La conversión de San Vicente fue obra del Espíritu Santo. Gracias a él, su visión de Dios y de los pobres cambió considerablemente. ¡Preparémonos para vivir Pentecostés en el carisma vicenciano!

 

Vivir la llama de Pentecostés como un momento de agradecimiento

 

Cincuenta días después de la resurrección de nuestro Señor Jesucristo, la Iglesia Católica celebra y conmemora la Solemnidad de Pentecostés, antigua fiesta judía, que ha llegado a ser para los cristianos la fiesta por excelencia del Espíritu Santo. Esa Solemnidad se destaca por su importancia y su significado en la vida y la misión de la Iglesia. En este día tan singular, Cristo trajo a la tierra el fuego verdadero, el Espíritu Santo (Hch 2, 3-4), el amor de Dios que “renueva la faz de la tierra” purificándola del mal y liberándola del dominio de la muerte (cf. Sal 104, 29-30). En él también se inaugura el inicio de la Iglesia que es la continuación del pueblo elegido y hace suya su historia y su misión. Vivamos pues vicentinos, este día como un momento de renovación espiritual y de agradecimiento por el carisma vicentino.

Gracias Señor por haber concedido a la Iglesia y al mundo el carisma vicentino. Un carisma que se nutre del Espíritu Santo en Pentecostés y que busca impulsar a hombres y mujeres a vivir una vida de servicio y de caridad. El Espíritu Santo siempre ha estado presente en la formación del carisma vicentino. Por esta razón, en el servicio de los pobres el Espíritu Santo sigue siendo una fuente de inspiración y renovación para los vicentinos. Lo ha demostrado el testimonio de los santos y mártires de la Familia Vicentina. También, la valentía y el ímpetu de los misioneros en la búsqueda de nuevas formas de responder a las necesidades de nuestro mundo cada vez más complicado. Lo ha demostrado igualmente, la existencia misma de la misión vicentina que, a pesar de los límites y dificultades, sigue cruzando el océano de la historia, impulsada por el soplo de Dios y animada por su fuego purificador[1].

La conversión de San Vicente ha sido obra del Espíritu Santo. Por Él cambió considerablemente su visión de de Dios y de los pobres. Ahora vio en los pobres su propia persona. Ya conoce a los pobres “por experiencia y por naturaleza”. Por consiguiente, su relación con ellos “es realista, sin puja ni complejos”. Desde luego, empezó a ver en el pobre, una presencia misteriosa de Jesucristo. Para él, el pobre será “siempre y ante todo ese hombre, esa mujer, ese niño, que vive en una determinada situación de miseria y de injusticia”. Su mirada desde dentro a los pobres marcó su caridad hacia ellos. Por ello, al encontrarse con ellos, Vicente tenía la evidencia de haber, en cierto modo, encontrado a Jesucristo. Desde entonces, servía a Jesucristo en la persona de los pobres. Este encuentro lo convirtió en un hombre guiado por el Espíritu Santo, obedeciendo sus impulsos y orientaciones.

Vicentinos, aprovechemos por tanto esa Solemnidad para renovar la toma de conciencia de la responsabilidad que va unida al carisma vicentino. La responsabilidad de servir a los pobres. De defender integralmente los derechos fundamentales de la persona humana. De mantener una relación estrecha con Cristo evangelizador de los pobres, imitando su amor y compasión hacia los más necesitados. De amar a Cristo en los pobres y a los pobres en Cristo. De estar en la “escuela de los pobres” para formarnos y aprender de ellos. Puesto que, aprender de ellos constituye para nosotros un camino de crecimiento espiritual. Un camino de fidelidad a San Vicente de Paúl y a la misión evangelizadora de la Iglesia, siendo signo e instrumento de la justicia.

Es de igual modo, una oportunidad como vicentinos para regresar con humildad y sencillez a las fuentes para descubrir la vitalidad del carisma vicentino, superando los malentendidos de la historia, rechazar lo obsoleto y lo aburrido, y presentar de manera creativa la noble herencia recibida[2]. En su mensaje a la Familia Vicentina con motivo de los 400 años de su nacimiento, el santo Padre exhortó a los vicentinos a “no olvidar que las fuentes de gracia en las que ustedes beben, brotaron de corazones sólidos y firmes en el amor“. Así pues, la credibilidad del carisma vicentino pasa por refrescarse en la fuente del espíritu de los orígenes, el camino del amor misericordioso y de la compasión abierta a la esperanza y esta credibilidad también depende del testimonio personal, ya que no se trata solamente de reencontrar a Cristo en los pobres, sino que los pobres perciban a Cristo en nosotros[3].

Vivir la llama de Pentecostés, es seguir yendo como Familia Vicentina a las periferias de la condición humana y a llevar, no nuestras capacidades, sino el Espíritu del Señor. De esparcir por el mundo, ampliamente, como a granos que crecen en una tierra árida, como un bálsamo de consuelo para el que está herido, como un fuego de caridad para calentar tantos corazones fríos por el abandono y endurecidos por el rechazo[4]. Es además, lograr encontrar a Jesucristo Evangelizador de los pobres en el hermano hambriento, sediento, extranjero, despojado de su ropa y de su dignidad, enfermo y prisionero. Y de encontrar en las llagas gloriosas de Jesús, la fuerza de la caridad, la felicidad del grano que, al morir, da vida, la fecundidad de la roca de donde brota el agua, la alegría de salir de sí mismos y de ir por el mundo, sin nostalgia del pasado sino con la confianza en Dios, creativos frente a los desafíos de hoy y de mañana porque, como decía san Vicente, el amor es inventivo hasta el infinito.

Por Jean Rolex, CM

          Espíritu Santo, haznos fieles discípulos de Jesucristo Evangelizador de los pobres y obedientes hijos de la Iglesia y de San Vicente de Paúl.

[1] Benedicto XVI (2009), Solemnidad de Pentecostés. Recuperada de https://www.vatican.va/.

[2] Trieu, M. (2017). San Vicente de Paúl: Apóstol del Espíritu Santo. Recuperado de https//famvin.org/es

[3] Francisco (2017). Mensaje del Papa a la Familia Vicentina con motivo de los 400 años de su nacimiento.

[4] Ibíd.,

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