El Papa Francisco publicó el mensaje para la 57 Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones el 8 de marzo, cuando estaba comenzando a calentar la crisis por la Pandemia del Covid-19. El texto evangélico de fondo que ha escogido Bergoglio es justamente Mateo 14, 22-38, el que nos narra la escena de la tempestad en la barca de los discípulos y Jesús viene a ellos caminando sobre las aguas. ¿Podría acaso haber seleccionado otra cita bíblica más oportuna para este tiempo de desolación mundial? 

Francisco ha hecho girar su reflexión en torno a cuatro palabras: gratitud, ánimo, fatiga y alabanza. Entre esas cuatro se logra entretejer un itinerario vocacional estupendo justo cuando los vientos de pandemia han comenzado a sacudir nuestra pequeña compañía que va montada en la barca de Pedro. 

Gratitud

Toda vocación nace de la mirada amorosa con la que el Señor vino a nuestro encuentro, quizá justo cuando nuestra barca estaba siendo sacudida en medio de la tempestad. «La vocación, más que una elección nuestra, es respuesta a un llamado gratuito del Señor» dice Francisco. 

En muchos países, la pandemia ha vaciado nuestros templos, las actividades programadas han tenido que cancelarse, y las vidas siempre apresuradas de los misioneros han sufrido una desaceleración que nos ofrece la oportunidad de volver la mirada hacia la razón primera de nuestra vocación: ¿Porqué estamos aquí? ¿Cuál es la razón de nuestra opción de vida? Y entonces, resuenan interpelantes las palabras de Vicente de Paúl: Es Dios es el que nos ha llamado y el que desde toda la eternidad nos ha destinado para ser misioneros, no habiéndonos hecho nacer ni cien años antes ni cien años después (SVP XI, 33), sino que justamente nos tocado ser peregrinos en tiempos del Covid-19. 

La iniciativa de Dios de llamarnos a ser misioneros de los pobres, siempre lo hemos sabido, pero pocas veces hay tiempo para profundizar, ahora es la oportunidad para responder con gratitud. 

Ánimo

Cuando los discípulos vieron que Jesús se acercaba caminando sobre las aguas, pensaron que se trataba de un fantasma y tuvieron miedo. Pero enseguida Jesús los tranquilizó con una palabra que siempre debe acompañar nuestra vida y nuestro camino vocacional: «¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!» (v. 27).

Es imposible ser de la familia de San Vicente y ver con indiferencia los millones de personas infectadas, los más de ciento setenta mil muertos, y los índices de desempleo y pobreza extrema llegando a niveles no vistos desde hace varias décadas. Pero en medio de semejante miedo que embarga a la humanidad, y particularmente a nuestros amos y señores, encontramos en Cristo la palabra que refresca nuestra vocación misionera: ¡Ánimo! 

Fatiga

Nada hace tanto daño a la obra misionera como un testimonio de frustración personal, y nada hace tanto bien a la misión como las propuestas bien formuladas que se acompañan por el testimonio de alegría y realización vocacional de quienes han sido enviados a llevar la Buena Noticia de Jesucristo. A lo primero, el Papa llama tristeza dulzona a ese desaliento interior que nos bloquea y no nos deja gustar la belleza de la vocación. 

En la barca de Pedro es donde se va gestando la conversión del corazón de quien ha sido llamado a ser pescador de hombres, de frente a Jesucristo, el Evangelizador de los pobres, esta es una oportunidad excelente para entrar en un tiempo de conversión misionera, comenzando por nuestra propia vida y desembocado en nuestros apostolados y obras. Así es como se gesta una cultura renovada de las vocaciones. 

Alabanza

El cuarto concepto utilizado por el Papa Francisco es la sinfonía de una cultura vocacional: alabar a Dios. Decía Vicente de Paúl: ¿Sabéis, hermanos míos, que el primer acto de la religión es la alabanza de Dios? Más aún: esto está incluso por encima del sacrificio (SVP XI, 606). 

El éxito vocacional no está en los números, como el éxito de la misión tampoco está en cuantas actividades se llevan a cabo, es más, no fuimos llamados al éxito, fuimos llamados a alabar a Dios en el servicio misionero a los pobres y todo lo demás nos será dado por añadidura. 

Con todo, asumir el desafío vocacional que nos presenta la pandemia del Covid-19 no se reduce a cambiar el canal (de lo tradicional a las redes sociales) sino en convertir nuestro corazón, dejar que la voz de Cristo truene nuestra vida y sus organizaciones, para revitalizar el llamado que un día nos hizo optar por seguirlo en la misión que inspiró en San Vicente de Paúl. 

Por eso, quizá este IV Domingo de Pascua la oración por las vocaciones tengan una connotación muy especial, porque podría ser que finalmente tomemos la resolución de orar con nuestra vida, entre gratitud, ánimo, fatiga y sobre todo alabanza. 

P. Rolando Gutiérrez CM
Vice-Provincia de Costa Rica.