NOS QUEDAMOS SIN CARNAVAL…

Hace dos años atrás participé del Carnaval en el norte de Argentina. Clima de fiesta, vestidos típicos y un ambiente lleno de alegría. La gente se pintaba una a otra el rostro con colores y de a poco se iba formando una máscara donde resultaba difícil reconocer al otro de tanta pintura o tiza. Este año, debido a la ya conocida pandemia nos hemos quedado sin carnaval y en muchos lugares se hizo sentir esta ausencia. Nos quedamos sin la música y la alegría de “Rio”, sin el glamour de “Venecia” o incluso sin los bailes y los colores de nuestros propios lugares.

Pero pensando un poco más allá, la pandemia no solo nos quitó las máscaras del carnaval, sino que también pudo sacar de nuestras sociedades tantas otras máscaras. Sacó las máscaras de los sistemas de salud, donde en muchos de nuestros países nos hemos dado cuenta de la precariedad de ellos, y que la salud no era para “todos” sino para unos pocos y elegidos. Sacó las máscaras de los modelos económicos que no pudieron dar respuesta rápida a las necesidades y entender que un simple virus puede hacer caer toda la economía mundial.

Desapareció la máscara del “cuidado del planeta”, ya que pudimos ser testigos de la verdadera oxigenación del mundo cuando los seres humanos dejamos de invadir todos los espacios. Pero como siempre, cuando las caretas se caen, podemos empezar a ver los rostros… y nos mostró quizás aquellos que hubiésemos querido seguir tapando, los rostros de los pobres, de aquellos que quedaron sin nada, sin la posibilidad siquiera de dar de comer a sus hijos. El rostro de los enfermos, de los que por no ser “prioritarios” quedaron en la espera con su dolor.

El rostro de los ancianos en soledad, muchos de ellos llevando años en esta situación, cargando el silencio y la depresión. El rostro de los que han muerto en extrema soledad, sin la mano que sostenga su partida, como el de los familiares que tuvieron que conformarse solo con un poco de cenizas entre sus dedos sin la posibilidad de decir adiós. Pero nuestra mirada no puede quedar solamente aquí, la Iglesia nos otorga un tiempo para redescubrirnos en verdad delante del Señor, sin máscaras, sin disfraces y tal vez con lo única marca que necesitamos en nuestros rostros, la de las cenizas de conversión. Este tiempo nos invita a redescubrir nuestro verdadero rostro, aquel que marca nuestra identidad de hijos de Dios, de seguidores de Jesucristo Evangelizador de los pobres, de comunidad misionera. Nos invita a dejar los disfraces para revestirnos del Espíritu de Jesucristo. Tenemos el desafío de mirar a la cara, a los que nadie mira, a los pobres, a aquellos que para la sociedad no tienen rostro. El desafío de sacar las caretas que provocan tantas injusticias sociales.

El de llevar a Dios a esos corazones vacíos. Es verdad, nos quedamos sin carnaval pero… no sin alegría. Somos testigos y portadores de la verdadera Alegría del Evangelio.

P. Hugo Marcelo Vera, CM

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