Un año después de la publicación por parte de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales del texto Mensuram Bonam, un texto no vinculante para los inversores católicos, pero que constituye unas directrices coherentes con la fe, quisiera hacer una reflexión sobre este texto.
Como acabo de decir, el documento Mensuram Bonam, del latín “buena medida”, retomando las palabras de Jesús en el Evangelio de Lucas, no pretende dictar normas y obligar a los inversores a seguir indicaciones inequívocas, sino que Mensuram Bonam es un conjunto de citas de la Sagrada Escritura y de las invitaciones de los Papas y unas directrices tanto para actuar responsablemente en las finanzas siguiendo la fe religiosa, como para suscitar reflexiones.
Las reflexiones pueden partir, por ejemplo, de los criterios de selección de las inversiones, empezando por la exclusión de todas aquellas actividades económicas y financieras que entren en conflicto con los principios de la doctrina social de la Iglesia, como los derechos humanos y la dignidad de la persona humana, de los que deriva el principio del bien común, que junto con los intereses comunes generan solidaridad y justicia social; de la dignidad de la persona derivan los principios de subsidiariedad y de inclusión de los parsons más vulnerables, y, por último, la sensibilidad por el cuidado de nuestra casa común y la conciencia de una ecología integral.
Pero las inversiones basadas sólo en el criterio de exclusión de las actividades económicas y financieras en contraste con los principios católicos se basarían en evaluaciones reductivas y no generarían algo positivo.
El documento Mensuram Bonam es, de hecho, un texto que no quiere limitar excluyendo, sino que quiere llevar a la creación de oportunidades para el crecimiento humano y ecológico, la integración y el compromiso.
Es el compromiso, en mi opinión, el espíritu que quiere inspirar el Mensuram Bonam, el compromiso para lograr resultados positivos, no para maximizar los resultados de las inversiones, sino más bien para optimizar estos resultados. En concreto, se aplica una criba de los valores en los que se invierte después de haber pasado por el paso necesario de excluir los valores en conflicto con la fe, para luego pasar a buscar no valores e inversiones que maximicen, es decir, que simplemente permitan ganar lo máximo posible buscando el máximo beneficio, sino que optimicen generando crecimiento para las personas de esta tierra.
Tierra que nos ha sido confiada no para que la explotemos, sino para que con un trabajo respetuoso con la dignidad de todas las personas consigamos mejorar en todos los ámbitos de la vida.
Por ello, las inversiones no buscarán las mejores empresas entre las virtuosas, no se limitarán a una criba basada en el mejor de la clase sino en el mejor esfuerzo. La criba positiva a la que lleguemos se basará precisamente en el mejor esfuerzo, en el compromiso y la implicación, con el objetivo de invertir en empresas con las que podamos tener un impacto. Este impacto positivo en la sociedad, la vida humana y la ecología puede lograrse ante todo a través del diálogo, con el compromiso de un enfoque hacia la integridad y el respeto humanos.
A continuación, las buenas prácticas deben conducir a la búsqueda de mejores condiciones desde la perspectiva de las generaciones futuras, con una dedicación al cambio invirtiendo en el valor de las actividades económicas y contrarrestando la “esterilidad” de las buenas teorías que chocan con las malas prácticas, porque las inversiones pueden beneficiar o perjudicar.
Una forma en la que las inversiones pueden aportar beneficios es en la inversión de impacto social o Impact Investing, que generalmente implica Capital Privado, Capital Riesgo e Infraestructura Verde.
La inversión de impacto social es muy utilizada por los inversores institucionales católicos porque su objetivo es combatir las desigualdades sociales de las personas en las zonas más pobres y desfavorecidas del mundo sin dejar de generar un rendimiento financiero.
Mensuram Bonam plantea todas estas reflexiones para los inversores, no sólo para los inversores católicos, sino también para aquellos que comparten los valores expresados en este texto.
Como católico, creo que los valores están presentes en la conciencia de todos, como hijos de Dios y creados a su imagen, por lo que depende de la libre decisión de cada inversor expresar y no reprimir los valores propios del ser humano.
Michele Mifsud
Ecónomo general adjunto de la Congregación de la Misión
Asesor financiero diplomado