Hoy celebramos, con este artículo, a nuestro cohermano el Padre G.B. Manzella: ¡un modelo inolvidable en la Iglesia sinodal!

 

Hoy celebramos, con este artículo, a nuestro cohermano el Padre G.B. Manzella: ¡un modelo inolvidable en la Iglesia sinodal!

 

 

En el camino sinodal de la Iglesia de hoy, el padre Juan Bautista Manzella se nos presenta como un modelo sublime e inolvidable al que podemos referirnos, encarnando un elevado ideal sacerdotal y misionero. No se le puede imaginar en soledad, sino siempre en compañía del prójimo con el que se encontraba.

Habiéndose dejado modelar por las enseñanzas de San Vicente de Paúl, toda su vida estuvo orientada a ‘recorrer, a ejemplo del mismo Cristo y de sus discípulos, las aldeas y caseríos para partir el pan de la palabra de Dios a los pobres mediante la predicación y la catequesis; …, fundar la Compañía de la Caridad; asumir la dirección de los seminarios … y enseñarlos‘. Así lo interpretó el propio Juan Pablo II en las palabras que dirigió a los obispos sardos con ocasión de la primera visita ad limina, en 1981: “No puedo dejar de recordar la obra asidua e inolvidable del señor Manzella, apóstol de Cerdeña, que catequizó durante cerca de cuarenta años, recorriendo la isla a lo largo y ancho…”.

          Nació en Soncino (Cremona) el 21 de enero de 1855 y murió en Sassari el 23 de octubre de 1937. En sus años de juventud, tras haber obtenido la Licencia Técnica en 1871 y mientras su hermano menor Ezechiele ya había ingresado en el Seminario de Cremona, siguió a su familia a Castello sopra Lecco, encontrando trabajo como dependiente en una ferretería. Su padre Carlo, además de su trabajo como colchonero, ayudaba en la parroquia como sacristán, y así también él, junto con su hermano mayor Luigi, trabajaba en la iglesia por las mañanas y por las tardes, atrayéndose la confianza y la amistad del párroco.  Todas las tardes, la familia “se reunía para el trabajo de acolchado (sobre todo en invierno) y uno de ellos leía en voz alta la Sagrada Biblia, que compraban a mano y leían cuatro veces entera y con anotaciones”.

          Para entrar en el seminario, tuvo que esperar a que su hermano pequeño Ezechiele fuera ordenado sacerdote; así, en 1984, a la edad de 29 años, pudo ingresar en el Instituto Villoresi de Monza, seminario destinado a clérigos pobres y a vocaciones adultas. Guiado por su director espiritual, maduró también allí su opción vicenciana: así, el 2 de noviembre de 1887 se presentó en la Casa de la Misión de Turín y el 21 de noviembre tomó el hábito religioso en el noviciado de Chieri.

Aquí se dejó moldear literalmente por las Reglas de San Vicente, que giraban en torno a la conformación con Cristo Jesús a través de las “cinco virtudes vicencianas“: humildad, sencillez, mansedumbre, mortificación y celo por la salvación de las almas. En los seis años de su formación para el sacerdocio, progresó tanto en estas virtudes que toda su vida y su apostolado estuvieron profundamente marcados por ellas. Tenía 38 años cuando fue ordenado sacerdote el 25 de febrero de 1893 en la capilla del seminario arzobispal de Turín.

          Los primeros siete años de su sacerdocio lo vieron casi totalmente implicado en la formación de los jóvenes: en Scarnafigi (CN), en Chieri como maestro de novicios, en Como, donde tuvo su primer impacto con la predicación misionera en las parroquias, y en Casale Monferrato (1899-1900), director disciplinar y ecónomo del Seminario Diocesano. Aquí los seminaristas se dieron cuenta enseguida de que estaban ante un santo misionero.

En noviembre de 1900 fue trasladado a Sassari, director espiritual de los clérigos del seminario provincial de Turritano. “Esta vez le envío como director espiritual del seminario al Sr. Manzella, un santo misionero…”, fue la nota de presentación del superior provincial al arzobispo de Sassari.

Desde el primer encuentro, los clérigos quedaron conquistados por su estilo humilde, sencillo y convencido.  Su acción formativa en los cinco años pasados en el seminario se les quedó grabada para siempre.

En 1904 emprendió también, con gran fruto, la predicación de las primeras misiones al pueblo y fue destinado a tiempo completo al año siguiente. Comenzó así el período más intenso de su ministerio misionero en Cerdeña, que duraría en cierta medida hasta su muerte.  De 1906 a 1912 fue también superior de la comunidad vicenciana del pueblo, sin renunciar a la predicación misionera. Reservó las más exigentes para oponerse al socialismo ateo y anticlerical, como hizo en Pozzomaggiore, Tempio Pausania, Castelsardo, Alghero, Bonorva, Ittiri, Sindia y Portotorres. Este clima social anticlerical también estaba presente en Sassari, de modo que ya en 1908 sintió la urgencia de que un periódico católico se opusiera a “La nuova Sardegna” imperante. El domingo 13 de marzo de 1910 salió el primer número de “La Libertà“. Junto a él, formaban parte de la redacción el joven canónigo Damiano Filia y el abogado Giovanni Zirolia; pero también colaboraron don Sebastiano Pola, los jóvenes Remo Branca y Antonio Segni, entre otros.

          Fue un auténtico innovador de las misiones populares en Cerdeña con sus ingeniosas invenciones basadas en la sencillez evangélica de la predicación para hacerse entender incluso por los analfabetos. Introdujo una predicación vespertina especial sólo para hombres para defenderlos de la influencia del socialismo ateo y anticlerical imperante en la época, así como la participación de los niños, a los que supo atraer en una corriente creciente al son de la famosa “trompeta“. También inventó la “pesca a domicilio“, especialmente para los “alejados” de la práctica sacramental, a los que dedicaba su tiempo libre, en busca de las “noventa y nueve ovejas perdidas…“, como solía decir.

Casi siempre, la predicación terminaba también con la fundación de grupos caritativos, tanto femeninos como masculinos, u otras obras sociales: jardines de infancia, de los que fue un verdadero pionero en Cerdeña, y orfanatos. También hizo florecer Asociaciones de Doctrina Cristiana, Cajas Rurales e incluso “Pietadinas” para combatir el luto sardo que privaba a las mujeres de la vida sacramental y eclesiástica incluso durante varios años.

Su apostolado misionero estuvo siempre salpicado de oración, tanto personal como la de aquellas almas piadosas que sabía implicar a distancia, pero también de continuas mortificaciones voluntarias y penitencias particulares que se imponía a sí mismo. Pero también fue infalible la “medalla milagrosa” de la Inmaculada Concepción, que difundió por todas partes, sobre todo en los casos más difíciles de pecadores obstinados que a menudo se resolvían en la confesión, abriéndose a la misericordia divina.

La gente no tardó en darse cuenta de que en él encontrarían a un verdadero hombre de Dios y a un sacerdote celoso como ningún otro. Así, el padre Manzella se convirtió en una de las personalidades más conocidas y deseadas de Cerdeña. Recorrió la isla muchas veces, en todos los medios de transporte: a pie, a caballo, en carro o en buga y, con el progreso, en coche y en tren. Incluso el vagón de ferrocarril se transformaba a menudo en lugar de pequeñas catequesis, con la ayuda de carteles bíblicos o la distribución a todos de la medalla de la Virgen.

          Las misiones populares, sin embargo, no agotaron el ministerio del Siervo de Dios. Digno hijo de San Vicente, a través de la predicación misionera consiguió crear una densa red regional de Grupos Caritativos, profética de nuestra Cáritas parroquial introducida por San Pablo VI. En Cerdeña se contaban más de 200 gracias a la actividad de Manzelli y de sus hermanos. Primero en Italia, animó a todos sus Grupos con la revista mensual “La Carità“, ocupándose personalmente de su contenido formativo y apostólico, así como de su impresión durante 15 años, de 1923 a 1935.

Así, en 1923 y 1925, Cerdeña fue reconocida por el Consejo Central Vicenciano de París como la primacía mundial de la Caridad; y el Superior General de los Misioneros Sr. Francis Verdier, tras una visita a la Isla del 22 al 28 de octubre de 1923, proclamó oficialmente a Cerdeña “Isla Vicenciana“.

La fundación de instituciones benéficas y asistenciales también le era especialmente afín: en Sassari se le reconoce como fundador de la Casa Divina Provvidenza (1903), el Rifugio Gesù Bambino (1910), el Istituto dei Sordomuti (1911) y el Istituto dei Ciechi (1934).  Las instituciones benéficas de Bonorva, Olbia, Tempio, Oschiri, Luras, Villanova Monteleone, etc. también se referían a él. Realmente supo ser un formidable organizador de la Caridad y de la asistencia a los necesitados, implicando plenamente a los grupos caritativos y a las Hijas de la Caridad.

En Sassari era conocido como el amigo de los pobres, que acudían a él dondequiera que estuviera: a la Casa de la Misión, a la Casa Madre de sus Hermanas, al Seminario Turritano, adonde volvió de 1926 a 1934, cuando no los buscaba directamente en sus tugurios. Nunca les negó la limosna; incluso les ayudó empeñando su reloj al panadero o privándose de zapatos e incluso de pantalones para vestir a los desnudos. En su funeral, el arzobispo de la ciudad lo recordó como “la encarnación de la caridad y la misericordia.

Formador de clérigos, clérigos y otros

          En su múltiple apostolado, dedicó también mucho tiempo a los sacerdotes, clérigos y seminaristas, sobre todo con la predicación de retiros anuales y mensuales, muy solicitados en casi todas las diócesis sardas: desde Sassari a Ozieri, Nuoro, Alghero, Tempio, Bosa, Cagliari e Iglesias. A menudo incluso predicaba dos cursos, uno tras otro, en la misma diócesis. Sus reflexiones eran muy prácticas, tratando de infundir en los sacerdotes un fuerte anhelo de santidad y amor a la Eucaristía.

De los clérigos y seminaristas supo ser sobre todo el “padre” que les animaba a responder fielmente a la vocación recibida. En particular, les dedicó tres periodos de su vida: los primeros años de su sacerdocio en el continente y luego, en dos etapas, otros doce años en Sassari: de 1900 a 1905 y de 1926 a 1934. Pero incluso su presencia ocasional en otros momentos fue siempre deseada. Iluminaba sus mentes sobre la grandeza y la sublimidad de la vocación sacerdotal; sabía transfundir en sus almas esa fe viva que reverberaba de su vida, llevándoles al encuentro con Jesús vivo en la Eucaristía, hasta el punto de hacerlo su confidente, su amigo, su todo.

A su muerte, el “Pastor bonus”, boletín de la Obra Vocacional de Cerdeña, titulaba: “Clérigos y sacerdotes han perdido a un gran amigo“.

          Otro aspecto significativo de su sacerdocio fue la dirección espiritual de numerosas almas escogidas, entre ellas la Sierva de Dios Leontina Sotgiu (1882-1957) y la mística Angela Marongiu (1854-1936), su mano derecha en la fundación de las Hermanas de Getsemaní. También fue un convencido admirador y confidente de la beata Eduviges Carboni (1880-1952) durante los años que vivió en Pozzomaggiore (SS).

Dondequiera que predicaba, sabía identificar a las almas jóvenes que se entusiasmaban con el ideal de la consagración virginal, formándolas espiritualmente y orientándolas bien hacia la vida de clausura, bien hacia el servicio de los pobres entre las Hijas de la Caridad, bien, permaneciendo “virgen en el siglo”, comprometiéndolas en el apostolado parroquial. Siempre supo ser un guía espiritual seguro. Gracias a su celo de animador vocacional, decenas y decenas de vocaciones a la vida consagrada, pero también al sacerdocio, fueron suscitadas por él. Incluso en los últimos años de su vida, reunía mensualmente a unas cuarenta jóvenes en la Casa Madre de “Santa Teresa”, de las cuales algunas formaron más tarde, por iniciativa suya, la Compañía de las Hermanas de Santa Ángela Merici en Porto Torres (1936).

Pero la obra maestra de su pastoral vocacional fue la fundación de las Hermanas de Getsemaní en Pentecostés de 1927. Fue un proyecto que maduró lentamente, fruto de su liderazgo.

Después de haber seguido espiritualmente a las primeras jóvenes, una a una, y de haber terminado una primera construcción de la Casa Madre, a los 72 años, a pesar de las numerosas críticas de los bienpensantes que intentaban disuadirle, puso en marcha el Instituto de las Hermanas de Getsemaní, combinando el proyecto contemplativo de la Madre Ángela con el suyo propio de apostolado entre los abandonados en el campo o en las parroquias.

En 1932 se constata que han alcanzado un buen nivel de madurez espiritual y comunitaria.  Así, el 1 de enero de 1936, las primeras hermanas emitieron su profesión religiosa perpetua; el día del Corpus Christi (11 de junio) de 1936 recibieron el hábito religioso.

La gran fama de la santidad

          Si toda la vida del Siervo de Dios estuvo ya impregnada de grandes virtudes, en sus últimos años se manifestó por doquierHoy celebramos, con este artículo, a nuestro cohermano el Padre G.B. Manzella: ¡un modelo inolvidable en la Iglesia sinodal! su gran fama de santidad, que también estuvo acompañada de episodios taumatúrgicos, propiciados especialmente por la medalla milagrosa que distribuía a los enfermos y a cuantos se encomendaban a sus oraciones, pidiéndole una bendición particular.

En septiembre de 1930, en el Congreso Internacional de París con motivo del centenario de las apariciones de la Medalla Milagrosa, en el que participó con una peregrinación de Hijas de María y Damas de la Caridad, relató con franqueza: “En Sassari imponemos la medalla milagrosa a un paralítico y le decimos: ¡levántate y anda, y el paralítico se levanta y camina sano y salvo!”.

En 1933, el obispo de Bosa, monseñor Nicolò Frazioli, había invitado al Siervo de Dios a un retiro espiritual para los seminaristas: “En cuanto se difundió la noticia de la llegada del señor Manzella, se produjo una avalancha de gente como nunca había visto en Bosa. Un verdadero torrente de gente entró en el seminario, ocupando toda la puerta principal y sus alrededores, las escaleras e incluso el pasillo, hasta la puerta de la capilla donde predicaba. Todos querían verle, oír de él una palabra, recibir un consuelo, una bendición“.

A partir de 1934, debido al entumecimiento de sus pies, se dedicó a recorrer la ciudad y sus alrededores en su famosa calesa tirada por un burro. La gente lo veneraba a su paso; las madres le presentaban a sus hijos para que los bendijera. La monja que le acompañó dejó esta descripción: “Lo que vieron mis ojos en aquellos dos años y medio fueron cosas tan hermosas que daban ganas de llorar; el cielo en la tierra. Uno montaba en el carro; yo ataba al burro, pero no podía avanzar. Todos le paraban: ‘¡Señor Manzella, bendígame; deme su mano para besar, ponga su mano sobre la cabeza de este niño!’. Los pobres le pedían una limosna, los estudiantes próximos al examen una bendición; algunos parados incluso le pedían que les dejara fotografiarse para poder vivir de ello. … Incluso a los pequeños en brazos de sus madres les prodigaba caricias, las propias madres se los llevaban para que los bendijera, y algunas de ellas subían a sus pequeños al burro, diciendo que el burro del padre Manzella también era un santo…”.

En noviembre de 1936, se produjeron algunas curaciones especiales en Pattada (SS): “A dos jóvenes paralíticas les prometió la curación. De vuelta en Pattada, fueron curadas repentinamente, una el día 20, la otra el 21 del mismo mes. Al día siguiente, en la Casa de la Misión de Sassari se vio un espectáculo insólito. Una docena de coches, carruajes y vehículos de todo tipo estaban estacionados a lo largo del muro fronterizo. Eran personas que habían venido de Pattada tras los acontecimientos de la víspera para obtener la bendición del santo misionero. La entrada, el locutorio, los pasillos, la capilla, todo estaba abarrotado de enfermos que suplicaban al santo misionero. Él dio a todos la Medalla, invitó a la confianza, y todos rezaron como si Jesús y la Virgen estuvieran allí vivos y hablaran sin velo. Un párroco presente comentó: “Estamos en Palestina…”, y su hermano laico respondió: “Siempre es así”.

En julio de 1937, cuando fue invitado a Calangianus (Sassari) para la fiesta de San Vicente, la tarde de la conclusión llevó a la plaza de la iglesia a tantos enfermos que se llenó por completo, para que pudiera darles una bendición especial                  . También aquí se renovaron los comentarios del párroco: “¡Escenas evangélicas!

En septiembre de 1937, invitado a Bultei (SS) para la conclusión de la misión predicada por dos dignos sacerdotes diocesanos, a su llegada a la iglesia durante el sermón tuvo que ser suspendido porque la asamblea de fieles, en un repentino murmullo general, se levantó y se volvió hacia la puerta para saludar al Siervo de Dios.

          El Siervo de Dios reaccionó refugiándose en su humildad y sencillez.  En diciembre de 1935, escribiendo a la Madre Ángela Marongiu, le menciona el entusiasmo de las Damas de Cagliari hacia él: ‘Las demostraciones de estima de estas buenas Damas y Señoras de la caridad me confundirían, si no me conociera lo suficiente. Que Dios haga de mí lo que quiera”.

En mayo del mismo año, también comunicó los mismos sentimientos a la Sierva de Dios Leontina Sotgiu: “Circula por ahí el entusiasmo de que me creen un santo. Esto no me molesta porque me conozco demasiado bien. Mientras tanto no me dejan tiempo para nada, y sin embargo tengo mucho que hacer. Ruega por mí para que me desprenda de mis necios apegos, y hazme santo de verdad’.

Unos meses antes de su muerte, escribió a un superior religioso: “Vienen de toda Cerdeña. Creen que soy un gran hombre, creen que soy un santo. Que digan lo que quieran, lo cierto es que los milagros no hacen santo… Humildad, caridad, obediencia, perdón pronto y sincero de las ofensas, amor a los enemigos, perseverancia en el bien… Ésta es la santidad que deseo para mí, para vosotros y para el mundo entero.

          Cuando murió, el 23 de octubre de 1937, todo Sassari quiso rendirle homenaje.  San Manzella ha muerto“: así saludó y comentó la población el luctuoso acontecimiento. Durante todo el día, la Capilla de la Misión, donde se expuso el cuerpo, se convirtió en el santuario de la ciudad: “comenzó aquella incesante peregrinación de multitudes orantes, que desde primeras horas de la mañana no dejó de crecer, por la tarde y llegó hacia la noche a formar una masa compacta e impresionante, una oleada abrumadora contenida y refrenada, más que por los cordones de la fuerza pública, por un íntimo sentimiento de veneración y amor...”.

Al día siguiente, Domingo de las Misiones, la procesión para transportar el cuerpo a la catedral comenzó a las 9 de la mañana. A pesar de la fuerte lluvia, interpretada también como un don de gracia del Siervo de Dios, fue “tan impresionante que tomó más el aspecto de una procesión triunfal que el de un acompañamiento fúnebre. Quizás nunca Sassari había visto una multitud tan espontánea y una muestra de afecto tan abrumadora“.

Al término de la celebración fúnebre, Monseñor Mazzotti, desde el púlpito, no hizo sino confirmar la firme creencia del pueblo en la santidad del Siervo de Dios. Visiblemente impresionado, hizo una pausa para escrutar a la multitud y dijo: “Nos hemos reunido en esta Iglesia Catedral para rendir nuestro debido homenaje de oraciones de sufragio o más bien en honor del señor Manzella. … Sin precipitarnos ni anticipar el juicio de la Santa Iglesia, podemos sin embargo afirmar que el Sr. Manzella es un santo... Sólo Dios puede dar signos externos de esta santidad, y la Iglesia será el juez competente...”.

          La tumba del Siervo de Dios se convirtió inmediatamente en meta de una peregrinación continua. En el tercer aniversario de su muerte, el editorial del periódico diocesano recordaba: “La muerte no lo envolvió en el velo fúnebre del olvido, sino que marcó el comienzo de una apoteosis verdaderamente grandiosa… La peregrinación ininterrumpida de los fieles a la modesta tumba es una clara confirmación de esta fama de santidad no usurpada…”.

Uno de sus discípulos y cofrade añadió estos detalles: “Ahora, la generosidad de algunos fieles la ha cubierto con una losa de mármol, coronada por una cruz entre dos lámparas. En ella están grabadas cuatro palabras, de las que no se podía prescindir. “Sac. Giovanni Battista Manzella sacerdote de la Misión – Fundador de las Hermanas de Getsemaní”. Ciertamente se podría haber escrito más. No importa. Un poco más y luego hay que sustituir la losa por otra. El día de los difuntos, los fieles la rociaron con lucecitas, el calor excesivo la rompió y enseguida se colocó una segunda…”.

Las gracias obtenidas por intercesión del Siervo de Dios parecen haber comenzado ya en los días de su muerte. En la conmemoración de 1939, el canónigo A. Frau pudo afirmar: ‘Estos hechos prodigiosos se multiplican, y de todas partes no sólo de Cerdeña, sino de Italia; dondequiera que ha llegado el eco poderoso de la virtud del Sr. Manzella, llegan los testimonios agradecidos de los que en vano recurrieron a él‘.

El vicepostulador del Proceso Informativo Diocesano, el padre Antonio Sategna, publicó 18 de las principales que tuvieron lugar en esos primeros 10 años tras la muerte.

En mayo de 1941, la petición oficial de los Obispos de Cerdeña fue transmitida al Vicario General de la Congregación de la Misión para que se introdujera su Causa de Beatificación, justificándola ‘en la fama de santidad siempre creciente que rodea, en toda la Isla, la memoria del Sr. Giovanni Battista Manzella, miembro de esta benemérita Congregación’ y pidiendo que ‘el Ven. Postulador de esta Congregación quisiera promover, sin demora, el inicio de la causa en las formas canónicas’.

En octubre del año siguiente, sus restos fueron trasladados a la cripta de la erigida Iglesia del Santísimo Sacramento, junto a la Casa Madre de las monjas Manzellianas, donde los devotos, cada vez más numerosos, continuaron visitándole. En el mes de octubre siguiente, sus restos fueron trasladados a la cripta de la erigida Iglesia del Santísimo Sacramento, junto a la Casa Madre de las monjas Manzellianas, donde el número de devotos, cada vez mayor, continuó visitándolo ininterrumpidamente: ‘Apenas hay un enfermo que venga a Sassari para curarse que no sea llevado a la tumba del señor Manzella… Los acontecimientos prodigiosos se multiplican por todas partes; allí donde ha llegado el eco de su virtud, llegan testimonios agradecidos de quienes no han recurrido en vano a su intercesión‘.

En la conmemoración de 1947, el arzobispo Mazzotti costata:

“Hoy, diez años después, la estima, el afecto, la convicción de la santidad del viejo misionero no han disminuido en absoluto. La peregrinación a su tumba es ininterrumpida, la confianza en su intercesión tiene un crescendo impresionante… Esta mañana, esta catedral reúne tal multitud que recuerda a la que asistió en tan gran número a los funerales. ¿Cuál es el secreto de esta popularidad, de esta atracción ejercida por la figura del señor Manzella? Sin duda, la santidad de su vida“.

          Esta devota peregrinación nunca ha cesado. Los testimonios de invocación y acción de gracias al Siervo de Dios se cuentan por centenares, conservados en los archivos de las monjas manzanillianas. Pero incluso en el de los Misioneros de Sassari hay más de 200, aunque limitados a los más significativos, hasta la fecha.

El Siervo de Dios parece seguir respondiendo a las invocaciones de los fieles, que continúan acudiendo a su tumba. Son estos testimonios de gracias recibidas los que alimentan, hasta el día de hoy, su fama de santidad. Las celebraciones conmemorativas anuales, siempre concurridas, demuestran hasta qué punto sigue estando en el corazón de los Sassaresi, así como en el de Cerdeña.