En esta reflexión del P. Miles Heinen, cm encontramos el profundo valor de Pentecostés en el pensamiento de nuestro Fundador San Vicente de Paúl
Me gusta la forma en que Vincent habla de seguir la guía del Espíritu. Lo describió en términos de permitir que las necesidades de las que era consciente guiaran su compromiso con la historia y luego mirar hacia atrás para ver dónde había llegado realmente.
“Eso es lo que solíamos hacer; Dios, mientras tanto, hacía lo que Él lo había previsto desde toda la eternidad. Él dio un éxito seguro a nuestro obras, que, al verlo algunos buenos sacerdotes, se unieron a nosotros y pidió quedarse con nosotros. ¡Oh, Sauveur! ¡Oh Sauveur! ¿Quién podría haber ¿Imaginaba que esto llegaría a su estado actual? Si alguien hubiera dicho que a mí entonces, habría pensado que se burlaba de mí; sin embargo, esa fue la forma en que Dios se complació en dar un comienzo a lo que tú ahora ver. Eh bien, mis queridos hermanos, ¿llamarían a algo humano que nadie se había propuesto? Porque ni yo, ni el pobre M. Portail nunca pensó en ello. ¡Ah, nunca pensamos en ello! Estaba muy lejos de ¡nuestras mentes![1]
Evidentemente, hay algo de dramático en esta forma de hablar, pero creo que la narración trata más de la verdad que del drama. Sugiero que veamos este análisis de San Vicente en el contexto del resumen de la misión que se da en el capítulo 1 del Evangelio de San Marcos, versículo 15: “Este es el tiempo del cumplimiento. El Reino de Dios está cerca. Convertíos y creed en el Evangelio”. El reino de Dios se describe como próximo, lo que significa que estamos en proceso de cambiar de opinión (arrepentirnos). San Vicente nos llamó a hacer un uso sabio del examen para aprender de nuestra experiencia en la que nuestros corazones estaban menos dispuestos a escuchar la voluntad de Dios (creer en el evangelio) y a abordar conscientemente esa carencia. [2]
La suposición subyacente es que Dios nos está guiando como sólo Dios puede hacerlo, dándonos poder con el Espíritu Santo, como leemos en Hechos 1: 4-5 – “Mientras se reunía con ellos, (Jesús) les ordenó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperaran ‘la promesa del Padre de la que me habéis oído hablar; porque Juan bautizaba con agua, pero dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo'”.
San Vicente hablaba a menudo de este empoderamiento como si fuera de toda la eternidad y estuviera relacionado con el lugar exacto en el que nos encontramos ahora. Nótese esta respuesta muy aguda a la petición de un estudio más profundo del Sr. du Coudray “Bien sé que la traducción sería útil a la curiosidad de algunos predicadores, pero no, a mi parecer, para ganar las almas de los pobres para quienes la Providencia de Dios os ha destinado desde toda la eternidad”.[3] Este reino de Dios para el que estamos capacitados es más que digno de nuestro profundo respeto, ya que representa la vida abundante a la que estamos llamados desde antes de la creación del mundo. Llamamos a esta vida “gracia santificante”, que procede del Padre y del Hijo en una unidad más allá de nuestra imaginación, pero que se llama amor.
Hemos inculcado en nuestras Constituciones la dinámica de esta vida abundante, que comienza en el número 1 llamándonos a un discipulado radical al utilizar todos los recursos personales y colectivos para revestirnos del espíritu de Cristo. Nos desafía a trasladar el significado de “Espíritu de Cristo” de la imitación de las virtudes a la encarnación en nosotros del Espíritu Santo que ha sido “derramado para el perdón de los pecados”, como nos recuerda nuestra nueva fórmula de absolución confesional. E incluso en este primer número de las Constituciones vemos la inclusión de otros fuera de nuestra congregación en nuestros esfuerzos colectivos para participar en el dinamismo de esta vida abundante, es decir, el perdón de los pecados que se traduce, en mi mente, en hacer activo el reino de Dios ya que estamos cumpliendo su voluntad que es lo contrario del pecado.
Esto queda aún más claro en la C. 11 al definir la evangelización por la que seguimos a Cristo Evangelizador haciendo “realmente eficaz el Evangelio”. Nosotros “que todos, a través de un proceso de conversión y de la celebración de los sacramentos sacramentos, sean fieles al ‘reino, es decir, al mundo nuevo, a la nueva orden, la nueva manera de ser, de vivir en comunidad, que inaugura el Evangelio”.
La comunidad que inaugura el Evangelio es otra forma de decir el reino de Dios. Describe un sí colectivo a la efusión del Espíritu Santo que es, como mínimo, interactivo, ya que cooperamos, de maneras que van más allá de nuestra comprensión, para apoyar la manifestación de la voluntad de Dios. La intuición de Vicente sobre la confesión general apoya un proceso de conversión que puede aumentar profundamente nuestra libertad en Cristo para ser moldeados por el Espíritu Santo mientras renunciamos a las mentiras que habían llegado a controlar nuestra percepción de la verdad.
La C 12 fundamenta nuestra experiencia para que, como hizo M. Coudray, no perdamos el sentido de la experiencia particular que para nosotros permite al Espíritu Santo manifestarnos nuestra participación en la voluntad de Dios. Hay muchas cosas buenas que hacer, pero sólo estamos capacitados para hacer algunas de ellas.
La C 42 unifica claramente aquellos elementos de nuestra misión que pueden generar tensiones si no están tan unificados: El compromiso apostólico con el mundo, la vida comunitaria y la experiencia de Dios en la oración. La vida comunitaria es construir, en el “nosotros” colectivo, la confianza que abre la puerta a la humildad de admitir nuestra debilidad ante las necesidades que superan nuestras capacidades y encontrar en nuestra experiencia de Dios en la oración el siguiente paso a dar mientras Él nos llama a profundizar en el misterio de su Espíritu Santo que actúa a través de nosotros.
Ven Espíritu Santo y renueva la faz de la Tierra.
P. Miles Heinen, CM
[1] de Paul, Vincent y Coste, Pierre C.M., “Correspondencia, Conferencias, Documentos, Tomo XII. Conferencias a la Congregación de la Misión vol. 2” (2010). Libros Digitales Vicencianos. 36. 180. Observancia de las Reglas, 17 de mayo de 1658 p. 8
https://via.library.depaul.edu/vincentian_ebooks/36
[2] Normas comunes X, 9.
[3] CCD, Tomo I, p. 245 (177. 24 de julio de 1634)