Velar en la espera: discernimiento y preparación para la Navidad

Primer domingo de Adviento

En el primer domingo de Adviento, el Evangelio de Marcos (13,33-37) nos hace una llamada profunda y significativa: la de “velar”. Esta llamada no es sólo un recordatorio para permanecer físicamente despiertos, sino más bien una invitación a un tipo más profundo de vigilancia, una vigilancia del alma y del espíritu.

El tiempo de Adviento, que precede a la Navidad, es tradicionalmente un tiempo de preparación y reflexión. Es un tiempo en el que estamos llamados a bajar el ritmo en medio del ajetreo y el bullicio de las fiestas y a reflexionar sobre el verdadero significado de la Navidad. En este contexto, “vigilia” adquiere un significado más amplio: es una invitación a ser conscientes, a estar presentes y a participar plenamente en el momento presente.

Pero, ¿qué significa exactamente velar? En el contexto del Evangelio, velar significa ser conscientes de la presencia de Dios en nuestras vidas. Significa estar atentos a las formas en que Dios se manifiesta, a menudo en los lugares y momentos más inesperados. Es una invitación a estar abiertos a las sorpresas de Dios, a no dejarse abrumar por las preocupaciones cotidianas hasta el punto de perder de vista lo que es realmente importante.

Además, velar es un proceso de pacificación del alma. En un mundo a menudo lleno de ansiedad, estrés y conflictos, encontrar la paz interior puede parecer una tarea desalentadora. Sin embargo, el tiempo de Adviento nos ofrece la oportunidad de hacerlo. Es un tiempo para reflexionar, para reconectar con nosotros mismos y con Dios, y para encontrar la paz interior que sólo Él puede dar.

En este sentido, la vigilia se convierte en un acto de preparación. Prepararse para la Navidad no significa sólo decorar las casas o planificar las celebraciones. Significa preparar nuestros corazones y nuestras almas para acoger al Príncipe de la Paz. Significa hacer sitio en nuestras atestadas vidas para Dios, permitiendo que su presencia nos transforme y nos renueve.

En conclusión, el primer domingo de Adviento nos llama a un tipo de vigilancia que es a la vez activa y contemplativa. Nos invita a estar presentes en el momento, conscientes de la presencia de Dios y abiertos a sus sorpresas. Es un tiempo para pacificar nuestras almas y prepararnos para celebrar el verdadero significado de la Navidad: el nacimiento de Jesucristo, el Príncipe de la Paz.

Girolamo Grammatico
Oficina de Comunicación

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