Hay muchas Congregaciones en la Iglesia que tienen un fin y unos ministerios similares. Lo que más las puede diferenciar es el espíritu que anima a cada una de ellas. El espíritu de nuestra Congregación se expresa en las cinco virtudes específicas que nos legó San Vicente. Cuando hablamos del espíritu de nuestra Congregación, nos referimos a un estilo de vida y a una forma de trabajar diferentes a otras Congregaciones. Digamos que las virtudes dan un colorido propio a nuestra Congregación. No se puede minusvalorar ese colorido porque, precisamente ahí, reside la diferencia entre los distintos carismas.

¿Por qué Vicente concluyó que nuestras cinco virtudes, y no otras, concretaban el espíritu de la Congregación? Él las vio todas reflejadas en la actuación de Jesucristo, cuando iba de aldea en aldea evangelizando y atendiendo a los pobres. Por esta razón, cuando Vicente habla de cada una de ellas, siempre las conecta con Jesucristo. Digamos que ésta es la razón teológica de las virtudes. También está la razón práctica. Y la razón práctica, poderosa para Vicente, es que cada una de ellas, y las cinco en conjunto, garantizan el mejor cumplimiento del fin de la Congregación. Por supuesto, Vicente también las considera necesarias para la vida fraterna de una comunidad apostólica. 

Hay algo en nuestras virtudes específicas que permanece a lo largo de los tiempos y algo que debe evolucionar con los tiempos. ¿Qué es lo permanente? El valor evangélico y teológico de cada una las virtudes. San Vicente fue un personaje histórico que vivió en Francia en el siglo XVII. Después de su muerte se convirtió en un estilo de vida, en una forma de concebir la existencia, capaz de inspirar a muchos cristianos. Por ser un estilo de vida no envejece nunca. Nuestras cinco virtudes retratan ese estilo de vida. Lo que debe cambiar en las virtudes es el modo de expresar hoy el espíritu de San Vicente o su “estilo de vida”. Por lo tanto, hoy no se pueden presentar las virtudes como se presentaban hace 100 años. 

Por otra parte, la cultura que nos envuelve ha cambiado. Interesa presentar las virtudes para conectarlas con los valores de la cultura actual, por una parte, y para denunciar sus contravalores, por otra. Así, por ejemplo, la sencillez conecta con dos corrientes de la cultura actual, como son la espontaneidad y la veracidad, a la vez que denuncia la doblez y la mentira. La humildad expresa la realidad de interdependencia que se percibe en nuestro mundo, así como la tendencia a valorar a cada persona. Ahora bien, la humildad denuncia la competitividad y la autosuficiencia que también existen en nuestras sociedades. La mansedumbre conecta bien con la corriente actual de la civilización del amor y con la tolerancia, pero denuncia la violencia y la crispación que desgraciadamente existen en nuestro mundo. La mortificación nos hace solidarios con los sufrimientos físicos y morales de los pobres, pero nos lleva a estar en contra del hedonismo y del consumismo. El celo conecta con la tendencia a presentar y hacer las cosas bien, con profesionalidad, pero es un revulsivo contra la apatía de tanta gente insolidaria.

Tal vez el camino más claro y práctico para vivir la propia vocación sea el camino señalado por nuestras cinco virtudes. 

P. Francisco Javier Álvarez, CM
Vicario general 

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