San Vicente solía hacer Pascua, viviendo según las reglas del cristianismo. Él también, pedía a sus misioneros hacer lo mismo, recomendándoles que sus acciones y sus obras estuvieran siempre penetradas del espíritu de Dios

Celebrar la Pascua desde el carisma vicentino

 

Para un cristiano católico la Pascua es el día más esperado del Año Litúrgico. Es el día en que Cristo ha vencido la muerte y nos ha hecho partícipes de su Vida inmortal[1]. Es la Fiesta de las fiestas, antigua, profunda y solemne. Es la fiesta de la nueva creación. Jesús ha resucitado y no morirá de nuevo. Así, ha asumido al hombre en Dios mismo abriendo una nueva dimensión para él. Toda la creación se ha hecho más grande y más espaciosa[2]. Esta renovación convierte a la Pascua en punto de llegada y de partida para todos siendo, al mismo tiempo, centro y clave de la historia.

De este modo, la Pascua hace posible la vida, la celebración, el encuentro, la comunicación, el conocimiento, el acceso a la realidad, a la verdad, a la libertad y al progreso. Con la Pascua, el mal se esconde[3] y la plenitud de la vida se queda restaurada en Cristo[4]. Ya nuestras vidas están definitivamente abiertas al mundo de Dios pues han adquirido sabor a eternidad y tienen sentido de rescate y del gozo de la salvación. En realidad, la Pascua es el día que trae un ritmo nuevo, un estilo nuevo y compromiso[5]. Por consiguiente, la Pascua es el día en el que podemos celebrar desde el carisma vicentino.

Ahora bien, ¿cómo podemos celebrar la Pascua desde el carisma vicentino? Según mi parecer, podemos celebrarla, haciendo Pascua, puesto que, según la Tradición, “Pascua” significa paso. San Agustín diría, Pascua es “paso de este mundo que pasa, al mundo de Dios que nos pasa.” Ciertamente, para “hacer Pascua” es obligatorio dar un paso. Por ejemplo, podemos empezar, dando un paso de la ignorancia al conocimiento de la Palabra de Dios que nos anuncia, nos proclama y nos dice que la Pascua se realiza hoy. Tal conocimiento, nos conduce a  un estilo de vida nuevo que nos haga sobrepasar esquemas obsoletos y quebrar las ataduras que nos imposibilitan recuperar nuestra mejor versión.

Para san Vicente de Paúl, adquirir un estilo de vida nuevo supone revestirse del espíritu de Cristo. Revestirse de Cristo significa según él, “esforzarse en imitar la perfección de Jesucristo y procurar llegar a ella” (XI, 410). Por esto, predicaba siempre a sus misioneros acerca de la necesidad de imitar a Jesucristo en su perfección, siendo buenos del todo, como es bueno nuestro Padre del Cielo (cf. Mt 5,48). Bondad que, según él, debe materializarse en el servicio a los más pobres entre los pobres, a saber, los niños abandonados, los presos, los marginados, los ancianos, los enfermos y los inmigrantes.

San Vicente solía hacer Pascua, viviendo según las reglas del cristianismo. Él también, pedía a sus misioneros hacer lo mismo, recomendándoles que sus acciones y sus obras estuvieran siempre penetradas del espíritu de Dios (cf. XI, 237) y que sus vidas estuvieran vaciadas de sí mismas para llenarlas del espíritu de Cristo. Les pedía que todo lo que hicieran fuera como si lo hiciera Jesús; aquél que pasó toda su vida realizando obras divinas para bien de todos (cf. XI, 236). Celebrar la Pascua en este sentido significaría obrar bien a favor de los demás, sobre todo de los más vulnerables. En consecuencia, no hay verdadera celebración pascual sin compromiso real.

Así pues, como vicentino, tu Pascua será verdadera si eres capaz de encontrar tiempo para acercarte a la cama del enfermo, que suda y sufre, y para acompañar al anciano solitario o desmemoriado. Tu Pascua será genuina si sabes acariciar y limpiar el rostro deteriorado por el dolor y la marginación, y te ocupas de enjugar las lágrimas. Tu Pascua será evidente si, al saber de alguna persona o familia que lo está pasando mal, anónima y calladamente, te haces cargo de sus necesidades, pagas alguna de sus facturas, les echas una mano como sea, y hablas con alguien para aliviar su situación, aunque nadie te lo agradezca. Tu Pascua será auténtica, si efectivamente eres capaz de reconocer tus propias culpas y pides perdón, y si, a pesar de observar el rostro manchado de la Iglesia, sus errores y escándalos, sus incoherencias y pecados, eres todavía capaz de reconocer en ella el rostro del Cristo resucitado y adorarlo con gozo.

Haces verdaderamente la Pascua cuando sometes completamente tu inteligencia y tu voluntad a Dios. Es decir, das tu asentimiento, con todo tu ser, a lo que Dios revela y a toda la verdad que Él ha revelado por conducto del Resucitado, admitiendo que esa fe en el Resucitado trae frutos interiores, exteriores y trascendentales que son de bendición y consolidación para ti. También cuando admites que la fe en Él te capacita para hacer tuyos los principios que verdaderamente te brindan unidad interior, consolidación y consistencia. Lo logras, además, cuando estableces qué parte de tu vida podría estar lejos de Dios, sabiendo que todo tiene una dirección hacia Él reconociendo que sólo en Él la vida encuentra verdadera unidad y que todo llega finalmente a Él.

A través de esta comprensión de la fe te vuelves un vicentino con principios; un vicentino que sabe por qué es lo que es y que sabe dónde está parado. Un vicentino que sabe que su fe tiene que ver con su manera de ser, de actuar y de vivir y que tiene una mente formada en la fe. Una mente en camino de ascenso hacia Dios y que habla del amor de Dios, de su Santidad, de su Providencia y de su Poder. Una mente que comprende que solamente la fe puede decir cosas grandes sobre el hombre. Sólo así, harás fielmente la Pascua.

Esto será así si como vicentino quieres ser hombre pascual; hombre nuevo que encuentra la luz del Resucitado y quiere, a su vez, ser luz que anima, levanta y orienta. Hombre que encuentra el camino y quiere ser peregrino que se mantiene en el camino, un camino que le anima a seguir,  le fortalece el andar y le resguarda del desvío. Hombre que necesita el alimento: la eucaristía que “contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua”. Hombre que recibe apoyo en la Comunidad y la Familia Vicentina y obtiene aliento en la Palabra de Dios, los Escritos de san Vicente y las Virtudes Vicentinas. Hombre que avanza en el camino, que crece y busca dar el paso definitivo al mundo de Dios. Hombre que pone alegría en todo. Por último, hombre que haga de este día, un día para Dios. Es decir, que participe activamente en la asamblea dominical, escuche atentamente su Palabra, recordando su muerte y su resurrección; comulgue y lo toque como Tomás (Jn 20,29). Hombre que, en este día, recuerde que lo que tiene de más, alguien lo necesita. Que el tiempo que tiene de más, alguien quizás no tan lejano lo pide. Que el dinero que tiene de más, también hay alguien que lo requiere. Que la comida que tiene de más, hay un pobre que la solicita. Que las ropas y sandalias que no está usando o que están de más, hay alguien que las necesita.

Así pues, celebrar la Pascua desde el carisma vicentino, requiere una celebración que implique el compromiso de hacer la Pascua. Que san Vicente de Paúl te lleve a la Pascua, te haga vivir la Pascua y te enseñe a celebrar y compartir la Pascua. Que en esta Pascua seas todo de Dios, todo en Dios y todo para Dios.

Por Jean Rolex, C.M.

[1] Misal Romano, Plegaria Eucarística II.

[2] Benedicto XI (2013). Homilía en la Vigilia Pascual. Recuperada de https://www.vatican.va/.

[3] Ibídem.,

[4] Misal Romano, Prefacio de Pascua IV.

[5] Montana, C.V. (1972). Unidos en la Palabra. Espiritualidad del Domingo con proyección semanal. Claretiana: Buenos Aires.