A los miembros de la Familia vicenciana
Queridos hermanos y hermanas:
¡La gracia y la paz de Jesús estén siempre con nosotros!
Este año 2023 es un año especial para toda la Familia vicenciana, para todo el Movimiento de la Familia vicenciana, porque celebramos el 400 aniversario de la “luz de Pentecostés” la experiencia mística de la señorita Legras que se convertirá en santa Luisa de Marillac.
La preparación de la fiesta de san Vicente de Paúl es una magnífica ocasión para reflexionar y meditar sobre esta extraordinaria experiencia que, en los años siguientes, produjo gracias tan abundantes, cuyos efectos seguimos sintiendo con fuerza 400 años después.
A petición mía, la Superiora general de las Hijas de la Caridad, Sor Françoise Petit, ha preparado para todos nosotros una reflexión sobre este acontecimiento conmovedor, invitándonos claramente a leerlo, no como un acontecimiento histórico, sino como un acontecimiento que debe encarnarse hoy en la vida de cada uno de nosotros y en la vida de las generaciones futuras.
Santa Luisa y san Vicente, ¡seguid intercediendo por todos nosotros!
Su hermano en san Vicente,
Tomaž Mavrič, CM
Superior general
El 4 de junio de 1623, una joven casada, madre de un niño, entró en la iglesia de San Nicolás de los Campos, en París, en la fiesta de Pentecostés. Triste, atormentada, indecisa y, sin embargo, confiada en Dios, se abrió a la inspiración del Espíritu y fue el comienzo de un viaje espiritual y misionero.
Se trata de la Señorita Legras que se convertirá en santa Luisa de Marillac. Porque dejó espacio al Espíritu, segura de que ya no estaría nunca más sola, se volvió hacia los demás y se esforzó, a lo largo de los días y de los años, por superar todos los obstáculos. Esto la llevó a fundar con san Vicente de Paúl la Compañía de las Hijas de la Caridad.
Para dar gracias por la acción del Espíritu Santo, se ha abierto un año jubilar el 4 de junio de 2023. Este año nos brinda la ocasión de hacer memoria de este acontecimiento fundador y de fortalecer nuestro impulso espiritual y misionero.
¿Cuál es el mensaje transmitido por santa Luisa? ¿Qué nos dice este acontecimiento, qué puede hoy hablar al corazón de cada uno y de cada una y a toda la Familia vicenciana?
En 1623, este momento de oración ante el sagrario de una iglesia parroquial fue el punto de partida de un camino de toda una vida de entrega, un camino de santidad. También fue uno de los acontecimientos que dieron origen a la historia de la Familia vicenciana.
En esta etapa de su vida, Luisa se plantea con angustia varias preguntas: ¿Debe dejar a su marido para comprometerse radicalmente en el seguimiento de Cristo? ¿Quién podría acompañarla a nivel espiritual? Y finalmente, ¿es el alma realmente inmortal?
Esto es lo que escribió en un pergamino que guardaba cuidadosamente:
“El día de Pentecostés oyendo la Santa Misa o haciendo oración en la iglesia en un instante, mi espíritu quedó iluminado acerca de sus dudas.
Y se me advirtió que debía permanecer con mi marido, y que llegaría un tiempo en que estaría en condiciones de hacer voto de pobreza, de castidad y de obediencia, y que estaría en una pequeña comunidad en la que algunas harían lo mismo. Entendí que sería esto en un lugar dedicado a servir al prójimo; pero no podía comprender cómo podría ser, porque debía haber idas y venidas.
Se me aseguró también que debía permanecer en paz en cuanto a mi Director, y que Dios me daría otro, que me hizo ver, según me parece, y yo sentí repugnancia en aceptar; sin embargo, consentí pareciéndome que no era todavía cuando debía hacerse este cambio.
Mi tercera pena me fue quitada con la seguridad que sentí en mi espíritu de que era Dios quien me enseñaba todo lo que antecede, y pues Dios existía, no debía dudar de lo demás”.
¿Cómo descifrar este mensaje que, debido a las expresiones empleadas y a nuestro contexto del siglo XXI, puede parecer un poco oscuro?
Antes de aquel 4 de junio de 1623, Luisa de Marillac era una mujer debilitada por estos interrogantes existenciales. Sin embargo, su deseo más profundo era responder a lo que el Señor le pedía. Ese día tuvo la intuición de que estaba llamada a servir a Dios y a los demás. Pero ¿dónde, con quién, cómo?
La pregunta sobre su marido corresponde sin duda a una sed de ir más lejos para vivir mejor su bautismo, pero el Espíritu le inspiró que tenía que asumir primero su compromiso, el del matrimonio, y criar a su hijo. Luisa es una mujer íntegra que no concibe un compromiso parcial. Ella sigue siempre adelante con sus ideas en la realización de sus obras, del acompañamiento de las Hermanas en una Compañía naciente, de lo que el Espíritu le inspira. Esto es lo que entiende este 4 de junio: a su debido tiempo podrá dedicarse por completo a nuevos proyectos.
Por eso, comprende que un día podrá hacer votos y se le confiará una misión particular, que la llevará a servir con otros, aquí y en otros lugares. Por el momento nada está claro, sin embargo todo está en germen. Ya aparece el vínculo indisoluble entre la fe en un Dios que se ha hecho cercano y la acción “para servir al prójimo”. La intuición “idas y venidas” se convertirá en una característica esencial del servicio de las Hijas de la Caridad.
La elección de su director espiritual fue otra causa de turbación interior. La calma moral le viene de la confianza que tiene en Dios. Está profundamente convencida de que obedecerle es una fuente de libertad interior.
El mensaje de Pentecostés expresa el signo precursor de una espiritualidad de la Encarnación. Ella sabe que Cristo ha venido a unir su alma y su humanidad. Siente que no podrá vivir ningún servicio sin un profundo arraigo en Cristo y que el rostro del pobre refleja el del Siervo sufriente.
En 2023, ¿qué nos dice este acontecimiento que celebramos en la acción de gracias y en la búsqueda de un “más”, no en cantidad y en cifras, sino en “más” coherencia con el Evangelio y el carisma que todos y todas hemos recibido?
El 400 aniversario de la luz de Pentecostés, porque se trata de una luz del Espíritu concedida a santa Luisa transmitida de generación en generación, nos da la maravillosa oportunidad de rezar con santa Luisa, orar juntos y orar para que sepamos sacar lo esencial para hoy, en el mundo, en la Iglesia y en particular con nuestros hermanos y hermanas que sufren. Releer la vida de santa Luisa y sus escritos no nos lleva al pasado, sino que nos impulsa a conservar el sentido de su pensamiento y de su acción para hacer hoy uno nuevo. Para ello, hay que crear las condiciones.
Estas pueden expresarse en tres caminos que hay que tomar personalmente, por rama de la Familia vicenciana y juntos sobre el terreno, el del encuentro concreto: el camino de la escucha, el camino de la audacia misionera y el camino de la confianza.
- El camino de la escucha
Santa Luisa sacó su fuerza espiritual y misionera de la escucha del Espíritu, de la escucha y el diálogo con san Vicente y las Hermanas, de la escucha de las llamadas de las necesidades de su tiempo. Es modelo de una mujer que tiene el oído atento y el corazón disponible para abrirse a los demás.
“Suplico a la bondad de Nuestro Señor que disponga nuestras almas para recibir al Espíritu Santo y que así, inflamadas con el fuego de su santo amor, se consuman ustedes en la perfección de ese amor que les hará amar la santísima voluntad de Dios…” (C. 362, mayo 1651, Correspondencia y Escritos, p. 345-346).
Ninguna de nuestras iniciativas puede prescindir de este tiempo de apertura al soplo de Dios, de atención a las realidades del mundo, de momentos de reflexión juntos. Esta manera de ser y de hacer es una exigencia que no puede cumplirse sin humildad. Significa aceptar que no somos autosuficientes, dejarnos transformar e incluso sacudir. Sería ilusorio pensar en hacer las cosas sin Dios y sin los demás.
¿Cómo ponerse mejor a la escucha de aquellos y aquellas que, muy a menudo, no cuentan para nadie como las mujeres y los hombres vulnerables, necesitados o que acumulan todas las pobrezas? Tienen algo que enseñarnos de la vida y del Evangelio, porque el Espíritu está presente en cada persona y, en particular, en los más pequeños.
Escuchar al Espíritu podría marcar especialmente este año y luego convertirse en una forma de ser más habitual en nuestra vida cotidiana. Orar antes de actuar, orar para actuar siguiendo a Jesús como discípulo misionero. Emprender juntos el camino de la escucha…
- El camino de la audacia misionera
Santa Luisa no tuvo miedo de comprometerse por los que vivían la extrema pobreza de su época. Supo con san Vicente organizar la caridad sin temer a los ricos de la corte y a los privilegiados de la Iglesia, sin temer los prejuicios y las críticas.
“No basta con ir y dar, sino que es necesario un corazón purificado de todo interés” (Carta 257, 29 de agosto de 1648, Correspondencia y Escritos, p. 259)
La audacia misionera para la Familia vicenciana no es nueva. Es incluso el origen y la razón de ser de cada una de las ramas, pero reconozcamos que siempre tenemos que renovarnos, sobre todo a veces, en formas de hacer. Algunas todavía son actuales, otras no. La audacia pasa por el discernimiento, por la clarividencia y la voluntad de establecer prioridades, porque no podemos hacerlo todo.
La audacia misionera significa a veces atreverse a avanzar sin la certeza del éxito de un proyecto, es atreverse a experimentar, como hicieron san Vicente y santa Luisa, responder a las necesidades de una forma distinta a como siempre se ha hecho, con iniciativas locales y modestas, adaptadas al contexto.
La audacia misionera se vive ya cuando las comunidades, los miembros de asociaciones van a la periferia para encontrar a sus hermanos y hermanas en humanidad, víctimas de la miseria y de la injusticia. Sigamos juntos por el camino de la audacia…
- El camino de la confianza
Santa Luisa basó su vida en la fe en un Dios que vino a la tierra. Se dejó invadir por la vida divina y tuvo una gran devoción a la Trinidad. A menudo recomendaba a las Hermanas que vivieran en paz una forma de despojo, para acoger el soplo del Espíritu, segura de que la confianza en un Dios cercano es en cierto modo la seguridad de que nada puede suceder.
“No sé si me engaño, pero me parece que Nuestro Señor ha de querer siempre más confianza que prudencia… y que esta misma confianza será la que haga actuar a la prudencia cuando sea necesario y casi sin que lo advirtamos” (C. 546, Correspondencia y Escritos, p. 503).
La confianza en Dios es un acto de fe que requiere ser alimentado por la meditación de la Palabra de Dios, el silencio de la oración, el intercambio de experiencias, la escucha de la palabra de los pobres. Porque la confianza es también la que tenemos con los demás.
Confiar unos en otros hasta el punto de saber intercambiar sencillamente sobre la fe, sobre las preocupaciones, las rebeliones ante tantos sufrimientos de nuestros hermanos y hermanas. La confianza en Dios y en los demás construye la misión sobre la roca en lugar de sobre la arena. Construye también la amistad fraterna en el seno de la Familia vicenciana. No tengamos miedo de emprender juntos el camino de la confianza…
Escucha, audacia misionera, confianza son verdaderos desafíos para nuestro tiempo, basado frecuentemente en:
- la falta de escucha, debido a la preferencia dada al monólogo en lugar de al diálogo auténtico, a lo que hay que añadir el riesgo de una interioridad parasitada por una sobredosis de información,
- una audacia paralizada por el miedo al futuro, expresado en planteamientos identitarios y la tentación de permanecer en uno mismo, obstáculo para la creatividad y la generosidad,
- la confianza sofocada por la duda y la sospecha difundidas insidiosamente en la sociedad y por lo tanto en nuestras mentes.
Santa Luisa nos enseña lo contrario y nos dice que nos volvamos decididamente hacia el Señor, que nos dejemos guiar por el Espíritu para servir como Jesús. Nos invita a abrirnos sin cesar, a liberar espacios interiores y exteriores para ser cada vez más capaces de acoger juntos a nuestros hermanos y hermanas, al extranjero, al enfermo, al sin techo…
“Las almas verdaderamente pobres y deseosas de servir a Dios deben tener gran confianza en que al venir a ellas el Espíritu Santo y no encontrar resistencia alguna, las dispondrá convenientemente para cumplir la santísima voluntad de Dios, que debe ser su único deseo… Y sin duda alguna, al bajar el Espíritu Santo a las almas así dispuestas el fuego de su amor establecerá en ellas las leyes de la santa Caridad y les dará fortaleza para obrar” (Cf. E 87, Correspondencia y Escritos, p. 792)
Si cada uno y cada una se compromete en su rama con su propia identidad, su historia y su vida, es posible progresar juntos, llegar a los lugares de precariedad, formar “comunidades de base” de hermanos y hermanas al estilo de san Vicente y santa Luisa, es decir, orientadas incondicionalmente al servicio de los más pobres de entre nosotros.
Oremos y actuemos, porque el Señor tiene la audacia de escucharnos y confiar en nosotros.
Sor Françoise Petit
Hija de la Caridad