María, la más bella, pura y santa de las criaturas
Gn 3,13-15 y Lc 1,26-29

Queridos hermanos,

María es la nueva Eva. Llena de gracia, hace posible la inauguración de la nueva creación, aplastando bajo sus pies a la serpiente que engañó a la primera Eva.
El 8 de diciembre de 1854, el Papa Pío IX promulgó el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María de la siguiente manera: “La Bienaventurada Virgen María fue, en el primer momento de su concepción, por singular gracia y favor de Dios Todopoderoso, en atención a los méritos de Jesucristo, preservada intacta de toda mancha de pecado original”. ¿Qué pretendía decirnos exactamente?

Históricamente hablando, no tenemos una historia humana sin pecado. Cuando nacemos, vemos que el mal nos precede y nos damos cuenta, nos guste o no, de que cada uno de nosotros acaba inaugurando una historia pecaminosa en su vida. No existe una vida humana sin pecado, con la excepción de María y su Hijo. La Inmaculada Concepción de la Virgen María nos dice que, desde el momento de su concepción, María fue objeto de una singular predilección por parte de Dios. En el destino eterno de Dios, María fue elegida para ser la Madre de su Hijo hecho hombre. Dios quiso que su Hijo, el Santo por excelencia, tuviera una morada digna de Él. Quiso que la Madre de su Hijo, según la humanidad, fuera santa e inmaculada. La Inmaculada Concepción de María fue posible gracias a su Maternidad divina y en previsión de los méritos de su Hijo.

El misterio de la Inmaculada Concepción de María nos revela que, en el plan divino primordial de la creación, la persona humana tenía la pureza y la belleza de la Inmaculada. Cuando Dios creó, todo era bello y bueno. El mal y el pecado nunca fueron criaturas de Dios. María nos muestra el destino primordial de Dios cuando nos creó. Un destino que, desgraciadamente, se vio comprometido por el pecado, como ya hemos dicho. Desde el momento de su concepción, María fue colmada de gracias. Dios vino a habitar totalmente en ella. María no fue concebida sin pecado en virtud de sus méritos personales. Fue un don gratuito de Dios a una de sus criaturas. Sólo Dios es capaz de hacer santa e inmaculada a una de sus criaturas. Por tanto, fue anticipadamente, en virtud de los méritos de su Hijo, que María fue concebida Inmaculada. Gracias a su Hijo y por Él, María es Inmaculada. Así como el Hijo de Dios se hizo hombre por nosotros, así también la Virgen María fue preservada de todo pecado por nosotros. Por este misterio, María anticipa la salvación de Dios para cada uno de nosotros. Por el misterio de su Inmaculada Concepción, María nos invita a abrirnos a la acción del Espíritu Santo, para que poco a poco, desde ahora y en nuestro destino final, seamos también nosotros inmaculados, libres del mal. La santidad de María es una invitación a mirar con esperanza y compasión. Dios ha venido a quitarnos todos nuestros pecados. Asociada a la victoria de Jesús sobre el pecado y la muerte, María tiene vida plena. Como dice san Pablo en su carta a los Efesios, con su muerte Jesús nos dio vida nueva, libres para ser santos e irreprochables en su presencia, en el amor (Ef 1,3-5). La santidad como devenir es nuestra vocación común.

Frente a nuestra experiencia de contradicción existencial, María nos enseña que la Gracia, es decir, el amor gratuito de Dios por nosotros, es más fuerte que el pecado. Ella nos revela que la misericordia de Dios es más poderosa que el mal. Esta misericordia es capaz de transformar el mal en bien. El mal que experimentamos cada día tiene su origen en el corazón humano, un corazón enfermo e incapaz de curarse a sí mismo. Fue la sangre derramada de Jesús, nacido de la Virgen María, la que se convirtió en fuente de reconciliación. Con su corazón inmaculado, María, la nueva Eva, nos invita a tener una confianza absoluta en su Hijo.

Ciertamente, María estaba llena de gracia. Debemos saber que, por nuestro bautismo, también nosotros estamos llenos de gracia, porque Dios viene a vivir en nosotros como lo hizo en María. Cada uno de nosotros tiene la posibilidad de hacerse gradualmente santo e inmaculado, pero a condición de que acoja a Dios que vive en él y se deje transformar por él. La gran pregunta sigue siendo: ¿cómo acoger a Dios en nuestra vida? Necesitamos la ayuda y la intercesión de María, cuya vida de fe nos muestra el camino de la santidad. Que Ella sostenga nuestra esperanza.

Decir que María ha gozado de un privilegio único no significa que deje de ser nuestra hermana o compañera. Al contrario, está muy cerca de nosotros. Fue tentada como nosotros, pero no sucumbió, porque siempre fue dócil a la voz del Espíritu de su Hijo. Su amor fue total e incondicional. Su vida fue un don total de amor. Ella es nuestra compañera en la fe.

No perdamos nunca de vista que la Virgen María ama mucho a nuestra familia vicenciana. Ella se manifestó a una de nuestras hermanas, Catalina Labouré, a quien reveló el misterio de su Inmaculada Concepción. Ella es verdaderamente madre de la familia vicenciana, por la que siente una especial predilección, manifestada a través de las apariciones a nuestra hermana Catalina Labouré.

Homilía del P. Dominique Iyolo, CM