¡Un poderoso testimonio de un sueño vocacional!

María, madre de Dios

Ya estamos en Mayo y se acerca una fecha muy importante dentro de la Iglesia. Una fecha en la que recordamos un momento hermoso de la vida de nuestra Madre. Por eso hoy quisiera hablarles de mi relación con María. Una gran mujer, María, la llena de gracia, María la amiga, María la que estaba ahí para cuando su familia la necesitara.

Mis compañeros de misión siempre recuerdan entre risas algunas anécdotas. Recuerdan que siempre les contaba por las mañanas lo que soñaba la noche anterior. Era un momento divertido, contando retazos de cosas graciosas que casi siempre eran consecuencia de cosas vividas el día anterior.

Pero una noche soñé con María, era María de Luján, con su manto en forma triangular, pero sus manos no estaban unidas en su pecho como la imagen así lo muestra. Ella estaba en el campo, rodeada de dos sacerdotes y me daba la mano… me pedía en silencio que se la tomara. Me invitaba. Debo confesar que ese día dije que no había soñado. Era algo íntimo, muy mío.

Han pasado muchos años de este evento, 2001, si la memoria no me falla. Pero es tan nítido el recuerdo que con frecuencia vuelve a mi mente. Si me preguntan que sentí. Les diría que confianza, ternura, tranquilidad y sobre todo alegría. Era una invitación llena de amor.

¿Pero por que les cuento esto? Simplemente porque después de haberlo sentido, poco a poco comprendí y decidí que quería a María como modelo a seguir, como guía en mi camino, mi ejemplo, un espejo donde mirarme y ver que cosas de mí debía ir moldeando, con ternura, con paciencia para conmigo misma . Con amor.

Y casi como sin darme cuenta el evangelio que siempre tenía a mano en cada misión a la que iba, en cada visita a los ancianos, en cada encuentro con un enfermo, o con quien fuera que la misión me pusiera en frente, era su visita a Isabel. La Visitación.

Siempre identifique en este pasaje tres momentos cruciales. El primero era reconocer al hermano, su persona, su nombre, sus necesidades y sus dolores. Y tomar la decisión de ponerse en marcha, dejándolo todo. Decisión difícil si las hay.

Segundo era el camino a recorrer para llegar a quien lo necesitara, despojándose de sí y soportando las inclemencias y las situaciones que pudieran presentarse. Dejándose pulir, transformar. Llegar siendo una mejor persona.

Y la tercera era el encuentro alegre, desinteresado, el darse por completo. Sin medias tintas, sin límite de tiempo. Sin poner condiciones.

Y desde ese día trate de seguir su ejemplo.

Cuando solemos dar nuestros primeros pasos como misioneros, miembros de la familia vicentina, pensamos siempre en Jesús, y cómo no hacerlo, el Es el Maestro; su misión, su encuentro con pobres y afligidos, con hambrientos y enfermos nos muestran su amor por ellos. Y vemos Su

accionar. Que sin duda proviene del Padre…pero también de su madre. Estoy completamente segura que ella le mostró el cómo a lo largo de su vida. Cómo ser gentil con quien ha sido agredido, empatizar con quien está sufriendo, cómo descubrir antes que nadie que necesitaban sus vecinos, sus amigos, su familia. Ella era la que estaba al pendiente, la que lo incito a ayudar cuando en las bodas se quedaron sin vino…

El reconocer que otro necesita de mi, que se encuentra solo y en situación vulnerable. Siempre atenta. Siempre un paso adelante. Pero también le enseño como ponerse en marcha. Como actuar. Priorizando al otro antes que su seguridad y satisfacción personal.

Ponerse en camino hacia el otro, con sus desafíos. Porque no siempre el camino es fácil. Por el contrario, suele estar lleno de piedras, muchas veces de tristeza y hasta de soledad.

Pero sin lugar a dudas también le enseño que después de saltar cada baya, de vencer cada escoyo y de limpiarnos las heridas, está la alegría del encuentro. La emoción y la ternura del abrazo sincero. El corazón casi a explotar por sentir que en el otro que esta frente a mí, también se está produciendo esa alegría que no se puede ocultar.

Es sentir en carne propia las palabras del Magníficat. “…Proclama mi alma, la grandeza de Dios. Se alegra mi espíritu en Dios mi salvador. Porque ha mirado la humildad de su sierva…”

Hace mucho al despertar sentí que había un amor muy grande en mí, un deseo de ir al encuentro de otros. María fue mi modelo, mi guía y aunque el camino todavía no se acaba, he podido sentir en cada “Isabel” que encontré en mi vida, que algo encajaba, que a pesar de mis debilidades Dios me elegía como portadora de su mensaje. ¿Soy capaz de ser una discípula fiel y despierta? Esa es mi pregunta de todos los días. No para torturarme ni ver constantemente mis defectos, sino para ser leal con la misión que se nos ha encomendado.

En este día que celebramos la Visitación de María, que podamos sentir en lo profundo de nosotros, que Dios nos sigue llamando. Nos sigue eligiendo. Estemos en el lugar y situación que estemos en este momento de nuestras vidas. Pasando quizás por las peores dificultades. Nos sigue eligiendo, nos sigue llamando. ¿Para qué? ¿Para quién? ¿En dónde? Eso nos queda de tarea para seguir rumiando, en este día tan especial. En donde María nos da un ejemplo de entrega desinteresada, de amor incondicional y de despojo absoluto de su persona y bienestar.

Si la mirada esta puesta en Dios, no habrá camino que no podamos transitar. Vayamos confiados. Siempre con la esperanza puesta en su Palabra. “…Yo estará con ustedes hasta el fin de la Historia…”

Feliz día de la Visitación!!

Abrazos fraternos
María José Rebottaro

Misevi Argentina