La voz de Dios resuena en el corazón de todos, moviendo nuestras vidas y transformando nuestra historia. Cada uno a su manera y según la voluntad de Dios. La inquietud y el movimiento de búsqueda para responder a esta llamada forman parte del camino de cada uno de nosotros.

De la pequeña ciudad de Itaúna, en el centro-oeste del estado de Minas Gerais, en Brasil, soy Carlos Francis Diniz, tengo 19 años. Desde muy joven, he sentido un gran interés por consumirme y consumir mi historia al servicio de Dios, en sus altares y para los que más lo necesitan.

Con este gran anhelo, encontré en mi madre, Maria Alice do Nascimento, todo el apoyo que necesitaba para hacerlo realidad. Comencé mi camino vocacional sirviendo en algunas celebraciones eucarísticas. Después de un tiempo, servía casi todos los fines de semana en mi comunidad. No contento con servir en la liturgia, entré en la Sociedad de San Vicente de Paúl (SSVP) por invitación de una amiga. Todo esto sucedió de manera real e intensa en 2012, moldeando así los siguientes pasos de mi historia. Sintiéndome completo y satisfecho durante estos años de servicio en el altar, una hermosa frase vino a mi mente en mis reflexiones: “Del Altar de Dios al Altar de los Pobres”. Estas palabras han acompañado mi vida hasta el día de hoy.

Al pasar mi vida por esos movimientos, nació en mí el deseo de entregarme por entero a la misión. Pero a una misión dedicada a los más humildes y buscando una verdadera experiencia con los pobres, transmitida a todos nosotros por Jesús. Pasó el tiempo y conocí a dos personas muy importantes para mi vocación, a las que estoy sumamente agradecido: Tainara de Jesús y David Alves (ambos de la Comisión de Juventud de la región metropolitana a la que pertenecía). Cuando les hablé de mi deseo de consagración, enseguida me dijeron que iniciara un camino vocacional con la Congregación de la Misión. Entré en contacto con el promotor vocacional, que en aquella época era el Padre Denilson Mattias, CM. Participé en encuentros vocacionales en Belo Horizonte en 2021 y entré en el Pre-Seminario I en 2022. Hoy estoy en el Pre-Seminario II (primer año de filosofía), con la gracia de Dios.

Lo que más me llama la atención de la Congregación de la Misión y de sus misioneros es su asistencia a los pobres. A través de la seriedad de la vocación de los consagrados, de su dedicación a los sacramentos y al cuidado del pueblo de Dios y, sobre todo, de su creatividad en proyectos sociales que defienden la dignidad de los más marginados de la sociedad, veo sentido a la vida misionera vicenciana. Veo todo esto como una especie de “plenitud de la consagración de un misionero vicenciano”, es decir, algo que aporta sentido y belleza al trabajo misionero.

Creo que lo que me motivó antes, y me motiva hasta hoy, a entregarme día tras día en la Congregación de la Misión, es la dedicación de una mujer que me dio y me da mucho apoyo, mi madre. Fue gracias a ella que perseveré en la SSVP y adquirí, con el tiempo, este amor por el Reino de Dios. Al principio fue difícil, porque era muy joven y no siempre estaba muy dispuesto a asistir a las reuniones, que a veces consideraba “aburridas”. Sin embargo, con mucha insistencia, me formé (y me sigo formando) en esta perspectiva de ayuda a los necesitados.

De esto concluyo que “¡Todo es Gracia!”. Pido a Dios que envíe buenos misioneros a la Iglesia, especialmente a la Congregación de la Misión, y que, a partir de su encuentro personal con Cristo, se configuren cada vez más con Él. Por último, les pido que recen un Ave María por mí y por mis hermanos estudiantes. La oración es fuerza para la vocación.

 

Traducido por: Rolando Gutiérrez CM.

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