¡Hoy celebramos a los recién casados Frédéric y Amelie Ozanam y la santidad conyugal en el crisma vicenciano!

 

Frédéric, Amelie Y Marie Ozanam…La Santidad Matrimonial En La Escuela Vicentina

No deja de ser una gracia inmensa, el que el “Papa de la sonrisa” hoy Beato Juan Pablo I, en su corto pontificado de 33 días, se haya referido a nuestro Padre San Vicente de Paúl y al Beato Federico Ozanam (el 27 y el 13 de septiembre de 1978, respectivamente), en el curso de las audiencias generales de los miércoles, en la Plaza de San Pedro de Roma.

En la audiencia general del miércoles 13, al saludar a un grupo de recién casados, les dijo: “El siglo pasado había en Francia un profesor insigne, Federico Ozanam; enseñaba en la Sorbona, era elocuente, estupendo. Tenía un amigo, (el Padre) Lacordaire (dominico), que solía decir: «¡Este hombre es tan estupendo y tan bueno que se hará sacerdote y llegará a ser todo un obispo!» Pero no. Encontró a una señorita excelente y se casaron. A Lacordaire no le sentó bien y dijo: «¡Pobre Ozanam! ¡También él ha caído en la trampa!». Dos años después, Lacordaire vino a Roma y fue recibido por Pío IX; «Venga, venga, padre, —le dijo— yo siempre había oído decir que Jesús instituyó siete sacramentos: ahora viene usted, me revuelve las cartas y me dice que ha instituido seis sacramentos y una trampa. No, padre, el matrimonio no es una trampa, es un sacramento muy grande».

En el corazón de Federico, sin lugar a dudas hubo mucha vacilación para tomar su propio estado de vida, pero luego de incesante oración y con la asesoría de grandes maestros espirituales, descubrió que el Señor no lo había llamado para el sacerdocio, como sí lo hizo con su hermano Alfonso, quien luego llegaría a ser sacerdote y obispo.

Y no es que haya cambiado mucho la mentalidad, pues habiendo pasado ya el Vaticano II y, contando con la jugosa doctrina del magisterio eclesial, hoy persiste la mentalidad clericalizada que, aún sigue promoviendo, valorando y colocando en un pedestal superior al sacerdocio, considerando el camino de la vocación laical como una opción de segunda clase.

Ozanam: Un Santo Con Profunda Vocacion Laical.

La Lumen Gentium en el número 41, afirma …” Una misma es la santidad que cultivan en cualquier clase de vida y de profesión los que son guiados por el espíritu de Dios y, obedeciendo a la voz del Padre, adorando a Dios y al Padre en espíritu y verdad, siguen a Cristo pobre, humilde y cargado con la cruz, para merecer la participación de su gloria. Según eso, cada “uno según los propios dones y las gracias recibidas, debe caminar sin vacilación por el camino de la fe viva, que excita la esperanza y obra por la caridad…Para alcanzar esa perfección, los fieles, según las diversas medidas de los dones recibidos de Cristo, siguiendo sus huellas y amoldándose a su imagen, obedeciendo en todo a la voluntad del Padre, deberán esforzarse para entregarse totalmente a la gloria de Dios y al servicio del prójimo…”

Ozanam, nunca vivió añorando el sacerdocio, fue un hombre feliz, realizado, siendo un genuino cristiano en los quehaceres ordinarios de la vida como cualquier laico: con una humanidad muy madura, con un hondo sentido del otro y su dolor, un intelectual profundo, un pedagogo de gran altura en la cátedra universitaria, en fin un apóstol de la construcción del Reino de Dios en la realidades del mundo, de verdad, un hombre fiel a su bautismo y, a los compromisos adquiridos en este pilar de la vida cristiana.

Ozanam: Un Santo Con Aureola Matrimonial

El Concilio continúa afirmando: “Conviene que los cónyuges y padres cristianos, siguiendo su propio camino, se ayuden el uno al otro en la gracia, con la fidelidad en su amor a lo largo de toda la vida, y eduquen en la doctrina cristiana y en las virtudes evangélicas a la prole que el Señor les haya dado…”  Ozanam comprendió que la santidad tiene sus raíces en el bautismo (Christifideles Laici16), llamada que empezó a crecer y desarrollarse, primero en su estado de soltería y, después como casado y padre de familia.

Federico se casó con la joven de sus sueños, Amelia Soulacroix, el 23 de junio de 1841, a las 10 am en la Iglesia de San Nizier de Lyon. Él tenía 28 años y Amelia 20. Su hermano Alfonso, sacerdote, bendijo la unión. Federico temblaba al colocar el anillo en el dedo de Amelia, dijo:

“Apenas podía contener las lágrimas, lágrimas de felicidad. Y, al oír las palabras de la Consagración, sentí la bendición divina descender sobre mi” (28 de junio de 1841).

Federico escribió luego a su amigo, Francisco Lallier:

“En los cinco días que llevamos juntos, me he permitido ser feliz. No cuento ni los minutos ni las horas. He perdido el sentido del tiempo. ¿Qué importa el futuro? La felicidad en el presente es eternidad. He encontrado el cielo.”

Federico nunca cesó de alabar a Amelia, ni de hablar de su amor por ella. Escribe así:

“Ven, mi bien amada, paloma mía, ángel mío, ven a mis brazos, a mi corazón, ven a traerme el tuyo tan puro y tan generoso; ¡ven y que Dios te bendiga, porque después de dos años nos amamos mil veces más que el primer día!”

Federico era un hombre de una gran sensibilidad humana, con lujo de detalles que muestran el corazón de oro que tenía, un simple detalle muestra la altura y profundidad de su amor matrimonial: nunca se olvidó de regalar flores a Amelia el 23 de cada mes, incluso el 23 de agosto, en su lecho de muerte, ¿si así era en lo pequeño cómo sería en lo grande?

Pero si destacamos el amor de Federico, no era de menor calidez el amor de Amelia, la mujer de su vida, ella lo cuidó maravillosamente durante toda su vida de matrimonio. Como hija de educador, tenía una gran comprensión de lo que significaba ser maestro, en una institución de educación superior. Cuando la salud de Federico comenzaba a declinar, por consejo de sus médicos, Amelia lo llevó a Italia esperando que el clima más cálido y, los amigos le restablecerían y animarían. Una vez allí y con mala salud, Federico ayudó todavía a fundar varias conferencias, especialmente en ciudades que se habían resistido a su establecimiento. Este hombre, gigante de la caridad, no podía dejar de pasar la gracia de fundar conferencias, para el alivio de los pobres.

Su estadía en Italia fue de leve calma, pues la enfermedad seguía su curso, no obstaste como hombre de fe pidió la unción de los enfermos, y ante el ministro que lo ungía y lo invitaba a confiar en la misericordia del Señor exclamó: ¿Por qué he de temerle (al Señor)? ¡Le amo tanto!  Y ante la proximidad de la muerte, iniciaron el regreso a París y, en Marsella el 8 de septiembre de 1853 tuvo lugar su encuentro con el Señor.

Marlio Nasayó Liévano, c.m.

[CONTINÚE]