Crecí en un lejano lugar del interior del Paraguay, donde recién cuando tenía alrededor de los 10 años llegó la corriente eléctrica. Por lo tanto, para mí era normal que de noche, en torno a mi casa, hubiera mucha oscuridad, excepto cuando había plenilunio. Creo que por eso nunca tuve miedo a la oscuridad y me costaba entender a las personas, que más tarde conocí, que sí le tenían mucho miedo.

Recuerdo un hecho con un amigo nacido y criado en la ciudad. Él no era capaz de estar en un sitio oscuro. Una vez le invité a quedarnos en un campo abierto y oscuro, me dijo que aceptaría con tal de que no le hiciera la broma de salir corriendo dejándolo solo. Hecho el pacto, nos sumergimos en un lugar carente de toda luz. Al principio, escuchaba que su respiración estaba agitada, luego de unos instantes cuando le indiqué algunas de las estrellas y pasaron unos minutos, empezó a disfrutar de ese momento y lugar. Y esa la oscuridad “tenebrosa” se volvió para él en paz.

A partir de esta singular experiencia atravesada con mi amigo, quisiera traer acá a la memoria lo acontecido con otra amiga (ésta, una muy especial, a través del tiempo): Luisa de Marillac. Ella pasó por una de las noches más oscuras que una persona puede experimentar. Entró en depresión, dudó de Dios… seguramente se sentía sola y en plena oscuridad. Sin embargo, para valorar toda la rica experiencia de su vida, este momento preciso de la luz de Pentecostés es crucial. Retomando lo dicho en el párrafo anterior, tal vez santa Luisa estaba llena de miedo ante aquella oscuridad, sin embargo, de repente dejó de sentirse sola y pudo encontrar allí la luz.

Para procurar comprender la riqueza y profundidad de “la luz de Pentecostés” en santa Luisa nos fijaremos en las fechas, en los personajes, en el contexto personal y en la vocación que se vislumbra allí.

Fechas

La experiencia, en general, implica un hecho que puede datarse. Sin embargo, en una experiencia mística, no todo puede ser datado, −menos aún ser verificado empíricamente−, pero, los efectos que se desencadenan desde el episodio, actúan como motivador para hacer un feedback sobre la importancia de lo sucedido. 1623 es un año clave en la cronología de santa Luisa: es el año de la oscuridad, pero también de la luz. Ella en el escrito en que narra esta experiencia menciona dos fechas (día de S. Mónica y Ascensión del Señor) que conducen a “la luz”, que tendrá lugar el 04 de junio de 1623:

“En el año 1623, el día de santa Mónica[1], Dios me otorgó la gracia de hacer voto de viudez si Dios se llevaba a mi marido. El día de la Ascensión[2] siguiente, caí en un gran abatimiento de espíritu, por la duda que tenía de si debía dejar a mi marido como lo deseaba insistentemente, para reparar mi primer voto y tener más libertad para servir a Dios y al prójimo”.[3]

Personajes

Nuestra vida personal y cristiana es un caminar con otros. El Dios de nuestra fe es un Dios-Trinidad-Comunidad. Desde esta realidad podemos comprender que santa Luisa camina con otros, aunque muchas veces a tientas, en su proceso de maduración humana y espiritual. Como mencionaba en la introducción, tal vez ante esta gran crisis se sintió sola porque fue tan grande la oscuridad que, sin embargo, objetivamente ella es la mujer que siempre buscó compañeros/as de camino.

En la “luz de Pentecostés” aparecen implícitamente dos que en el momento de darse “el paso de la oscuridad a la luz” (cfr. 1P 2,9) aún peregrinan en la tierra: Juan Pedro Camús y Vicente de Paúl. El primero es su director espiritual actual, a quien se siente apegada, pero como fue nombrado Obispo de Belley, pronto deberá tomar otro. Ahí aparece el segundo, que sería san Vicente:

“Se me aseguró también que debía permanecer en paz en cuanto a mi Director, y que Dios me daría otro, que me hizo ver entonces, según me parece, y yo sentí repugnancia en aceptar; sin embargo, consentí pareciéndome que no era todavía cuando debía hacerse este cambio”.[4]

En el texto de “la lumière” también aparece también uno que ya forma parte de la Iglesia del cielo; san Francisco de Sales. Podemos ver en esto la vivencia profunda que tendría S. Luisa de la comunión de los santos:

“Siempre he creído haber recibido esta gracia del Bienaventurado Monseñor de Ginebra, por haber deseado mucho, antes de su muerte, comunicarle esta aflicción y, por haber sentido después gran devoción y recibido por su medio muchos favores, y en aquel entonces sé que tuve algún motivo para creerlo así, del que ahora no me acuerdo”.[5]

Santa Luisa camina con otros y con ellos ensaya “el paso” de Dios en su vida. Es capaz de ver que “el Dios encarnado” ha adoptado los pasos humanos para enseñarle el paso divino a partir del soplo sagrado que la habita:, el Espíritu Santo. El Dios-encarnado, que vivió su pascua-paso para llenar de esperanzas los pasos dolorosos de los hombres y recordar que “el amor es más fuerte que la muerte”[6], hace camino con y en Luisa.

Contexto personal

En el momento de experimentar “esta luz” el hecho que desata la crisis humana y espiritual de Luisa es la enfermedad de Antonio Le Gras, su esposo. Él había caído enfermo en 1621, su humor cambió, Luisa se culpa y concluye que por no haber sido fiel a “su primer voto”, ser religiosa, Dios la está castigado. En esta situación de depresión, una vez más es la mujer que peregrina con otros, de manera especial con su tío Miguel de Marillac y Mons. De Camus. Ante el contexto personal busca respuestas. Tal vez se pregunta “por qué”. La respuesta al “por qué” no siempre es fácil encontrar. Probablemente sus compañeros de caminos le habrán ayudado a cambiar tal cuestionamiento por un “para qué”. Así, desde el hecho concreto, es capaz de abrirse a “la luz”. La experiencia personal-humana necesita abrirse a la transcendencia, de lo contrario, queda en un vacío doloroso y en un silencio ensordecedor; ella fue capaz de dar el paso, conducido por el Espíritu Santo.

Vocación

En medio de la oscuridad de su crisis, recibe una luz importante sobre su vocación. En el texto queda plasmada la misión a la que Dios la llama. Reza el escrito:

“Llegaría un tiempo en que estaría en condiciones de hacer voto de pobreza, de castidad y de obediencia, y que estaría en una pequeña comunidad en la que algunas harían lo mismo. Entendí que sería esto en un lugar dedicado a servir al prójimo; pero no podía comprender cómo podría ser, porque debía haber movimiento de idas y venidas”.[7]

Podemos subrayar en que en aquella experiencia, que luego se plasmó en el escrito, se ilumina el camino vocacional de santa Luisa: ¿A qué está llamada? A servirle en el prójimo. ¿Dónde? En un lugar dedicado al servicio. ¿Con quiénes? Con algunas que harían lo mismo. Y concluye esta iluminación vocacional con algo que dice que no puede comprender “porque debía haber movimientos de idas y venidas”, sin embargo, esto que no fue claro al principio, cuando se cristalizó “el sueño de Dios” en la Compañía de las Hijas de la Caridad, será la característica que viste de novedad el nuevo estilo de vida laical para el servicio del prójimo, que a su vez Vicente de Paúl  remarcará diciendo:

“No teniendo más monasterio que las casas de los enfermos, y aquélla en que reside la superiora, ni más celda que un cuarto de alquiler, ni más capilla que la iglesia parroquial, ni más claustro que las calles de la ciudad, ni más encierro que la obediencia, no teniendo que ir más que a casa de los enfermos o a los lugares necesarios para su servicio, ni más rejas que el temor de Dios, ni más velo que la santa modestia; y como no han hecho ninguna otra profesión para asegurar su vocación más que una confianza continua en la divina Providencia”. [8]

Estas palabras de san Vicente respiran libertad, que no es otra que la que brota del Espíritu y dispone plenamente a servir con un mayor amor entregado.

Conclusión:

Dios es quien regaló a santa Luisa esta experiencia, él es la luz y a su vez la fuente misma de la luz que llega a ella. Santa Luisa es receptora de la luz-gracia. Las palabras de su escrito expresan esta realidad: “fue esclarecido, fui advertida, se me aseguró, me fue quitada”. El “Otro” divino está rehaciendo a santa Luisa. Experimenta, como el pueblo de Israel un éxodo, por lo tanto, también una liberación. Este Dios, que crea (cfr. Gn 1 y 2) y que libera (cfr. Ex 15), la recrea, por eso queda en paz.

Con un cohermano, sacerdote de la Congregación −él, estudioso de nuestro carisma−, solemos conversar de un gran desafío que tenemos como familia: descubrir en nuestros santos el proceso de entereza con el que afrontaron las “noches oscuras” y aprender de ellos. Generalmente para hablar de servicio y misión acudimos a los hechos y escritos de nuestros fundadores, cuando un hermano, una hermana, un laico de nuestra familia vicentina se encuentra en crisis acudimos “a otros pozos” para saciar aquella sed, y olvidamos explorar en nuestra tradición vicentina, testimoniada en la vivencia de los fundadores, de los santos y beatos, cómo ellos gestionaron sus “noches oscuras” y cómo dejaron iluminar por Dios aquellos trechos del camino.

En este año en que celebramos los 400 años de “la luz” de Pentecostés en santa Luisa, que podamos aprender de ella esta apertura al Espíritu Santo, para que con su intercesión, hagamos también un caminito de luz que ayude a iluminar los pasos de otras personas buscadoras de luz, como nosotros, más allá de nuestras oscuridades. Para que podamos vivir la realidad que nos presenta la primera carta de Pedro:

“Ustedes son una raza elegida, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido para anunciar las maravillas de aquel que los llamó de las tinieblas a su admirable luz”. (1Pe 2,9)

Hugo R. Sosa, CM

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[1] Según el calendario litúrgico de aquél tiempo, sería el Jueves, 04 de mayo de 1623.
[2] Fue el jueves 25 de mayo de 1623.
[3] SANTA LUISA DE MARILLAC. Correspondencia y escritos. Salamanca: CEME, 1985, 11 (En adelante SLM).
[4] Ibíd. 11
[5] Ibíd. 11
[6] Cf. Benedicto XVI – Homilía de la Vigilia Pascual 2007.
[7] SLM, 11.
[8] SAN VICENTE DE PAÚL. Obras Completas. Salamanca: Sígueme-CEME, 1972-1986, IX/2, 1178-79.

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