¡Luisa de Marillac fue una mujer de fe profunda que buscó siempre hacer la voluntad de Dios! Una reflexión del P. Hugo Sosa

Luisa de Marillac, mujer de fe y de “otras orillas”

Unos meses después del fallecimiento de Luisa, Vicente se reúne con las Hijas de la Caridad y les dice:

“¡Qué hermoso cuadro ha puesto Dios ante vuestros ojos! Sí, es un cuadro al que tienen que mirar como un prototipo que las anime a hacer lo mismo, a adquirir esa humildad, esa caridad, esa tolerancia, esa firmeza en toda su conducta, recordando de cómo tendía en todas las cosas a conformar sus acciones con las de Nuestro Señor”. (SVP IX, 1235)

Al celebrar recientemente el año jubilar de “la luz de Pentecostés”, se actualiza para nosotros esta invitación. Estamos invitados a fijar nuestros ojos en ella quien poniéndose en las manos del gran artista se convirtió en una verdadera obra de arte de la caridad, siendo una gran mujer de fe y de “otras orillas”.

Mujer de fe

La experiencia de “la luz de Pentecostés” es una experiencia mística, y por lo tanto de fe. El año 1623 es clave en la vida de Luisa: es el año de la oscuridad, pero también de la luz. Así podemos ver que como en las grandes obras de arte la vida de fe también está hecha de claroscuros. Ella en sus escritos menciona dos fechas, día de S. Mónica[1] y de la Ascensión del Señor[2], que conducen a “la luz”. Luego de estas noches oscuras, el 04 de junio de 1623 llega la luz:

“En un instante, mi espíritu quedó iluminado acerca de sus dudas”.[3] (E. 6)

Esta es la experiencia clave que se resume en una sola frase: “mi espíritu quedó iluminado”. Porque es mujer de fe pudo dar el paso de la oscuridad a la luz, porque es mujer de fe confió en esa iluminación, porque es mujer de fe esperó con certeza el cumplimiento de las promesas: “entendí que estaría en un lugar dedicado a servir al prójimo”.

Así fue toda la vida de Luisa. Mujer de fe profunda que buscó siempre hacer la voluntad de Dios, de esperanza viva en el Dios que es fiel a sus promesas y de caridad encarnada en el servicio de los más necesitados.

En su testamento espiritual leemos:

“Sigo pidiendo para ustedes a Dios su bendición y le ruego les conceda la gracia de perseverar en su vocación para que puedan servirle en la forma que Él pide de ustedes”. (E. 302)

Esto que escuchamos de ella en los últimos momentos de su vida, lo sigue haciendo hoy desde el cielo: implorar para todos la bendición de Dios. Y ya decía S. Vicente a aquellas hermanas reunidas para recordar sus virtudes: “¡Animo! Tienen en el Cielo una Madre que goza de mucha influencia”. (SVP IX, 1235)

Junto a la bendición pide a Dios la gracia de la perseverancia, que no consiste en estar quietos en un lugar, sino en vivir la vida y la vocación en fidelidad creativa a la llamada recibida, por lo tanto, en una dinámica de amor que mira siempre la meta, que es la plena unión con Dios en el servicio al prójimo. Por eso, la perseverancia, en palabras de S. Luisa “tiene que ser la última flor de nuestra corona, ya que tenemos que adquirirla en el último momento de nuestra vida en la gracia y amor de Dios”. (C. 33)

Mujer de “otras orillas”

El evangelio de Mc 4,35-41 nos presenta a Jesús que ordena a sus discípulos “crucemos a la otra orilla”. ¿Dónde queda la otra orilla? Al otro lado del lago de Galilea, es decir, es una invitación a ir a una tierra pagana y desconocida. Y no fue fácil llegar allí, tuvieron que atravesar una tormenta, el peligro de perecer y experimentar “la dormida de Jesús”, pero a su vez también pudieron contemplar el poder de Jesús que calma la tempestad.

¡Cuántas veces Luisa tuvo que atravesar a la otra orilla! Apenas nace, y tal vez sin ni siquiera conocer a su madre, desembarca a la orilla de un monasterio real, donde es criada ciertamente con amor, pero carente del afecto hogareño. De aquel lugar, porque ha muerto su padre y ya nadie paga la cuota del famoso monasterio, desembarca a la casa de la “Señorita Devota”. De allí desembarca a la vida matrimonial porque en la vida religiosa le han dicho que “Dios tiene otros planes para ella”.

En aquellos años aprendió a ser esposa y madre, pero la viudez la conduce de nuevo “a otra orilla”, a la del servicio caritativo. Y así llega a ser, obra de arte en las manos del gran artista, madre resiliente, empática y creativa. Dijo S. Vicente: “el amor es creativo hasta el infinito” (SVP XI, 65), y efectivamente el amor de Luisa a Dios y a los pobres fue de una fecunda creatividad, gracias a que no tuvo miedo de “cruzar a la otra orilla”. Empezando por la organización de las cofradías de la caridad y de las hermanas. Fue una verdadera innovadora y ejecutiva. Fue capaz de renovar la vida consagrada (las hijas de la caridad en aquel contexto constituían toda una novedad) y de innovar en el campo del servicio a los pobres, no siendo indiferente a ninguna pobreza de su tiempo.

Como herederos del carisma de Vicente y de Luisa estamos llamados también nosotros a ser vicentinos de otras orillas, a franquear las puertas de nuestros egoísmos y temores que nos estancan, para a ir hacia las periferias geográficas y existenciales, y encontrarnos con los designios de Dios guiados por la fuerza del Espíritu Santo, que nos conduce con firmeza hacia el cumplimiento de su voluntad y nos desafía a seguir viviendo bajo el impulso del Espíritu Santo.

En la 2Cor 5,14 leemos: “el amor de Cristo nos apremia”. Ella nos recuerda que S. Luisa, desde 1639 en adelante, casi todas las cartas dirigidas a las hermanas, firmaba con la frase “en el amor de Jesús crucificado” y a partir de 1643 empieza a utilizar el sello de la Compañía, que plasma la frase paulina brevemente modificada: “la caridad de Jesús crucificado nos apremia”.

Agradecidos por el ejemplo de santidad que se nos presenta en S. Luisa, pidamos al Señor que cada uno de nosotros experimentemos que “la caridad de Cristo crucificado nos apremia”, por lo tanto, nos llama a ser personas de fe profunda, dispuestos a ir a otras orillas, actualizando en nosotros el susurro del éfeta.

P. Hugo R. Sosa, CM

[1] Según el calendario litúrgico de aquel tiempo, sería el Jueves, 04 de mayo de 1623.

[2] Fue el jueves 25 de mayo de 1623.

[3] SANTA LUISA DE MARILLAC. Correspondencia y escritos. Salamanca: CEME, 1985, E. 6 (En adelante en el cuerpo del texto C. = correspondencias y E. = escritos).

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