VER – Una mirada contemplativa

La Sinodalidad plantea el tema de la relación entre memoria, testimonio y profecía, como claves de la autocomprensión de la Iglesia. De hecho, como memoria viva del Evangelio, la Iglesia es testigo del amor del Padre que se revela en Jesucristo y actúa por el dinamismo del Espíritu. Su profecía nasce precisamente de aquello que ella es en su misterio: icono de la Trinidad, sacramento del Reino, signo e instrumento de la salvación para toda la humanidad. Esa profecía se refleja en su identidad de pueblo de Dios peregrino,
en el cual todos los bautizados tienen la misma dignidad y están igualmente llamados a la santidad en la diversidad de vocaciones, carismas y ministerios.
Tal profecía se verifica en su misión de evangelizar, anunciando las insondables riquezas de Cristo para promover y defender la vida de todos, con una particular atención a los más pobres.
Ejerciendo esa multiforme profecía, en los más distintos contextos donde se realiza la misión de la Iglesia, muchos entregaron sus vidas con Cristo y como Cristo, dando la proba más grande de amor a los hermanos, movidos por la fe que profesaban. Los mártires son la expresión más contundente de la profecía de la Iglesia sinodal. La profecía de la Iglesia se manifiesta aún en su esfuerzo permanente de conversión, como recordó el Vaticano II al hablar de la “ecclesia semper reformandala” que “avanza continuamente por la senda de la
penitencia y la renovación” (LG 8). Y eso en vista de una creciente comunión entre sus miembros y de su misión al servicio de la humanidad.
Como célula viva de la Iglesia, también la Congregación de la Misión se comprende como memoria, testimonio y profecía. Y lo hace desde lo específico de la gracia propia que le fue otorgada por el Espíritu: el carisma vicenciano. Así, la Congregación está llamada a ser, en el corazón de la Iglesia, memoria viva de la predilección de Dios por los pobres, prologando la misión salvadora de Jesucristo en la fuerza del Espíritu. Como testigos de la caridad misionera del Hijo de Dios y revestidos de su espíritu, los Sacerdotes y Hermanos de la Misión se comprometen de modo decisivo con la evangelización y el servicio de los pobres y la formación del clero y de los laicos, mediante una enorme multiplicidad de iniciativas, ministerios y obras. La identidad de la Congregación es radicalmente kerigmatica y diaconal, precisamente porque se arraiga en el Evangelio y se orienta hacia la caridad. De eso dan testimonio aquellos que dejaron huellas imborrables en el camino de
santidad que estamos llamados a recorrer, especialmente nuestros cohermanos mártires.

Cuanto más se compenetra de su identidad misionera y asume la sinodalidad como inspiración de su estilo de vida y de su actuación, más la Congregación se convierte en una profecía para la Iglesia y el mundo. De ahí que la profecía no se confunde con una estrategia, un discurso o una ideología, sino que es el desbordamiento de una identidad carismática encarnada históricamente, bajo el impulso de una de una vocación acogida en la fe.
Para llegar a ser profecía tanto la Iglesia como la Congregación necesitan dejarse conducir por el Espíritu del Señor y disponerse a la conversión y a la reforma, sin las cuales todo esfuerzo de revisión y revitalización quedará falto de profundidad y de consistencia.
La última Asamblea General quiso empujarnos en esta perspectiva, invitándonos a que “pongamos nuestro barro frágil en las manos del alfarero (cf. Is 64,8), que acojamos formas creativas de vivir nuestro carisma y que vivamos un ‘nuevo Pentecostés’ para que en nosotros brillen los signos palpables del Reino. En medio de las incertidumbres de los tiempos, se nos desafía a emprender un ‘camino de conversión y purificación que ayude a redescubrir el fundamento y la identidad de la propia llamada, sin dejarse llevar por el pesimismo o por la
frustración estresante de quien se siente impotente y se prepara para lo peor’”. Así que todas los miembros y estructuras de la Congregación están verdaderamente convocados a acoger la gracia y a asumir el desafío de la Sinodalidad como camino de revisión y renovación para convertirse en una prometedora profecía del Reino para la Iglesia y el mundo.

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