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El Concilio Vaticano II (1962-1965)

Dom Helder Camara desempeñó un papel fundamental durante todas las sesiones del Consejo. Siempre estaba en misión, haciendo contactos, dando charlas, organizando y comunicando. Formó grupos de trabajo, intentando siempre influir en las sesiones plenarias a través de alguien que tuviera derecho a hablar y, sobre todo, a ser escuchado.

Llegó como un simple desconocido, pero al final del Concilio le pidieron que diera conferencias en varios países. Luchó por una Iglesia pobre para los pobres. Movilizó a varios participantes para redactar el Pacto de las Catacumbas, que debían firmar quienes aceptaran llevar una vida sencilla, más cercana a los pobres, sin pompa, sin lujos, sin coches, renunciando a privilegios. El pacto se firmó el 16 de noviembre de 1965, durante una misa en la Catacumba de Santa Domitila. Dom Helder Camara no estuvo presente en el momento de la firma porque se encontraba en una reunión de la comisión mixta para la redacción de Gaudium et Spes, de la que era uno de los miembros titulares (BEOZZO, 2015, p. 53). No se sabe con certeza si la firmó posteriormente, pero con su vida demostró su compromiso. Durante el período conciliar, Dom Helder comenzó a escribir circulares, inicialmente para la Familia São Joaquim y, después de llegar a Recife, para la Familia Messejanense, grupo formado por colaboradores de Río y Recife [1].

Arzobispo de Olinda y Recife

En el año 1964 Brasil fue sorprendido por un golpe militar que se convirtió en una dictadura con graves consecuencias para la población brasileña, que duró más de veinte años. Otro acontecimiento sacudió Recife en el mes de marzo, la muerte prematura del arzobispo Dom Carlos Gouveia Coelho. El 12 de marzo, Dom Helder fue nombrado arzobispo de Olinda y Recife por el Papa Pablo VI. Tomó posesión un mes después, el duodécimo día de la dictadura militar, y bajo su dominio vivió todo su ministerio pastoral.

El alojamiento no le convenía. Tendría que vivir en el Palácio São José dos Manguinhos, la residencia oficial de los arzobispos, una casa demasiado grande para un solo “pequeño obispo”, como le gustaba decir. Los primeros pasos fueron cambiar el nombre de su casa por el de Solar São José y abrir las puertas a todo el mundo. Sin cerraduras en las puertas, puertas y ventanas siempre abiertas, ocupando los espacios con la gente. Durante el día, la gente ocupaba la casa solariega y por la noche reunía a grupos específicos para veladas, a las que llamaba “saraus”. Así, siempre había un grupo presente: intelectuales, científicos, filósofos, teólogos, políticos, jóvenes, clérigos, religiosos, representantes de la comunidad? En marzo de 1968 se fue a vivir a la sacristía de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción de la Frontera, un espacio sencillo de tres habitaciones y un pequeño jardín con un rosal, tal como siempre había soñado. Allí permaneció hasta su muerte. Allí recibió, con la misma atención y respeto, a indigentes, pobres en general, colaboradores, clérigos, presidentes de la República, autoridades de otros países, artistas. Él mismo se empeñaba en abrir la puerta y permanecer allí en el momento de la despedida hasta que  ya no podía ver al visitante. La Casa de las Fronteras fue ametrallada y grafiteada en varias ocasiones. Las pintadas más impresionantes fueron: BRASIL, LOVE IT OR LEAVE IT y CNBB – CAMBADA NACIONAL DE LOS BANDIDOS DE BATALLA.

Creó las áreas pastorales en la Archidiócesis, la administración pasó a ser colegiada. Supo compartir las tareas con su obispo auxiliar, Dom José Lamartine, a quien se refería: “Fuimos juntos Arzobispo de Olinda y Recife, él incluso más que yo” (Placa en la Terraza de las Fronteras). Utilizó el báculo de madera de Dom Lamartine. Fundó el Instituto de Teología – ITER, abierto a los laicos, que formó buenas generaciones de teólogos de renombre. Durante su ministerio pastoral creó el Banco Providencia, la Farmacia Popular, la Operación Esperanza, inició la reforma agraria mediante la compra de tierras con el dinero recibido de premios internacionales; con creatividad trató de ayudar a todos, especialmente a los más necesitados. Impulsó la creación de Comunidades Eclesiales de Base. Inició el Encuentro de Hermanos – los pobres evangelizando a los pobres, que aún hoy existe en la Arquidiócesis. La Comisión de Justicia y Paz, también creada por Dom Helder, desempeñó un papel importante en la defensa de los injustos. Dom Helder siempre estuvo atento a la defensa de los derechos humanos, especialmente durante los años de la dictadura militar, cuando las personas desaparecían repentinamente y muchas nunca volvían con sus familias.

Quizás el momento más difícil de todo el pastorado de Dom Helder fue la tortura y asesinato de un joven sacerdote que se ocupaba de la Pastoral Universitaria, el Padre

Antônio Henrique Pereira Neto. El crimen ocurrido el 27 de mayo de 1969 fue una forma de herir a Dom Helder. Además del sufrimiento de la pérdida, se cuidó de administrar este momento con calma, sin más agitación. Dom Helder gestionó todo el acontecimiento con maestría, atento a las repercusiones que podría tener cada palabra suya o de cualquiera de los sacerdotes o de sus asesores. El régimen militar condenó a Dom Helder a la invisibilidad de 1971 a 1977. Era como si no existiera. A la prensa hablada y escrita nunca se le permitió mencionar o pronunciar el nombre de Dom Helder, por ningún motivo, en ningún vehículo de comunicación. A Dom Helder sólo se le permitía hablar a su pueblo en una alocución diaria de seis minutos en Radio Olinda, que pertenecía a la Archidiócesis. Era el programa “Una mirada a la ciudad”.

Con las restricciones impuestas en Brasil, aumentaron las invitaciones para dar conferencias y se concedieron premios en todo el mundo. Quizá el discurso más importante fue el pronunciado en el Palais des Sports de París en mayo de 1970, titulado “Cualesquiera que sean las consecuencias”, en el que Dom Helder denunció la existencia de torturas, desapariciones y muertes en Brasil. Por supuesto, a su regreso, la represión fue más fuerte contra él.

Dom Helder ha recibido numerosos títulos y premios en el extranjero y también en Brasil. Fue nominado cuatro veces para el Premio Nobel de la Paz, siendo su última candidatura en 1973. La Comisión de la Verdad pudo demostrar que no fue elegido debido a la intervención del gobierno militar en los órganos responsables del premio.

En 1985 se convirtió en “arzobispo emérito”, siendo testigo del desmantelamiento de gran parte de sus esfuerzos durante veintiún años como pastor. Una vez más, tuvo que guardar un servil silencio, limitándose a hablar sólo en los recintos de la Iglesia de las Fronteras.

En los últimos seis años de su vida, su salud se volvió más frágil y, en consecuencia, necesitó más asistencia. El propio Dom Helder eligió al padre João Pubben, lazarista, residente en la zona pastoral de Dois Unidos – Recife, para acompañarle hasta el final. En la noche del 27 de agosto de 1999, a las 22h20, Dom Helder Pessoa Camara, serenamente, en su residencia de Fronteiras, hizo su “Gran Viaje”, como él mismo dijo. De las once personas presentes, cinco eran Hijas de la Caridad. Dom Helder fue enterrado al día siguiente, a las 17 horas, en la nave de la Catedral de la Sé, en Olinda, ante el presbiterio.

Su cuerpo fue exhumado el 17 de agosto de 2012 y trasladado a su tumba actual en una capilla lateral el 27 del mismo mes. Junto a él están las tumbas de Dom José Lamartine Soares, y la del Padre Antônio Henrique Pereira Neto.

Jesucristo y los pobres en la vida de Dom Helder Una intensa vida de oración

Dom Helder estaba acostumbrado a la oración desde la infancia. Tras su ordenación sacerdotal, adoptó la práctica de velar de dos a cuatro de la madrugada, siempre que su salud se lo permitía. Decía que juraba obediencia al despertador. Eran el momento privilegiado para restablecer la unidad perdida durante sus trabajos y preocupaciones del día y prepararse para la Santa Misa. La vigilia y la Misa “son antenas muy sensibles, que captan las más leves ondas emitidas por la cabeza y el corazón del Padre Joseph”.“ (Carta Circular. Vol III, Tomo I, p. 172). En la Vigilia Pascual de 1970 reflexionó: “¿Qué sería de mí si en cada amanecer no se rehiciera la unidad en Cristo?”.

Un hombre eucarístico

Dom Helder solía decir que su día era una misa. Cuando no estaba en el altar, estaba preparándose o dando gracias. Vivía la Misa intensamente cada día. Los que han tenido  la gracia de participar en celebraciones con Dom Helder nunca olvidarán la piedad, la seriedad, la ligereza, la emoción, la alegría, la ternura con que celebraba. A veces lloraba, a veces sonreía. Uno tenía la impresión de que realmente veía a Cristo en el Pan Eucarístico. El 19 de mayo de 1976 comentaba

“Todos los días, cuando celebro la Misa y, por obra del Espíritu Santo, en lugar de pan y vino, tengo en mis manos el cuerpo y la sangre de Cristo, quiero salir a bailar con la hostia y el cáliz en la mano. ¡Salir a bailar! Quien quiera creerme loco, que me crea loco. Loco de locura divina. ¡Es el Hijo que se hace Hombre y en la Eucaristía ocupa el lugar del vino y del pan! DESEO Y MAGIA.

En 1986, en una de sus meditaciones bajo el seudónimo “Meditaciones del Padre José”, escribió:

CUÁNTAS VECES LLORO

en medio de la Santa Misa.
La gente está angustiada,
sin poder
adivinar
que es de la más pura alegría
que las lágrimas brotan
Inda hoy
para mí es un misterio
cómo no quedarse mudo,
cuando el cielo
se une a la Tierra y viene a nosotros,
vivo, en persona,
El verdadero Celebrante de toda Misa:
¡Nuestro Señor Jesucristo!

Viamão, 7/8.2.1986. Meditaciones del Padre José, p.7263 Vale la pena reflexionar también sobre esta otra Meditación:

COMO ME GUSTARÍA

que cada sacerdote
debe vivir la
convicción
que el mejor momento del día es
la celebración
¡de la Santa Misa!
¿Puede haber un momento más
elevado que concelebrar
con Jesucristo?

 Recife, 18.07.1989. Meditaciones del Padre José, p. 7362

Jesucristo y los pobres

Dom Helder vivía una profunda identidad entre Jesucristo y los pobres, los pobres y Jesucristo. Un día le informaron de que una iglesia de los suburbios había sido asaltada, el sagrario violado, las hostias consagradas tiradas por el suelo y los frascos de ámbar sustraídos. Los feligreses invitaron a Dom Helder a celebrar una misa en reparación al Santísimo Sacramento por lo ocurrido. Durante la homilía, agradeció a la gente la atención prestada al Santísimo Sacramento, pero dijo que estaba muy preocupado porque, durante el viaje que había hecho, encontró a Jesucristo a la intemperie, protegiéndose de la lluvia con cartones y bolsas de plástico, rebuscando comida en la basura, sucio, mal vestido y sin que nadie le prestase atención. Pidió entonces a la comunidad más atención para el Cristo que ni siquiera se atrevía a entrar en la Iglesia, pero que era tan real como el Cristo de la hostia consagrada [2] .

Al acercarse la fiesta del Corpus Christi, en 1964, su primer año en Olinda y Recife compartió su sueño:

Si de mí dependiera, la procesión del Corpus Christi de este año podría ser diferente: cuando el Pueblo esperaba al Arzobispo con la custodia y el Santísimo Sacramento en ella, al parecer el Arzobispo, en un camión, atestado de víctimas, no diré de las inundaciones, que son pasajeras, sino de víctimas permanentes de las inundaciones… Y el Arzobispo, mostrando a sus pobres, sólo repetía: ‘El Cuerpo de Cristo’, ‘El Cuerpo de Dios’ y caía de rodillas en adoración a Cristo, presente en los que sufren” (Circulares, Vol. II, Parte III, p. 169).

Estar con los pobres, conversar con ellos, compartir sus viajes, informar de adónde iba era muy placentero para él. El 26/27.1969 escribió: Los pobres han aprendido a llamarme Don. Es una delicia”.

En las principales solemnidades del año, siempre encontraba tiempo para celebrarlas en un lugar donde se concentraban los pobres. Arreglaban juntos la fecha, la hora y el lugar, la Hermana Catalina llevaba el dinero para que pudieran comprar lo necesario y, a la hora señalada, junto con nuestra Hermana, Dom Helder celebraba, vivir la Eucaristía de los Pobres. Después, compartían una comida preparada por ellos. También le gustaba comer con los pobres y con los obreros de la construcción, los barrenderos y otros. Estos encuentros eran frecuentes. El procedimiento era el mismo, él financiaba la comida y el grupo preparaba el encuentro que se desarrollaba en un ambiente de alegría, distensión y gratitud de los participantes.

A Dom Helder se le veía regularmente en supermercados y grandes almacenes haciendo pequeñas compras. Le gustaban estos momentos porque podía ver los precios y entrar en contacto con la gente de allí.

Siempre vicentinos

Siendo todavía un niño, se preparó para su primera Eucaristía con los Lazaristas en el Seminario Prainha de Fortaleza.

Dom Helder vivió impregnado de espiritualidad vicenciana hasta el final. Las referencias son innumerables. Celebraba con entusiasmo las vigilias de las fiestas de San Vicente. Le gustaba llamar a San Vicente mi Maestro y Modelo (con mayúscula inicial), Patrono y Maestro, Modelo y Maestro. Contemplar a Dom Helder en acción, especialmente con los pobres y los que sufren, es escuchar y ver a San Vicente en acción.

Dom Helder solía decir que fue San Vicente quien lo trajo a Recife, porque después de una homilía que había pronunciado en la fiesta de San Vicente, en Río de Janeiro, en una Eucaristía presidida por el entonces Cardenal, al volver a casa, el Cardenal lo llamó y le dijo que había llegado el momento de separarse y dispuso que Dom Helder dejase Río.

Con la Sociedad de San Vicente de Paúl – SSVP

Antes de ingresar en el Seminario fue Cofrade de una Conferencia de la SSVP (Doc 3).

Con los Lazaristas

Dom Helder mantuvo una relación de gran confianza con sus profesores y rectores durante su estancia en el seminario. Admiraba mucho al padre Guilherme Vaessen. Cuando se enteró de su muerte, durante l a vigilia de medianoche, escribió

Natal (Rio Grande do Norte), 14/15.1.1965. El Padre Guilherme Vaessen murió en Fortaleza. Cuando ingresé en el seminario de Fortaleza, en 1923, el rector era un holandés, el P. Guilherme Vaessen.

Dos años más tarde viajó a Holanda y le extirparon un riñón. Al año siguiente dejó el rectorado para hacerse misionero y encabezar un grupo de misioneros holandeses.

¿Cuántos retiros, cuántos sermones predicó por todo el Nordeste como Rector y sobre todo como misionero? Después de su vejez (murió a los 92 años de edad, 67 de Brasil, lúcido y en pleno funcionamiento), se dedicó a la ayuda espiritual y material de las prostitutas de las arenas de la Moura Brasil, donde fue capellán, en sustitución de un santo (Mons. Tabosa Braga)

Se rompió la pierna cuando llevaba ayuda a un pobre anciano en Moura Brasil. En la cama, con la pierna estirada, desarrolló una trombosis.

Años antes, su hermano (el P. João Vaessen, o P. Joãozinho) había muerto y era considerado santo. Si el proceso de canonización fuera fácil, hombres como los hermanos Vaessen irían a los altares (CI 129).

Esta admiración era recíproca. El padre Guillermo Vaessen era también escritor. En la dedicatoria de su libro “Retiro para sacerdotes según el espíritu de San Vicente de Paúl“, comienza así:

“Su Excelencia Dom Helder Camara, deme su santa bendición.

Es a Vuestra Excelencia a quien están dedicadas estas humildes páginas, él que, hace cinco décadas, tuvo la satisfacción de acompañar, como rector del seminario de Fortaleza, el desarrollo de una hermosa inteligencia y de un gran corazón, de los que hoy la Iglesia católica y la nación brasileña recogen los benéficos y sabrosos frutos.

Y concluye:

“La bendición de Vuestra Excelencia, unida a la de la Virgen Inmaculada, suplirá las imperfecciones y debilidades (de este libro) y las transformará en valor. Permítame añadir    q u e los sacerdotes y religiosos que lean estas páginas apreciarán mucho encontrar en la primera página el querido y venerable nombre de quien consagra, como Vuestra Excelencia, ‘corde magno et animo volenti’, todo su amor y actividad a la Iglesia de Jesucristo. Sírvase Vuestra Excelencia aceptar la expresión de mi profundo respeto y gratitud” (Doc. 4, Padre João Pubben, CM, en Dom Helder y los Lazaristas, inédito).

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1 Dom Helder escribió más de 1.030 circulares conciliares publicadas en cuatro volúmenes por la Companhia Editora de Pernambuco – CEPE. Otras circulares están siendo preparadas para publicación y formarán otros tres volúmenes: Volúmenes V y VI – Ação Justiça e Paz y Volumen VII – Cartas da Caminhada.

2 Una historia que a Dom Helder le gustaba repetir.

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