¡Una reflexión del P. Jean Rolex, C.M sobre los retos de la Congregación de la Misión para un futuro prometedor!
Al iniciar un año nuevo, todos, a nivel personal, general o grupal solemos trazarnos nuevos caminos y plantearnos nuevos retos para nuestra vida que van desde pequeños objetivos hasta grandes ideales. Hoy, también, enfrenta la humanidad completa retos urgentes para un futuro mejor, retos que incluyen la problemática ecológica[1] y la conversión ecológica global[2], así como la necesidad de eliminar las causas estructurales responsables de las disfunciones de la economía mundial y de corregir los modelos de crecimiento que parecen incapaces de garantizar el respeto del medio ambiente[3]. Necesitamos, además, hacer frente al cambio climático, el calentamiento global; el pobre acceso al agua potable y limpia para todos, la pérdida de biodiversidad en la naturaleza[4] y la creciente brecha entre las clases sociales, entre otras situaciones sociales extremas que demandan atención. Asimismo, al iniciar el año, la Congregación de la Misión, que peregrina en el mundo sirviendo a los pobres, se traza objetivos y propuestas que la mantienen motivada, creativa, entusiasmada y fortalecida. Esta reflexión resume y explica los más importantes retos que entendemos la Congregación debe enfrentar y superar para adelantar y mejorar su futuro.
Recientemente, la Congregación de la Misión celebró su 43ª Asamblea General, bajo el tema: “Revitalizar nuestra identidad al inicio del quinto centenario de la Congregación de la Misión.” Nos parece fundamental volver al Documento Conclusivo de dicha Asamblea, ya que éste nombra los grandes retos que la Congregación se plantea superar para encaminarse a un futuro prometedor. El primer reto consiste en “revitalizar nuestra identidad vicentina”, es decir, dar vida a nuestra espiritualidad, nuestro estilo de vida y de nuestros ministerios. Pero, la revitalización de nuestra identidad pasa necesariamente por reconectarnos con nuestras raíces, con los orígenes de nuestra espiritualidad y carisma.[5] ¿Qué significa entonces reconectarnos con nuestras raíces? Significa: volver a interesarnos, leer y orar con nuestras Reglas Comunes, nuestras Constituciones y Estatutos.
Estos son documentos fundamentales en la vida de un misionero. En ellos se plasman la espiritualidad y el carisma que nos dejó Vicente de Paúl. Son libros cualificados para inspirarnos y guiarnos hacia un futuro prometedor. Ahora: ¿hasta qué punto como Congregación nos dejamos inspirar y guiar por ellos?, ¿consignamos tiempo para leerlos?, ¿cuánto sabemos de ellos? Hoy en día, y por razones diversas, muchos misioneros no leen lo suficiente, haciendo que muchas veces olviden la belleza de nuestra espiritualidad, de nuestra identidad y de nuestra misión. Es urgente pues, recuperar el gusto por la lectura entre los misioneros, sobre todo entre los más jóvenes. Nadie ama lo que no conoce. Por eso, si queremos enamorarnos de nuestro carisma, tenemos que conocer bien nuestras Reglas Comunes, nuestras Constituciones y Estatutos. Éstos responden a lo que la Congregación piensa de sí misma y cómo quiere presentarse hoy en la Iglesia: una Congregación que busca la perfección en la caridad. ¡Qué ellas nos guarden y nos conduzcan con seguridad al fin deseado!
El segundo reto lo constituye la necesidad de redescubrir la belleza de la misión y su importancia en la vida de la Iglesia y de la “Pequeña Compañía”. Nuestra Congregación nace y vive de la misión. Pero, a medida que nuestro mundo se vuelve cada vez más secularizado, individualista, permisivo, relativista, materialista, hedonista y consumista, vemos con tristeza que la “Pequeña Compañía” se atenúa considerablemente en su tarea de evangelizar al mundo. Al presente, hay en nuestra Congregación un debilitamiento de la convicción misionera y una escasez de santidad entre nuestros misioneros[6]. Sin darnos cuenta estamos siendo absorbidos por la mundanidad, el pesimismo y la pereza espiritual[7] que contaminan a los misioneros. ¿Qué hacer ante esta problemática? El santo Padre nos aconseja: una urgente conversión misionera y de compromiso por la santidad[8]. La misión sigue siendo una urgencia. El mundo necesita al Cristo evangelizador de los pobres. La misión puede salvar nuestra vocación y nuestra identidad. La misión tiene el poder de transformar. Recuperemos, pues, entre nosotros el mismo amor y deseo de San Vicente por la misión.
Un tercer reto ante la Congregación es recuperar la belleza de nuestra vocación frente a una cultura muchas veces controlada por lo exterior, lo inmediato, lo visible, lo rápido, lo superficial, lo provisorio. ¿En qué consiste esa belleza de nuestra vocación? La belleza de nuestra vocación consiste en que la misión de Cristo es nuestra propia misión, su carisma es nuestro propio carisma y su espiritualidad es nuestra propia espiritualidad (cf. XI, 383). A una vocación de tal belleza hay que fomentarla, protegerla y promocionarla, especialmente entre los más jóvenes. No hay duda ninguna de que Dios sigue llamando. Pero, como Congregación, nos toca cultivar las vocaciones y construir “una cultura vocacional”. La cultura vocacional es un concepto que está de moda en nuestra Congregación. Sin embargo, ¿Qué hacemos concretamente para crearla? ¿Qué cambio profundo estamos dispuestos a hacer para favorecerla? El éxito y el crecimiento de las vocaciones dependerán de los cambios profundos que nuestra Congregación esté dispuesta a hacer, no únicamente cambios estructurales, sino también cambios que influyan en la manera en que vivimos nuestra fidelidad al Cristo evangelizador de los pobres y a nuestra identidad vicentina. Sin fidelidad de la Congregación a la propia vocación, cualquier esfuerzo o cambio en la pastoral vocacional no rendiría frutos verdaderos.
Los retos mencionados son complementarios y conocidos por la mayoría de los misioneros. Ahora bien, ¿Cómo queremos enfrentarlos? ¿Qué papel puede jugar el factor tiempo en esta revitalización de nuestra identidad? ¿Cómo el factor tiempo condiciona la calidad de nuestra espiritualidad, nuestro estilo de vida, y nuestra misión? ¿Tomamos el tiempo necesario para detenernos y realmente encontrarnos con Dios y con los demás en la oración? ¿Lo que hacemos, nos lleva verdaderamente a una relación más profunda con Cristo? ¿Tomamos tiempo adecuado para conocer la vida intercultural de nuestra Congregación? ¿Qué tan bien aceptamos a otros que vengan de una cultura diferente? ¿Nos preocupamos lo suficiente como para tomarnos el tiempo de tratar de releer la historia de los pueblos que conforman nuestra Congregación?
Definitivamente, si verdaderamente queremos superar los retos planteados, hay que dedicarles tiempo y detenernos a reflexionar, desde Cristo y del carisma vicentino, sobre lo que estamos haciendo y cómo lo estamos haciendo. Es también importante que recordemos aquellos momentos de nuestro encuentro con la Congregación de la Misión y de ella con nosotros. Recordar esos momentos será la fuente de donde obtendremos fuerza para continuar dedicados a la misión de Cristo evangelizador de los pobres.
Por Jean Rolex, C.M.
[1] Pablo VI (1971). Carta Apostólica Octogesima adveniens. Recuperada de https://www.vatican.va/.
[2] Juan Pablo II (2001). Catequesis sobre el compromiso por evitar la catástrofe ecológica. Recuperada de https://www.vatican.va/.
[3] Benedicto XVI (2007). Discurso al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede. Recuperado de https://www.vatican.va/.
[4] Francisco (2015). Carta Encíclica. Laudato Si. Recuperada de https://www.vatican.va/.
[5] Tomas Mavric (2022). Reflexión para la Asamblea General de 2022, Vicentiana, 66 (3y 4), 375-387.
[6] Rolando Santos (2022). La Misión Ad Gentes y la Identidad de la Congregación de la Misión. Vicentiana, 66 (3y4), 409-417.
[7] Francisco (2013). Exhortación Apostólica. Evangilii Gaudium. Recuperada de https://www.vatican.va.
[8] Ibid.,
Fieles servidores y en mis 🙏🏼
Estimada María Mendez, gracias por sus oraciones.