Una celebración para reconectarse con el patrimonio de nuestro Fundador

Desde su inicio, Vicente de Paúl vinculó el nacimiento de la Congregación de la Misión a la fiesta del 25 de enero, solemnidad que señala la conversión de san Pablo, llamado y elegido por el Señor: “¡Qué abundancia de gracias cayó de pronto en este vaso de elección! ¡Qué instante tan maravilloso que cambia a un perseguidor en un apóstol!” (XI 700). Providencialmente, fue en esa fecha que se ofreció el primer sermón de la Misión de Vicente de Paúl en Folleville dando así inicio a la misión vicentina. Desde luego, Vicente entendió claramente que la vocación y la misión de la “Pequeña Compañía” recién nacida, consistía en anunciar el evangelio siguiendo fielmente las huellas de Cristo, el evangelizador de los pobres (C,1). Tal ejercicio debía incluir el asistir y cuidar a los pobres, a los enfermos, y a los necesitados por lo que requería la organización de la “Caridad”. Según Vicente, la evangelización con palabras y con obras benéficas para los pobres está en el corazón de la misión de Jesús, porque “cuando vino a este mundo, escogió como principal quehacer el de asistir y cuidar a los pobres” (XI,33).  Así, lo propio de la “Pequeña Compañía” es dedicarse, como Jesucristo, a los pobres (cf. XI, 387). En consecuencia, en el día en que celebramos y recordamos nuestro origen como Congregación, se impone que volvamos con valentía y audacia “al patrimonio del Fundador, que se encuentra en sus escritos y en la tradición de la Congregación, para aprender a amar lo que él amó y practicar lo que él enseñó” (C, 50).

Un examen del camino recorrido por la “Pequeña Compañía” revela que, luego de casi 400 años sirviendo a Cristo en los pobres, hay múltiples motivos para celebrar y regocijarnos. Alegrémonos pues, dando gracias a Dios, el autor de la Compañía puesto que, “nunca pensé en ello. Dios lo ha hecho todo” (XI, 326).  Felicitémonos solidariamente por formar parte de esta gran familia. Continuemos confiando en Dios, de forma total y perfecta, seguros de que, si empezó su obra en nosotros, la llevara a feliz término (cf. XI, 731). Depositemos pues, nuestra confianza en su Providencia, y pongamos a su disposición los talentos que poseemos para seguir edificando la obra misionera (cf. VII, 438). Esta celebración es, además, un momento idóneo para refrescar, renovar, ilusionarnos de nuevo, y despertar lo que se nos ha ido quedando dormido. Es momento también, para revivir o recuperar lo que se nos ha muerto de nuestra espiritualidad vicentina. Sin darnos cuenta, muchas veces el ritmo acelerado de la vida actual nos va desgastando, nos cansa, nos apaga, nos envejece. Todo esto hace que no siempre nos comprometamos a “revestirnos del Espíritu de Cristo” y “redescubrir la dimensión contemplativa de nuestra espiritualidad vicentina”, como nos exhorta el Documento Final de la 43º Asamblea General de nuestra Congregación.  No siempre damos muestras claras de nuestra fidelidad como Congregación a la vivencia de la oración, los votos y las virtudes que caracterizan nuestra vida vicentina (cf. C28-50). Muchas veces, no es evidente nuestra vivencia de los sacramentos y tampoco mostramos la suficiente dedicación a la lectura asidua, la reflexión, la oración con la Palabra de Dios, la meditación de las Reglas Comunes, las Constituciones y los Estatutos, así como de otras fuentes vicentinas[1].  Hagamos, pues, de esta celebración un medio para revitalizar nuestra identidad vicentina. Redescubramos la dimensión contemplativa de nuestra espiritualidad vicentina desde la conversión personal, comunitaria y misionera.

La festividad del nacimiento de la Congregación se nos ofrece a modo de “cargador”, para conectarnos de nuevo a la Divina Providencia, a la espiritualidad vicentina y también a lo mejor de lo que somos como vicentinos; para que prestemos atención a esa voz interior que nos dice a qué comprometernos como familia, a lo que estamos llamados, lo que deseamos llegar a ser, lo que Dios y los pobres esperan de la “Pequeña Compañía”. Esta conmemoración nos invita, además, a reflexionar sobre lo que Dios y los pobres esperan de nosotros, esto es vivir nuestro compromiso vicentino con responsabilidad y generosidad, convirtiéndonos en auténticos misioneros cuyo estilo de vida está enraizado en los consejos evangélicos y en las virtudes vicentinas. En la actualidad, “frente a diversas y actuales formas de eliminar o de ignorar a otros[2]”, tenemos que renovar nuestra dedicación y comprometernos a fortalecer nuestra vida fraterna “a manera de amigos que se quieren bien” (RC VIII, 2), tanto entre nosotros como con aquellos a quienes servimos.

Para los vicentinos el reto sigue siendo: “fomentar la cultura del encuentro” en un mundo demasiado “acostumbrado a la cultura de la indiferencia.” (Papa Francisco). Desde nuestra mirada puesta en Jesucristo y en los pobres, debemos pensar nuevos caminos para crear dicha cultura, fomentando el respeto mutuo, la escucha, la integración de todos y armonizando las diferencias. En realidad, cuando el encuentro se vuelve un modo de ser, se convierte en una “pasión” compartida, en unas ganas, en un entusiasmo y finalmente en un estilo de vida. Entonces, como Congregación, nos ilusionará el objetivo de encontrarnos, de buscar puntos de contacto, de tender puentes, de proyectar algo que nos incluya a todos[3].

Todos los que actualmente participamos en la obra misionera, construyendo una Iglesia profética y sinodal, tenemos que sentirnos orgullosos. Pero, también, tenemos que atrevernos a mirar nuestro patrimonio vicentino con otros ojos. Es decir, con ojos de Dios. Apoyados en Dios y en el legado de Vicente de Paúl, estamos invitados a revitalizar nuestra identidad vicentina. Al celebrar el nacimiento de la “Pequeña Compañía” volvemos a escuchar con fuerza las voces de los marginados, de los que están en las periferias geográficas y existenciales y cuyas vidas precarias están invisibilizadas, de todos los que necesitan la luz del Evangelio[4].

Celebremos, pero prestemos más atención a lo que está pasando en nuestro mundo, nuestra “casa común”. En la actualidad, tenemos la impresión de que estamos perdiendo la capacidad de defender nuestra “casa común”. Se ha disminuido mucho nuestra capacidad de promover “el cambio sistémico” y “caminar hacia la amistad social y la fraternidad universal” (Fratelli Tutti 106). Que sea esta celebración una oportunidad para revisar cómo estamos promoviendo la fraternidad y el amor mutuo.  Siguiendo la línea de Vicente de Paúl hagamos de la caridad el cielo de nuestra “casa común”. Ciertamente, nuestra “casa común” será un cielo si hay caridad, puesto que el cielo no es más que amor, unión, servicio y caridad (cf. XI, 768).

Que este día de conmemoración, la Congregación se convierta para nosotros en estímulo para “vivir las exigencias propias de la misión: a salir de sí mismos, a dejarlo todo para pensar, hablar y actuar por el bien de los demás, en especial por el bien de los pobres[5].” Reconectémonos con ilusión con el patrimonio espiritual de nuestro Fundador, evitando estos peligros tales como: el relativismo práctico, la acidez egoísta y la mundanidad espiritual[6].

¡Feliz Cumpleaños Congregación de la Misión! Gracias por inspirar a tantos a seguir a Cristo evangelizador de los pobres, abrazando como herencia a los que menos tienen.

Por Jean Rolex, CM

[1] Documento Final de la 43a Asamblea General de 2022 de la Congregación de la Misión. Llamados a revitalizar la identidad de la CM.

[2] Francisco (2020). Encíclica Fratelli Tutti sobre la fraternidad y la amistad social. Recuperado de https://www.vatican.va/.

[3] Francisco (2016). Por una cultura del encuentro. Recuperado de https://www.vatican.va/.

[4] Exhortación Apostólica Evangilii Gaudium (2013) del papa Francisco sobre la alegría del Evangelio, n. 20.

[5] Reflexión para iniciar la preparación a la celebración del 4º Centenario de la Fundación de la CM por P.  Tomaž Mavrič, CM, Superior general (2023).

[6] Joseph, Y. (2022). Revitalicemos nuestra identidad Vicenciana: las conversiones comunitarias y pastorales. Recuperado de  https://cmglobal.org/.

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