La semana pasada publicamos una información que causó revuelo en los miembros de las ramas de la Familia Vicentina: se propuso que a nuestro santo Juan Gabriel Perboyre, mártir en China, podría llegar a ser intercesor de los enfermos de la Pandemia del Coronavirus, teniendo en cuenta la manera como murió y el sitio donde se produjo. Hoy queremos ofrecerles esta reflexión, más allá de que se convierta en intercesor o no, sobre su ejemplo de vida para todo misionero vicentino. El articulo es del Visitador actual de la Provincia China.

Introducción

Fue en el año 2000 cuando visité por primera vez Wuhan, China, el lugar en el que san Juan Gabriel Perboyre fue martirizado. Era casi imposible, debido al gran desarrollo de infraestructuras que se estaban llevando a cabo en la ciudad y sus alrededores, encontrar señales claras que permitieran reconocer los lugares clave en los que Perboyre pasó sus últimos días. Me consoló, sin embargo, encontrar su lápida junta a la del Beato Regis Clet, erigida clandestinamente en la parte trasera del seminario (ahora cerrado), como un callado intento de mantener su recuerdo, que había sido borrado a la fuerza entre los cristianos locales. Las lápidas eran recuerdos de lo que los misioneros habían aguantado en tierra extranjera para proclamar el amor de Dios. Este breve artículo quiere reflexionar sobre el espíritu misionero de san Juan Gabriel Perboyre, el cual es un valioso ejemplo para los misioneros vicentinos actuales.

Débil pero fuerte

El pobre estado de salud de Perboyre no fue un estorbo para su espíritu (ya que aquello que le faltaba al cuerpo era puesto por parte del espíritu. A pesar de su frágil estado de salud, se ofreció voluntario para ir a misiones varias veces, y rechazado por razones obvias que él mismo conocía, hasta que el que su médico, en 1835, le permitió hacerlo. Sabía que un estado de forma física adecuado era necesario durante los rigores de la misión. De hecho, era necesario este estado de forma simplemente para viajar desde Francia a China, debido a que los barcos abarrotados ya eran un foco de distintos tipos de enfermedades. Es más, viajar desde Macao a la China interior requería resistencia física y fuerza, ya que llevaba meses llegar a destino a pie y navegando el río. Las dificultades de estos viajes afectaron, de hecho, a su salud. Enfermó cuando llegó a Hunan, la primera etapa de su misión. Sin embargo, su espíritu misionero venció las duras condiciones del viaje por mar, el paso por la tierra y las ásperas condiciones de las tierras de misión de China. Escribió “tras grandes esfuerzos y tribulaciones, he llegado a pie hasta la última montaña. Pero no he podido hacer nada más. Viéndola erguirse ante mí, he recordado que llevaba una cruz pequeña a la que iba asociada la indulgencia del Via Crucis. Ha sido, sin duda, una oportunidad para intentar ganarla.” Perboyre sobrevivió a todos estos obstáculos gracias a una fuerza interior que compensaba su falta de fuerza física (una fuerza espiritual y emocional). 

Un misionero actual necesita una fuerza emocional y espiritual más que la fuerza física para aguantar el estrés de ser un extranjero, las fuertes exigencias de la pastoral y la presión de las expectativas a las que se le ve sometido. Cuando a uno le fallan estas fuerzas, puede ser difícil encontrar significado a las luchas diarias a las que se enfrenta en la misión. La dificultad de la misión no viene hoy en día tanto por las condiciones duras de vida como por el estrés emocional de la soledad y la fatiga espiritual del individualismo. Como misioneros vicentinos, estamos llamados a ser fuertes en la manera en que el propio san Vicente alaba a aquellos que fueron a Madagascar, el 24 de julio de 1655: Sí, la Misión lo puede todo, porque tenemos en nosotros el germen de la omnipotencia de Jesucristo; por eso nadie es excusable por su impotencia; siempre tendremos más fuerza de la necesaria, sobre todo cuando llegue la ocasión; pues cuando llega la ocasión, el hombre se siente totalmente renovado.

Lejos pero en casa

A Perboyre le costó casi 5 meses alcanzar el puerto de Macao, a 8000 millas de distancia desde Francia. Sin embargo, no era un desafío por la distancia física, sino por la distancia cultural, de lenguaje y de estilo de vida. Imaginen cómo un misionero francés como Perboyre, que estaba aostumbrado a la cocina francesa y a los cubiertos comiendo arroz con palillos por primera vez. Y mucho peor es imaginar las diferencias de lenguajes completamente diferentes. Aunque Perboyre sentía este lugar como un sitio muy lejano a su lugar de origen en todos los aspectos, se sentía igualmente en casa ya que su corazón estaba bien dispuesto para aceptar esas enormes diferencias. Llevaba consigo el espíritu de adaptación (una actitud de incalculable valor para un buen misionero). Le escribía a su hermano “si me vieras ahora sería para ti una visión interesante debido a mi vestimenta china, mi cabeza afeitada, mi larga trenza de pelo y mi bigote, chapurreando mi nuevo lenguaje, comiendo con palillos en vez de con el tenedor, la cuchara y el cuchillo. Dicen que incluso parezco chino. Así es como debemos empezar: pareciéndonos en todo a los demás. Ojalá seamos capaces de ganarles de esta forma para Cristo a todos.”

Hoy en día, aunque incluso las áreas más remotas de la misión no están libres de las influencias de la globalización y la internacionalización (donde existen restaurantes de comida fusión, las mentalidades amalgamadas se aceptan sin problemas, y se hablan lenguajes en los que se entremezclan otros lenguajes), sigue existiendo un deseo de parte de la población local de que las personas extranjeras entiendan aquello que se les ofrece desde lo local y se adapten a ello. El desafío para los misioneros de hoy es cómo sentirse en casa en los nuevos lugares que se les ofrecen en un nuevo entorno, ya que solo así pueden empezar a ver con claridad cómo aprovechar para bien la inculturación. la adaptación es una actitud necesaria para la inculturación, y Perboyre fue un ejemplo de ello.

Con temor pero con decisión

Él había oído con claridad y sabía bien que los territorios a los que se presentó voluntario para ir eran hostiles. Era un momento poco amable para los extranjeros en China, ya que eran sospechosos de intentar favorecer influencia o incluso intervención extranjera en el país. La cruz y la fe, asociadas a la misión, eran vistas como algo foráneo, y por la tanto maligno. Conocía bien las consecuencias que tendrían su misión y presencia en China si era capturado. Perboyre sintió temor, lógicamente, ante lo que oía sobre las persecuciones y lo que había pasado con los misioneros que fueron antes que él, y aun así eligió quedarse (no por inconsciencia sino por un acto de decisión). 

Las misiones extranjeras siempre parecen hostiles al principio, no por el ambiente de misión en sí, sino por los miedos, preguntas y prejuicios que luchan en nuestro interior. Los miedos pueden frenar nuestra determinación, las dudas pueden herir nuestro corazón, la ansiedad puede poner una insoportable presión sobre nuestra voluntad (y todas ellas no son sino pruebas para nuestra decisión). Solo depende de nosotros sucumbir a estos medos y dudas o no. Las palabras escritas por Perboyre a su padre son un buen recuerdo para todos nosotros: “si tuviéramos que sufrir el martirio, sería una gran gracia de parte del buen Dios, algo a ser deseado y no a ser temido”.

Limitado pero libre

Perboyre se sintió, en múltiples facetas, limitado para desarrollar los trabajos misioneros. Primero, por sus superiores en China, debido a sus problemas de salud. Después, fue limitado por cuestiones de seguridad. Además, la barrera del lenguaje y la cultura limitaron de alguna forma sus trabajos. Pero su espíritu le hizo libre, ya que nada puede atar el espíritu.

Podemos encontrar muchas razones por las que sentirnos limitados al hacer nuestros trabajos misioneros en el extranjero. Razones que pueden surgir de nuestra comunidad o del entorno. Las Provincias siempre tienen buenas razones para no enviar misioneros al extranjero, ya que sus necesidades propias son altas. Los administradores provinciales pueden ver como una carencia la falta de personal. Otros pueden pensar que los trabajos misioneros en el extranjero son pocos comparados con los que la propia Provincia tiene. Incluso pueden decir que aprender un lenguaje es duro. Cuando el espíritu de la misión es pobre en una Provincia o un cohermano, siempre habrá una buena razón para que sea limitado. Nuestro mayor factor limitante, de hecho, somos nosotros mismos.

Más aún, un misionero puede sentirse abrumado por las limitaciones que se van a derivar del entorno en sus trabajos misioneros (falta de habilidades o recursos, leyes y políticas estrictas, estructuras sociales y culturales inaceptables  pueden ser elementos que limiten al misionero). Sin embargo, cuando el verdadero espíritu misionero se presenta, también viene con él el sentimiento de libertad. El lenguaje no nos debería impedir comunicarnos si manejamos el lenguaje del amor. La falta de habilidades y recursos no es una razón suficiente, porque el espíritu de la misión es creativo. Las barreras legales, políticas o religiosas no son obstáculos si Dios está de nuestra parte. Es más, un misionero es libre a pesar de las muchas barreras. 

Frente a las lápidas de san Juan Gabriel Perboyre y el Beato Francisco Regis Clet hace 20 años, hice una plegaria silenciosa por su intercesión, para que alimentara mi espíritu misionero. Justo después, empezó mi propio camino misionero. 

P. Ferdinand Labitag CM.
Visitador de la Provincia de China
Originario de la Provincia de Filipinas,
el P. Labitag desempeña labores misioneras
en la provincia de China desde 2002.

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