Todavía no hemos acabado de saborear y disfrutar el cumplimiento de “un viejo sueño de Dios: habitar con los hombres”, el que sería depositado en nuestras manos, en nuestra mente y en nuestra voluntad, y ya nos sorprende el Tiempo de Cuaresma a nuestra puerta. La Cuaresma es un tiempo que, por su naturaleza y finalidad, nos trae muchas visiones, muchas ilusiones, y muchos recuerdos, así como muchas ocupaciones e inquietudes. Entre sus muchos significados, este Tiempo nos trae a la memoria que somos polvo, una realidad que expone nuestra fragilidad y la brevedad de nuestra vida. Es un Tiempo que nos recuerda, además, nuestra condición de pecadores. Nos revela que nos hemos equivocado y que, de ese modo, habremos de perder el camino de la vida y del Reino, comprometiendo incluso a los otros en nuestro pecado. El Tiempo de Cuaresma nos hace también recordar que, aun si nuestro pecado es enorme, Cristo rescató lo mejor de nosotros y nos ha salvado porque el perdón de Dios es ilimitado. Así pues, necesitamos convertirnos, ponernos de nuevo a la puerta y volver a ser la persona que Dios espera de nosotros. En efecto, si Cuaresma es un tiempo de muchas resonancias, es al mismo tiempo una gran oportunidad para convertirla en un camino en salida. Ahora bien, ¿cómo hacerla un camino en salida para nosotros?
“Sal de tu tierra y de la casa de tu padre” (Gn, 12,1). La Tradición siempre ha aceptado este versículo como una invitación a los miembros de la Iglesia a salir. A salir de nosotros mismos, dejar costumbres y tradiciones, desistir de lo ya conseguido, de todo eso de lo que nos sentimos tan orgullosos y que nos da cierta seguridad, y prescindir de todo aquello a lo que hemos consagrado tanto esfuerzo a lo largo de nuestra vida. Pero, aunque la Iglesia nos exhorta a salir, no podemos negar lo difícil que es moverse y arriesgarse a buscar nuevos horizontes, emprender nuevos caminos y explorar nuevas referencias. Por esto, muchas veces caemos en la tentación de conformarnos con lo que hay, lo establecido, olvidando, sin embargo, que “conformarse es empezar a morir. El conformismo es el principio del final” (Francesc Torralba). Al presente, tal parece que el conformismo es la droga más consumida[1]. No son pocas las veces que el conformismo ha ganado en nuestra Iglesia, matando la creatividad en su misión y alimentando la mediocridad en la práctica de la fe y de la caridad. Impidiendo, además, construir una Iglesia sinodal, es decir, una Iglesia en salida, en escucha atenta y recíproca en la cual cada uno tiene algo que aprender del otro. Así, uno en escucha de los demás, y todos en escucha del Espíritu Santo, nos llenará el Espíritu de verdad[2].
En esta Cuaresma, para nuestro bien, salgamos de nosotros. El ser humano se realiza verdaderamente, cuando se abre a la trascendencia, a los demás y a lo novedoso del Evangelio. Estamos llamados a no conformarnos con lo que está pasando a nuestro alrededor. El mundo de hoy necesita cristianos y vicentinos despiertos, valientes, que desafíen el mal y las injusticias. Vicentinos atrevidos y motivados para llevar “la fragancia de Cristo al mundo.” (2 Co 2,15). ¡Qué tarea tan hermosa y fascinante la de ser fragancia de Cristo “frente a la amarga desilusión por tantos sueños rotos, frente a la preocupación por los retos que nos conciernen, frente al desaliento por la pobreza de nuestros medios” [3]! Dicho esto, ¿cómo podríamos ser fragancia de Cristo desde una perspectiva vicentina? Podemos serlo si somos portadores de la fragancia de los pobres. O sea, si los servimos con conciencia estando con ellos y para ellos. Podemos lograrlo al ensuciar nuestros pies en la historia de esos pobres, en sus actividades cotidianas, en sus sueños, en sus alegrías, en sus tristezas y en sus penas. Actuando así, el mundo podrá percibir en nosotros, los vicentinos, el olor del Cristo pobre que deleita el sentido del olfato. De acuerdo con Vicente de Paúl, sirviendo a los pobres, se sirve a Jesucristo. Y si vas a los pobres, allí encontrarás a Dios (cf. IX, 240-241).
Al presente, tanto en el mundo como en la Iglesia, cada vez hacen más falta vicentinos que se preocupen más y más de los preferidos de Dios: los pobres, los alejados, los enfermos, los ancianos. Vicentinos que se preocupen por el cuidado de la ¨Casa Común¨, el medio ambiente que clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en él [4]. Vicentinos a quienes no les resulte indiferente nada en este mundo. Que su preocupación incluya aun, el gran impacto del cambio climático que está perjudicando de modo creciente las vidas y las familias de muchas personas. Un impacto que ya se siente en los ámbitos de la salud, las fuentes de trabajo, el acceso a los recursos, la vivienda, las migraciones forzadas, etc.[5]. El cambio climático es uno de los principales desafíos a los que se enfrentan la sociedad y la comunidad mundial[6]. Como bien nos recuerda el Santo Padre, nadie puede ignorar que en los últimos años hemos sido testigos de fenómenos extremos, períodos frecuentes de calor inusual, sequía y otros quejidos de la tierra que son sólo algunas expresiones palpables de una enfermedad silenciosa que nos afecta a todos[7].
Definitivamente, nuestro mundo y nuestra Iglesia necesitan más vicentinos de los que miran hacia el Dios de Jesucristo, porque tiene mejores planes y algo distinto que ofrecer, un algo en el que no se han embarcado todavía. Precisemos insistamos en lograr un grupo de Vicentinos dispuesto a salir “de donde está para llegar a lo que todavía no es ni ha conseguido” (San Juan de la Cruz). Precisamos vicentinos que quieran caminar con otros sin aplastarlos, que confíen en el carisma vicentino y en el Evangelio; que quieran revivir desde San Vicente de Paúl el misterio de Cristo. En fin, vicentinos que quieran compartir con otros la belleza del Cristo presente en el carisma vicentino.
Por Jean Rolex, C.M.
[1] Francisco (2019). discurso en el viacrucis que se celebró durante la Jornada Mundial de la Juventud (JM) en Panamá. Recuperado de https://www.informador.mx/internacional.
[2] Francisco (2021). «Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión». Recuperado de https://opusdei.org/es/.
[3] Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma (2022). No cansemos hacer el bien. Recuperado de https://es.catholic.net/op/.
[4] Laudato Sí. Carta encíclica del Papa Francisco (2015) sobre el cuidado de la casa común. Recuperada de https://www.vatican.va/.
[5] Laudate Deum. Exhortación Apostólica del Papa Francisco (2023) sobre la crisis climática. Recuperada de https://www.vatican.va/.
[6] Conferencia de los Obispos Católicos de Estados Unidos, Global Climate Change Background, 2019
[7] Laudate Deum. Exhortación Apostólica del Papa Francisco (2023) sobre la crisis climática. Recuperada de https://www.vatican.va/.