una de sus cartas a Vicente expresa la certeza de que la Compañía debe ser fiel a “la dirección que Dios le ha dado”, dice: “En nombre de Dios, padre, no permita que se cuele lo más mínimo que pueda dar pie para que se salga la Compañía de la dirección que Dios le ha dado; esté seguro que entonces dejará de ser lo que es ahora y que los pobres enfermos se quedarán sin socorrer; y creo que entonces ya no se cumplirá la voluntad de Dios sobre nosotras” (SVP III, 115).
Otro hecho novedoso en la vida de Luisa y de la naciente compañía fueron la forma y el fin de la emisión de los votos. Fiel a la corriente espiritual de su tiempo, el “movimiento devoto”, ella insiste en la importancia de emitir votos; pero a su vez es consciente de que este acto no debe interpretarse como en una religión. De esta manera realiza una práctica eclesial, pero colocando en primer lugar el fin de la comunidad. La fórmula insiste en el fin: “Para dedicarme todo este año al servicio corporal y espiritual de los pobres enfermos”. El 25 de marzo de 1642 (a nueve años de la génesis de la compañía), Luisa de Marillac y cuatro hermanas hacen votos perpetuos. Estos votos se entienden solo a partir de la consagración bautismal, ella da sustento a esta práctica y a la misma se suscribe (Delgado, C., op. cit., 122). En los inicios de la Compañía habrá una práctica variable sobre los votos, algunas emiten por un año, otras de forma perpetua. La Regla de 1655 no dice nada sobre la práctica y los Estatutos y Reglamentos generales de 1718 toma como normal la práctica de los votos anuales. Para Luisa los votos se fundamentan en “la muerte de Cristo en la cruz y de su promesa; son un ejercicio de entrega de la propia voluntad a Dios y permiten entrar en un diálogo con Dios muy familiar y en la participación de todos sus bienes”. (Delgado, C., op. cit., 119)
La compañía naciente dio respuestas adecuadas a las urgencias eclesiales y sociales del S. XVII francés. Se destaca como una de las tareas importantes de la Iglesia la atención “a los miembros más frágiles de la misma”, las “almas redimidas con la sangre del Hijo de Dios”, “los miembros de Jesús”, entonces, Luisa se vuelve una “ejecutiva” de esta misión, aprovechando las riquezas espirituales de la tradición eclesial y colocando a su compañía naciente al amparo-servicio de la Iglesia, porque una Hija de la Caridad es doblemente una hija de la Iglesia: por el bautismo y por la entrega al servicio de los pobres. (Cf. Delgado, C., op. cit., 124)
Dimensión de fecundidad
Afirma Ciardi que “el carisma de fundador comprende, y como rasgo más característico, un elemento de fecundidad, que hace a la persona capaz de transmitir a otros los contenidos de la inspiración fundamental”. El proceso humano y espiritual de Luisa la fue formando hasta llegar a ser una “madre creativa y audaz”. Y desde esa creatividad y audacia fue capaz de transmitir a las primeras hermanas el don recibido, convirtiéndose ellas en discípulas atraídas por el proyecto de una caridad organizada, y a su vez, para llegar a ella, propiciar una formación eficaz para servir como es debido a “los miembros de Jesús”.
¿Cómo llegó a ser Luisa madre fecunda y audaz? Integrando en sí misma las riquezas de una persona profundamente humana y a la vez abierta a la transcendencia (al Espíritu). Y de esta manera llegando a ser una mujer resiliente. Ya que habiendo vivido experiencias traumáticas de dolor (no haber conocido a su madre, perder a su padre cuando era adolescente, no ser aceptada para ingresar a la vida religiosa, enfermedad y muerte de marido) fue capaz de salir adelante y convertirse en una mujer empática y por lo tanto fecunda en la formación de las Hijas de la Caridad y en el servicio de los pobres.
Porque Luisa de Marillac fue madre fecunda sigue siendo hoy un modelo a seguir. De manera directa el fruto de su fecundidad observamos en las vidas de catorce mil Hijas de la Caridad de todo el mundo. Y en el atractivo que presenta su vida y audacia caritativa para todos los cristianos que buscan responder a Cristo sirviéndolo en los pobres.
Obras consultadas:
CIARDI, Fabio, Fundadores, hombres del espíritu: para una teología del carisma de fundador, Madrid, Paulinas, 1983.
Coste, Pedro, Obras completas de San Vicente de Paúl, Salamanca, CEME, 1980.
De Marillac, S. Luisa, Correspondencias y Escritos, Salamanca, CEME, 1985.
Delgado, Corpus, Luisa de Marillac y la Iglesia, CEME, Salamanca, 1981.
MEZZADRI, Luigi, San Vicente de Paúl: el santo de la caridad, Salamanca, CEME, 2012
Martínez, Benito, La Señorita Le Gras y Santa Luisa de Marillac, CEME, Salamanca, 1991.
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[1] Este artículo fue publicado en Anales de la Congregación de la Misión y de las Hijas de la Caridad de España, 2022, Tomo 130, p. 397-404
[2] Con el adjetivo “evangelizador” queremos englobar la cristología misionera que implica la dimensión servicial. Si evitamos usar juntos los adjetivos “evangelizador y servidor” no es porque olvidemos la segunda, simplemente entendemos que la evangelización implica la servicialidad de la buena nueva, que sana, libera, ilumina y anuncia (cf. Lc 4,18-19).
P. Hugo Ricardo Sosa, CM