Vicentinos, contemplamos al Cristo crucificado

Miremos pues, vicentinos, al Crucificado para tener la fuerza necesaria  de ir más allá de las dificultades y de los sufrimientos

Cada Viernes Santo, nuestra Iglesia Católica celebra la memoria y recuerda con íntima devoción espiritual la muerte en cruz del Hijo de Dios. En este día único de la historia, toda la Iglesia siente el drama del Hijo de Dios, cargado del dolor, del mal y del pecado del hombre y de toda la humanidad. Al mismo tiempo, el drama del Vienes Santo descubre el peso del dolor del hombre rechazado, oprimido y aplastado; el peso del pecado que le desfigura el rostro, el peso del mal. Ese día revela a todos la derrota definitiva de Aquel que había traído la luz a quien estaba sumido en la oscuridad; Aquel que había hablado de la fuerza del perdón y de la misericordia (cf. Mc 11, 25; Lc 1,49-50); Aquel que había invitado a creer en el amor infinito de Dios por cada persona humana (cf. Jn 15,9-10). Ese día se le figura despreciado y rechazado,  representando al “hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, y evitado de los hombres, ante el cual se ocultaban los rostros” (Is 53, 3). Así mismo, ese día revela también el trágico final de un Hombre único en la historia de todos los tiempos, que ha cambiado el mundo, no abatiendo a otros, sino dejando que lo mataran clavado en una cruz[1].

A ese Hombre, que ha cambiado el mundo de múltiples maneras, marcado ahora por el sufrimiento y el tormento de la cruz, es que la Iglesia nos invita a contemplar activamente. En su rostro desfigurado por el dolor, contemplamos el pecado, el dolor, y el sufrimiento de toda la  familia humana provocada por incomprensiones, divisiones, preocupaciones por el futuro, enfermedades, y dificultades de todo tipo. Aún hoy, después de tantos grandes avances científicos, la situación de muchas familias continúa agravada por la precariedad del trabajo y por los serios efectos negativos de la crisis económica y del calentamiento global[2]. Ante tanto dolor, la Iglesia nos reta a mirar al Crucificado y decir como San Pablo: “¿Quién nos separará del amor de Cristo?: ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?… en todo esto vencemos de sobra gracias a Aquel que nos ha amado” (Rm 8,35.37).

Miremos pues, vicentinos, al Crucificado para tener la fuerza necesaria  de ir más allá de las dificultades y de los sufrimientos (cf. XII, 227). Imitemos al Crucificado, cargando sobre nosotros los dolores, los sufrimientos, el drama, la esperanza y las angustias de los pobres, los preferidos de Dios (cf. XI, 273). Contemplemos al Crucificado para darnos cuenta de que “Dios ama a los pobres y por consiguiente ama a quienes aman a los pobres” (XI, 273). Hagamos de este Viernes Santo una jornada para ocuparnos con un amor nuevo en el servicio de los pobres y abandonados (cf. XI, 273).

Hacer esto es participar en el sufrimiento de Jesucristo, evangelizador de los pobres. Es también una oportunidad para acompañar a nuestro Maestro, compartiendo su pasión en nuestro quehacer diario, en la vida de la Iglesia, en la práctica de la caridad. Como vicentinos, no podemos olvidar que, precisamente es en la cruz del Señor, en su amor ilimitado, que uno se entrega totalmente. En ella está la fuente de la gracia, de la liberación, de la paz, de la salvación y de la misión. Es en la cruz de Cristo que el servicio a los pobres recobra verdadero sentido. Fue en ella que cobró fuerza Vicente de Paúl para cargar sobre él, el sufrimiento, el dolor y la miseria de su tiempo. San Vicente interpretaba el escenario de la cruz como: la respuesta sobreabundante a la necesidad que tiene toda persona de ser amada y servida. Por eso, permanecía siempre atento a la persona del pobre, a su situación particular, a su dignidad propia. En cada pobre, él buscaba encontrar al Crucificado y a su vez, exhortaba a los suyos a hacer lo mismo (cf. IX, 750).

Vicentinos, sigamos contemplando a aquel hombre crucificado, que es el Hijo de Dios, para darnos cuenta de que en Él, incluso el pecado, los sufrimientos y la muerte adquieren un nuevo significado y orientación. En Él somos rescatados y vencidos, dando el paso hacia el triunfo definitivo del amor, de la alegría, y de la vida, sobre el mal, el sufrimiento, y la muerte[3]. Aprendamos pues, la gran lección de amor que Dios nos ha dado en la cruz, para que nazca en nosotros un deseo renovado de conversión, viviendo cada día el mismo amor, la única fuerza capaz de cambiar el mundo. Reconozcamos que solo el amor del Crucificado es capaz de transformar nuestros corazones de piedra en corazones de carne. Corazones de carne que,  hoy más que nunca, necesitamos para ver y comprender a tantos hermanos crucificados y abandonados. Algunos que, cerca de nosotros, ya no son un rostro sino un número; un rechazado ya catalogado como problema, a quienes no nos atrevemos ni a mirar.

Ante esto, como vicentinos, tengamos en este Viernes Santo ojos y corazón para los descartados con guante blanco: niños no nacidos, ancianos que han sido dejados solos, abandonados en los institutos geriátricos, enfermos no visitados, discapacitados ignorados.  Ojos y corazón abiertos para reconocer a los jóvenes que sienten un gran vacío interior sin que nadie escuche realmente su grito de dolor y que no encuentran otro camino más que el del suicidio[4]. Como Familia Vicentina, a la manera de San Vicente y de tantos otros santos que se dejaron seducir  por el misterio de la pasión de Cristo, unamos nuestros padecimientos a los del Crucificado. Convirtámonos en auténticos misioneros que saben ver y reconocer al Crucificado que se mantiene gritando entre los más pobres. No seamos cómplices de la indiferencia y de la injusticia. Recordemos que para nosotros, los vicentinos, nadie puede ser descartado ni abandonado a su suerte puesto que sabemos que los abandonados son los preferidos de Dios.  Amemos pues al Crucificado en sus preferidos, con un amor que se concretice en el obrar y sin olvidar que “la obra más humana es la de ser útil al prójimo” (Sófocles).

¿A qué nos invita pues el Viernes Santo? A ser útiles al prójimo, contemplando a Cristo crucificado.

Por Jean Rolex, CM

[1] Benedicto XVI (2012). Palabras del Santo Padre al final del via crucis en el coliseo. Recuperada de https://www.vatican.va/.

[2] Francisco (2015). Carta Encíclica Laudato Si sobre el cuidado de la casa común. Recuperada de https://www.vatican.va/.

[3] Benedicto XVI (2012). Palabras del Santo Padre al final del via crucis en el coliseo. Recuperada de https://www.vatican.va/.

[4] Francisco (2023). Homilía de la celebración del Domingo de Ramos y de la Pasión del Señor. Recuperada de https://www.vatican.va/.