En esta presentación se me ha solicitado hablar acerca del carisma vicentino. Por algún tiempo he estado convencido de que todo carisma auténtico debe ser visto desde la perspectiva de quienes lo han recibido. Después, los individuos deben “institucionalizar” el carisma, como ocurrió con la Congregación de la Misión y con otros muchos grupos que han nacido de su espiritualidad (las muchas ramas de la Familia Vicentina). En esta cadena de eventos, hay una linea larga de testigos, de los cuales el primero fue Vicente de Paúl. Nadie ha logrado penetrar la más honda intimidad del ser de Vicente. Sin embargo, hoy tenemos una mejor comprensión del legado de Vicente gracias a sus escritos, a los de sus varios biógrafos, a la colección de reflexiones de varios grupos y de la tradición que ha llegado hasta nosotros. En orden a ser misioneros que reflejen el espíritu de Vicente de Paul, hemos de señalar lo que Vicente concibió como el elemento fundante de su vocación, es decir, convertirse en uno con la persona de Jesucristo por medio de su imitación.

Vicente nació como cristiano. De acuerdo a las costumbre de su tiempo, fue bautizado el día de su nacimiento. En el pueblo de Ranquines esa fe fue alimentada por la oración diaria. Al mismo tiempo Vicente entró en un proceso de discernimiento con respecto a la vocación sacerdotal. Fue ordenado en 1600 y fue entonces cuando su encuentro personal con Jesús, comenzó a crecer y a evolucionar. Fue ese encuentro el que lo sostuvo durante el tiempo de su crisis espiritual y lo capacitó para hacer la firme e inquebrantable determinación de honrar a Jesucristo y de imitarlo más perfectamente que antes, entregando su vida entera al servicio de los pobres (Abelly III:115-116). Detrás de esas palabras descubrimos una profunda experiencia espiritual.

En mi opinión, ese fue el inicio del verdadero encuentro… el momento exacto del encuentro no es relevante porque, lo que es esencial es el hecho de que Vicente se vuelve uno con Jesús a lo largo de toda su vida, comprometiéndose en honrar a Jesús y servirlo por medio del ministerio fiel a favor de los pobres. Se convirtió en la perspectiva de Vicente mientras se comprometió en la búsqueda de la santidad personal. Vicente vivió, actuó, oró y creyó en el seguimiento de Jesucristo que se convertiría en el principio fundante de toda su vida. Cuando Vicente previó el establecimiento de la Congregación de la Misión, habló acerca de su propósito en los siguientes términos: el propósito de la Congregación de la Misión es el seguimiento de Cristo evangelizador de los pobres (c. 1) Este propósito singular orienta todos los otros aspectos de la vida de la Congregación: sus ministerios, su actividad caritativa, su oración y su vida comunitaria. La Congregación debe mantener la tensión entre contemplación y acción, entre oración y compromiso, entre descanso y ministerio, entre Eucaristía y otras prácticas devocionales. Vicente nunca dejó a Dios a un lado porque él estaba afirmaba que el Dios que se hizo hombre fue también el Dios que se hizo pobre. Vicente pudo encontrarse con Jesucristo de forma continua mientras servía a los pobres.

¿Porqué se comprometió Vicente con esta búsqueda? Lo hizo porque deseaba imitar al Maestro. Vicente escuchó la llamada a identificarse a sí mismo como misionero/discípulo y a unirse más profundamente a la persona de Jesucristo. Su relación con Jesús fue el fruto de una experiencia que se imprimió en las Reglas Comunes y en las practicas de la Congregación… un espíritu indispensable para penetrar en el espíritu de Cristo.

Prácticas fundamentales:

  • Desde el momento en que uno se levanta del sueño de la mañana, los miembros deben entrar en meditación. Media hora de nuestra meditación debe hacerse en comunidad, esto es, con los demás miembros de la comunidad local. Sí, uno puede encontrar siempre excusas para justificar el descuido de las prácticas comunitarias y todavía hoy esta práctica es una de las más urgentes. Podremos vivir nuestra vocación de manera mas efectiva si cada día nos ponemos en presencia de Dios para reflexionar sobre las exigencias del evangelio, en orden a buscar las conexiones entre las demandas del Evangelio y nuestro servicio apostólico. Un signo de nuestra determinación y cuidado en la meditación se refleja en las resoluciones y los objetivos concretados que fijamos cómo conclusiones de nuestra meditación. Sin estas resoluciones, nuestras vidas carecen de sentido… pero la oración productiva nos permite ser fructuosos. En otras palabras, necesitamos establecer un proceso para que nuestra oración sea fructífera.
  • Como cristianos bautizados, la Palabra de Dios orienta nuestras vidas y esa orientación adquiere una dimensión diferente como resultado de nuestro compromiso misionero. No se puede lograr nada en la vida sin la Palabra y la Palabra de Jesucristo. La Palabra que alimenta nuestra oración adquiere vida a través del ejercicio conocido como lectio divina. Incluso por medio de esta práctica bien conocida, lo que es mas importante, es ver a la Palabra como una semilla que produce fruto en nosotros mismos y en los demás. Recientemente, el Papa Francisco publicó el motu proprio Aperuit Illis en el que instituyó el Domingo de la Palabra de Dios.
  • La celebración de la Eucaristía es el lugar por excelencia en el que la Palabra da vida y vigor a los participantes de la celebración. La celebración de la Eucaristía debe ser el centro de la vida y la misión… centro de nuestra vida diaria. Celebrar la Eucaristía con la Congregación nos ayuda a construir la Iglesia y a enfocar nuestra vida en Cristo, quien se convierte en comida y bebida. Todas las demás prácticas espirituales se encuentra subordinadas a la Eucaristía… y aquí la clave de la palabra fidelidad.

El espíritu misionero debe animar todas las practicas citadas. El espíritu misionero no debe ser reducido a la práctica de las cinco virtudes características. Incluso, las virtudes son elementos significativos a este respecto, sin embargo, son superadas por otro grupo de elementos que están enraizados en la vida de la Trinidad: el Padre nos llama; Cristo nos forma y nos moldea; el Espíritu nos da vida. Hacemos lo que Dios espera de nosotros cuando respondemos a la llamada de Dios y después vamos a servir y evangelizar a los más pequeños del mundo. En todo esto llevamos a la perfección nuestra vocación bautismal y ahora como sacerdotes y hermanos también llevamos a la perfección ese estado vocacional en la vida. Es esa pasión por el Reino la que nos interpela y nos impida hacia Dios y hacia aquellos hombres y mujeres pobres. Aunque sean imperfectos ¡Esa es nuestra experiencia y esa es nuestra fe!

Permitámonos reflexionar sobre la situación en la que servimos, en nuestro espíritu comunitario. Como fieles trabajadores en nombre del Evangelio, y servimos juntos. El sine qua non en nuestro ministerio es nuestra fidelidad al carisma vicentino… y todo esto es el resultado del ministerio en equipo, de la vida en común, de la comunión y unión que es vivida y desarrollada día tras día. Viviendo de esta manera nos volvemos alegres y luego, debemos compartir esa misma alegría con los demás. Aquellos que ven algo de esto como insoportable, necesitan consultar a sus directores espirituales.

En varias ocasiones se ha declarado que la Congregación está enferma y sufriendo … Todo tipo de síntomas parecen ser cada vez mas visibles y nos dedicamos a la búsqueda de remedios. El único remedio es el espiritual, Jesucristo debe ser el centro de nuestras vida como Congregación y de manera individual.

Por: Jean-Pierre Renouard, CM

Provincia de Francia

Traducción: Carlos  Villalobos

Provincia de México