La santidad, una meta celestial pero profundamente arraigada en el suelo de nuestras experiencias cotidianas, es el corazón palpitante de la exhortación papal “Gaudete et Exsultate”. El Papa Francisco, con palabras que resuenan como un himno, nos invita a reconocer que la santidad está al alcance de todos, no sólo de los canonizados en nuestros altares. Es un camino accesible que serpentea a través de pequeños gestos, atención cotidiana y un amor que se concreta en el servicio a los demás.
¿Y quién mejor que San Vicente de Paúl encarnó este himno a la santidad?
Su vida fue una sinfonía de obras de caridad, un cumplimiento vivo de la llamada papal a la santidad sin fronteras, un testimonio de que la santidad no es un ideal abstracto, sino una realidad tangible, que se construye día a día con actos de amor y entrega.
Nacido en un remoto pueblo de las Landas en 1581, Vicente de Paúl fue orientado por sus padres hacia el estado eclesiástico, única vía de ascenso social para las clases bajas de la época. Ordenado sacerdote con sólo 19 años, su vida dio un giro decisivo cuando, tras pasar por un periodo de búsqueda de beneficios personales, experimentó una profunda conversión espiritual. Este cambio fue provocado por un encuentro con Pierre de Bérulle, que le introdujo en los círculos reformistas de la Iglesia de Francia.
Su conversión, que tuvo lugar entre 1608 y 1617, fue progresiva y le transformó de ambicioso arribista en intrépido pastor. El Papa Francisco, en su exhortación, nos recuerda que “la santidad es el rostro más bello de la Iglesia” (n. 9), y San Vicente de Paúl ciertamente mostró este rostro a través de su incansable compromiso con los más necesitados.
Su misión tomó forma cuando, durante uno de sus viajes a las fincas de Gondi, fue testigo del abandono espiritual de los pobres desatendidos por un clero ignorante e ineficaz. Esta revelación le impulsó a fundar las Compañías de la Caridad y más tarde, junto con Santa Luisa de Marillac, las Hijas de la Caridad en 1633. El Papa Francisco subraya que “todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo cada uno un testimonio en nuestras ocupaciones cotidianas, dondequiera que estemos” (n. 14), y San Vicente de Paúl vivió esta llamada todos los días de su vida.
Su compromiso con los pobres y su visión de la caridad como un acto de amor efectivo y no sólo afectivo resuenan con las palabras del Papa Francisco: “Esta santidad a la que el Señor os llama crecerá a través de pequeños gestos” (nº 16). San Vicente de Paúl realizó muchos “pequeños gestos” que juntos formaron un mar de caridad y servicio. También se le llama el “místico de la caridad”.
La espiritualidad de San Vicente se basaba en dos descubrimientos fundamentales: Cristo y los pobres. Veía en Cristo al misionero de los pobres y en la Iglesia la actualización de esta misión. Esta visión concuerda con la afirmación del Papa Francisco de que “no es posible pensar en la propia misión en la tierra sin concebirla como un camino de santidad” (n. 19).
San Vicente de Paúl vivió una vida de humildad, una virtud que, como nos recuerda el Papa Francisco, es esencial para la santidad: “El Señor lo pide todo, y lo que ofrece es la verdadera vida, la felicidad para la que hemos sido creados” (n. 1). La humildad de San Vicente estaba enraizada en su amor a Cristo y se manifestaba en su incansable servicio a los pobres.
Para comprender plenamente la santidad de San Vicente de Paúl, es necesario mirar más allá de los detalles y contemplar la totalidad de su vida. No es en los detalles donde se encuentra siempre la perfección, pues incluso los santos pueden cometer errores. Sin embargo, es en el conjunto de su camino de santificación, en esa figura que refleja la intención de vivir como imitación de Jesucristo, donde podemos ver su verdadero mensaje. Esta es una fuerte llamada para todos nosotros, como subraya el Papa Francisco: también nosotros estamos llamados a concebir la totalidad de nuestra vida como una misión, escuchando a Dios en la oración y reconociendo los signos que nos ofrece. Es discerniendo nuestra misión y dejando que el Espíritu moldee en nosotros ese misterio personal que puede reflejar a Jesucristo en el mundo de hoy, como podemos seguir el ejemplo de san Vicente de Paúl y aspirar a la santidad. Así como la vida de San Vicente fue un testimonio vivo del amor de Cristo, así también la vida de cada misionero y miembro de la Congregación de la Misión debe ser vista en su totalidad, como un camino único y personal hacia la santidad.
Girolamo Grammatico
Gabinete de Comunicación