A todos los Sacerdotes y Hermanos de la Congregación de la Misión;

Mis queridos cohermanos,

¡Que la gracia y la paz de Jesús estén siempre con nosotros!

La cercanía de nuestro 400º aniversario nos ofrece una ocasión única para reflexionar sobre nuestra vida como cohermanos, como amigos que se quieren bien, en la Congregación de la Misión. Dios nos ha enviado a muchos lugares del mundo como misioneros portadores de la Buena Noticia, sirviendo especialmente entre las personas que viven en la pobreza y en las periferias.

Dondequiera que hayamos sido enviados tenemos un hogar, un lugar donde podemos comer, descansar, rezar y alimentarnos compartiendo nuestra fe, nuestras vidas, unos con otros.

También tenemos un hogar en nuestra provincia de origen, donde nos formamos en la misión de San Vicente, donde estudiamos y aprendimos el camino de la santidad y la unidad. Durante esos primeros años, forjamos amistades duraderas que, sin duda, son una fuente de consuelo para cada uno de nosotros, independientemente de dónde sirvamos. Tener una historia común fortalece los lazos de amistad y fraternidad.

Hoy tenemos otro hogar, que todos compartimos, nuestra Casa Madre, la “Maison Mère” de París. En esta casa única podemos experimentar la presencia y el legado del proprio San Vicente. Aquí podemos ser inspirados por la historia de aquellos que han sido enviados en misión, algunos que sirvieron en grandes dificultades, incluso hasta el martirio. En esta casa está presente todo lo que sucedió desde el San Lázaro original. Situada en el número 95 de la Rue de Sevres en París, uno puede sentirse allí parte de una larga trayectoria de sacerdotes y hermanos Vicentinos a los que estamos unidos por nuestra misión. Esta trayectoria se prolonga en la generación actual y nos trasciende. Sí, ¡incluso estamos unidos a aquellos que nos acogerán cuando hayamos partido para estar con los santos en la gloria! Somos cohermanos, unidos en la misión, que se extiende desde 1625 hasta el día de hoy y que se prolongará más allá de nuestras vidas terrenales. Nuestra casa común, la Maison Mère, facilita esta toma de conciencia y nos llama a servir con nuevo vigor, fortalecidos en nuestra vocación y nuestra fraternidad.

Hace unos años, en previsión de nuestro 400º aniversario, iniciamos una renovación de la Maison Mère para que estuviera preparada para responder a las necesidades de la Congregación, de aquellos a quienes servimos y de aquellos a quienes serviremos en el siglo XXI y más allá. ¿Han visitado alguna vez la Maison Mère? Si es así, ¿cuándo la visitaron por última vez? Si la visitaran hoy, descubrirían que las habitaciones, antes poco atractivas y lúgubres, son ahora cómodas y luminosas. Tenemos más salas de reuniones y las estamos equipando con mobiliario flexible y cómodo y equipos electrónicos adaptados para reunirnos, compartir y aprender unos de otros de forma dinámica y eficaz. La entrada, más accesible, facilita el ingreso a todo el mundo. Todo el lugar es más acogedor.

Muchos donantes generosos -algunas Provincias y algunos donantes individuales- están haciendo posible todo esto. Aún tenemos que recaudar más fondos y quedan más obras de renovación por hacer. Estamos listos para acoger la Reunión de Visitadores de 2025 en la Maison Mère.

Estoy ansioso por ver la reacción de los cohermanos de todo el mundo al entrar en el renovado patio delantero, con la piedra limpia y reparada y las relucientes ventanas nuevas, donde Vicente está de pie, con los brazos abiertos, diciendo: “¡Bienvenidos: Están en su casa!”.

Su hermano en San Vicente,
Tomaž Mavrič , CM
Superior General

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