Desde la aldea de Shadda, el Padre Fasika Asrat CM, nos comparte la historia de una iglesia que lucha diariamente por una vida digna, pero que no deja de soñar por un mundo más justo y humano.
No sé si alguna vez han tenido la oportunidad de maravillarse ante la grandiosidad de la Chiesa de Il Gesù en Roma o la imponente Basílica de San Pedro. Al entrar por sus puertas, es inevitable perder el aliento ante tanta belleza. El paso del tiempo solo añade más valor a estas obras maestras, revelando la delicadeza del amor hacia Dios en cada detalle artístico. Sin embargo, he tenido el privilegio de contemplar un lugar aún más hermoso y profundamente humano, creado por manos que no conocen la pintura ni la escultura. Permítanme compartirles brevemente esta experiencia.
Soy el Padre Fasika Asrat, CM, y mi labor pastoral se desarrolla en Etiopía, específicamente en la Holy Savior Catholic Church en la aldea de Shadda, dentro del vicariato apostólico de la diócesis de Jimma-Bonga.
Los fieles que congregan en esta parroquia son miembros de la tribu Menja, un pueblo marcado por el sufrimiento y la marginación en la sociedad. Su subsistencia proviene de la venta de carbón y leña, con algunos dedicándose a la alfarería y la caza. Aproximadamente, contamos con 380 familias católicas, conformando así una comunidad numerosa pero económicamente modesta.
La vida de estos aldeanos transcurre entre el esfuerzo diario por mantener a sus familias y comunidades. No obstante, encuentran espacio en sus vidas para dedicarlo a la iglesia. Son las manos de estos individuos las que erigieron lo que considero la iglesia más hermosa del mundo. No tiene las majestuosas esculturas de San Pedro ni el precioso techo de il Gesù, pero sus paredes me hablan de humanidad y de compromiso, de una comunidad que ha sabido alzarse ante las adversidades, demostrando que la fraternidad es el camino más rápido hacia la santidad.
Tengo la fortuna de acompañar a esta comunidad y caminar junto a ellos. Me enorgullece ser su párroco, anunciando el evangelio a los más desfavorecidos, siguiendo el ejemplo de San Vicente, pero también descubriendo en sus miradas y en sus deseos el evangelio que deseo predicar. En medio de su pobreza, los habitantes de Shadda han decidido seguir soñando. A pesar de vivir en la precariedad, desean construir un templo aún más grande, dedicado al Sagrado Salvador. La generosidad ha sido su tozuda respuesta pese a la carencia. Los más humildes han encontrado en la Iglesia la salvación que el mundo nunca les brindó. Discriminados y marginados por la sociedad, hallaron en Cristo la aceptación y el amor del Padre.
Más allá del deseo de construir un nuevo templo, tenemos un sueño mayor: mejorar la educación y la formación académica de esta aldea. Reconocemos que el conocimiento y la educación son las llaves que abrirán puertas hacia un futuro más prometedor. Necesitamos recursos, tanto humanos como económicos. El respaldo financiero es esencial para enseñarles sobre su dignidad humana y mejorar sus vidas. Abordar las raíces de sus problemas mediante actividades como educación, formación en habilidades para la vida y tratamiento psicológico se vuelve crucial.
En cada palabra que comparto, quiero transmitir la calidez y la esperanza que emanan de esta comunidad. Cada uno de nosotros, desde nuestro rincón del mundo, puede ser parte de este viaje, extendiendo nuestras manos con generosidad y construyendo un futuro más luminoso para Shadda. En Cristo, encontramos la fuerza para seguir adelante, y en la fraternidad, la promesa de un mañana lleno de esperanza.
Padre Fasika Asrat, CM